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Crítica: Henri Texier Hope Quartet en Jazz Madrid

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Autor: Juan Carlos Justiniano
13 de noviembre de 2017

JAZZ URBI ET ORBI

   Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 3-XI-17. Centro Cultural Conde Duque, Auditorio. Festival Internacional de Jazz de Madrid. JAZZMAD 17. Henri Texier Hope Quartet. Henri Texier (contrabajo), Sébastien Texier (saxo alto y clarinete), François Corneloup (saxo barítono) y Louis Moutin (batería).

   Henri Texier es, seguramente, uno de los jazzistas vivos más inquietos cultural y musicalmente. Como ilustre histórico de la escena cuenta con una larga trayectoria de colaboraciones con músicos bien variopintos de la talla de Daniel Humair, Don Cherry, Paul Motian, Aldo Romano, Joe Lovano o Steve Swallow. No obstante, en sus proyectos personales (jugando con todo tipo de formatos: en sexteto, quinteto o cuarteto) se refleja de igual manera una curiosidad permanente. La música del contrabajista francés, que no pierde el pulso ni el paso de lo que acontece a su alrededor, constituye un crisol de culturas, razas y etnias. Realmente es un intérprete y compositor no alineado que practica la fraternidad desde una música que se inspira en diversas fuentes y apela al mundo entero. Hasta su aspecto –el francés se presenta siempre sobre el escenario con su eterno gorro kufi que le imprime esa peculiar pinta de yogui– forma parte de su particular homenaje a los pueblos del mundo.

   El pasado 3 de noviembre el contrabajista visitó el auditorio del Centro Cultural Conde Duque en el marco del Festival Internacional de Jazz de Madrid. Y, como en esta ocasión, cuando se acompaña a cuatro, el francés y sus compañeros se hacen llamar Hope Quartet, un nombre inspirador cuya traducción cobra pleno sentido en cuanto echa a andar su música. Esperanza, ilusión y entusiasmo son, efectivamente, algunos de los calificativos que siempre han definido la obra de Texier; sin embargo, estos tomaron vida de una manera especial durante la visita del contrabajista a Madrid.

   En su última propuesta se observa con manifiesta literalidad cómo el francés explota los elementos de la práctica jazzística, que amalgama con sonidos de raigambre popular, tradicional y regional. La «sensibilidad periférica» de Texier siempre estuvo latente en su personalidad como compositor y se explicitó durante los años noventa con la publicación de An Indian’s Week (Label Bleu, 1993) y más recientemente, de Sky Dancers (Label Bleu, 2016). En el caso del último trabajo, la atención de Texier se centra de manera particular en el mundo indoamericano y obedece, como reconoce el francés, a una pequeña obsesión por la historia de los pueblos amerindios del norte y sur del continente.

   Precisamente las piezas que componen Sky Dancers constituyeron el grueso del repertorio que el contrabajista interpretó para el público madrileño junto a Sébastien Texier al saxofón alto (su hijo, sí), François Corneloup al barítono y Louis Moutin a la batería. Las últimas melodías que acompañan a Texier y al Hope Quartet son resultado de esa vocación universal del contrabajista que clama a la ciudad y al mundo una vez más con unas composiciones sin altisonancias, cargadas de belleza, dinamismo y luminosidad. Constantemente está presente una invocación al Mingus de los años cincuenta, pero Texier propone una relectura «altermundialista», todavía más aperturista y global, del sonido de «el hombre enfadado del jazz». Son solo reminiscencias.

   Así, en su visita a la capital, el cuarteto interpretó composiciones como «MicMac», una partitura construida sobre un bordón cargado de ritualismo y que pone la base a un exquisito experimento sobre tempos swing y «rectos». «Dakota Mab» o «Comanche», dos piezas igualmente concebidas desde la gravedad del instrumento del francés, nacen de un ostinato incesante, hipnótico, que transporta tanto a los músicos como a los oyentes hacia el frenesí en una estructura progresiva y lisérgica que acaba explotando –recordamos que Texier compartió experiencias con Daniel Humair– en una liberación absoluta. En contraste, «Hopi» es una vuelta amable –como el pueblo del que toma prestado su nombre, según Texier– a los tempos medios. «Sueno Canto» parece concebida como una letanía pagana que bien podría acompañar a un texto de Nicolás Guillén y donde el francés exhibe un virtuosismo y una sensibilidad extremas a las cuatro cuerdas. Por su parte, «He Was Just Shining», en memoria de Paul Motian, es una melodía límpida, envolvente, rica en cromatismos y levantada sobre los cimientos de un ritmo de tango, como broche meridional al homenaje que rinde el francés a los pueblos de América.

   Lo que sorprende de la música de Texier es la fluidez con que esta transcurre: sin pretensiones ni retórica vacía y, precisamente por ello, se muestra verdadera, bella y buena. El francés es un compositor maduro, liberado; y un intérprete virtuoso, flexible, de digitación segura y con una visión moderna de su instrumento. De ese encuentro –no muy frecuente, por otro lado– germina la poesía y el rito de una música depurada que solo con lo justo y necesario logra turbar los sentidos. Este ideal es el que transmite a sus compañeros, con quienes consigue un entendimiento que superó la perfección en muchas ocasiones. En el caso de Sébastien Texier, al saxo alto y clarinetes, la sensibilidad y maestría puede que estén genéticamente determinadas. Pero en el de François Corneloup, su respaldo al barítono, parece evidente que también el talento –y posiblemente las horas de ensayo– es uno de los factores que explican la simbiosis mágica que consiguen ambos instrumentos… ¡Casi del mismo aliento parecían brotar las dos líneas! Por su parte, Lous Moutin no perdió ni una ocasión para demostrar una sobresaliente audacia con la batería. El músico se sirvió de todo tipo de baquetas, escobillas o extremidades para acariciar o aporrear, según el momento, su instrumento, precisamente desde donde se impulsa la música de Texier. Porque, sin duda, las composiciones del contrabajista emergen de la sección rítmica. Esta no solo determina el ámbito de juego, sirve también de punto de unión entre música y rito. A partir de ahí, lo que se construye es todo esperanza, solidaridad y fraternidad. Un verdadero llamamiento, urbi et orbi, a todos los pueblos del mundo.

Fotografía: Guy Le Querrec.

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