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Crítica: El Cuarteto Cosmos en el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

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Autor: David Santana
14 de mayo de 2021

Ritmo y equilibrio; relojes y nubes

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 14-V-2021. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Quartettsatz en do menor, D 703, de Franz Schubert; Cuarteto de cuerda n.º 1 «Métamorphoses nocturnes», de György Ligeti y Cuarteto de cuerda n.º 3 en si bemol mayor, Op. 67, de Johannes Brahms. Cuarteto Cosmos: Helena Satué y Bernat Prat [violines], Lara Fernández [viola], Oriol Prat [violonchelo].

   Con una trayectoria en ascenso vertical desde que fuesen galardonados con el primer premio en el Concurso para cuartetos de cuerda de Heidelberg en 2018, el Cuarteto Cosmos, nacido en 2014, ya ha sido puesto en el punto de mira por varios compañeros de profesión por su calidad sonora. Una calidad que quisieron demostrar en su estreno en esta gran casa de la música española que es el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

   Destaca por excelente y atrevida la selección del repertorio por parte del Cuarteto Cosmos. Presentan tres estilos diferentes y con distintas cualidades a resaltar en cada una de las obras, pero siempre en la cúspide de la escritura para cuarteto.

   Me van a permitir comenzar por el final para explicar el que quizás sea uno de los recursos más valorables en un grupo de cámara de estas características: el sonido de cuarteto. ¿A qué me refiero con esto? A mantener el equilibrio entre los diferentes instrumentos de tal modo que cada uno tenga la sonoridad justa para que no sobresalga más de lo estrictamente necesario. Esto no es una cuestión exclusiva de matices, sino también de timbre. Es, como ya he dicho otras veces, una cuestión de ponérselo fácil al oyente, que no tenga que buscar el sonido del instrumento que destaca, sino que éste se desplace cómodamente hasta sus oídos. Creo que el Andante del cuarteto de Brahms fue un claro ejemplo de esto mismo: unos timbre perfectamente imbricados y un equilibrio absoluto, sin lucimientos innecesarios y demostrando siempre una naturalidad que generaba irremediablemente en el oyente una sensación de placidez, de estar escuchando un trabajo muy bien hecho.

   Pero el dominio sobre ese «sonido de cuarteto» no es la única cualidad del Cuarteto Cosmos, como solistas también pudimos apreciar una calidad tímbrica espectacular. Siguiendo con Brahms destacaron las partes solistas que en los movimientos tercero y cuarto nos ofreció la violista Lara Fernández. Mostró un sonido oscuro y profundo muy alejado del timbre del violín que algunos violistas tratan de imitar. Todo un acierto, pues la escritura del cuarteto así lo demanda. Al igual que Bizet pone en relevancia el registro de mezzosoprano con su Carmen, así también Johannes Brahms destaca la viola por encima del violín, y Fernández se supo lucir con la misma altanería que la gitana, mostrando orgullosa el verdadero timbre de su instrumento tanto en solitario como a dúo con los violines.

   El Quartettsatz de Franz Schubert supuso, por ejemplo, un excelente inicio. Una obra lucida en la que la violinista Helena Satué dejó claro desde el primer momento que es posible combinar unos ritmos bien marcados con un fraseo natural y elegante.

   Pero esta estima por la claridad rítmica llegó a su apogeo con el Cuarteto de cuerda n.º 1 «Métamorphoses nocturnes» de György Ligeti.

   Como no podría ser de otra forma, vamos a hablar de «relojes y nubes» como ya lo hizo el filósofo Karl Popper. La concentración de los músicos, apreciable en sus rostros, se materializó en una precisión absoluta, como la de un reloj que dio una de las versiones mejores y más intensas que he escuchado de la marcha del onceavo movimiento.

   Estos «relojes» a veces se estropean, dando lugar a uno de los recursos característicos de Ligeti que se puede describir como la disolución –momentáneamente– del ritmo, una especie de invocación del caos que el húngaro, en su dominio de la estética, nunca deja que se materialice completamente. Donde mejor se aprecia esto es en el Tempo di Valse del octavo movimiento.

  Por último, las nubes se aprecian en la atmósfera que el stringendo y el sul ponticello crean en los movimientos decimotercero y decimocuarto.

   En estos dos últimos casos y, siendo sinceros, en todo el concierto en general, el Cuarteto Cosmos mostró una gran comprensión de las intenciones del compositor y sus expectativas, destacando los aspectos necesarios en cada momento y ofreciendo, en definitiva, un gran espectáculo. ¡Bravo!

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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