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Crítica: Nicolai Lugansky y David Afkham inauguran la temporada de la Orquesta Nacional de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
26 de septiembre de 2016

LUGANSKY, EL MAGO

  Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 23/9/2016, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta Nacional de España. Messiaen: Les Offrandes oubliées. Prokofiev: Concierto para piano y orquesta nº 2, Opus 16. Berlioz: Sinfonía Fantástica, Opus 34.  Nicolai Lugansky, piano. Orquesta Nacional de España: David Afkham.

    El primer concierto de la temporada 2016-17 de la Orquesta y Coro Nacionales de España, que lleva como título “Locuras”, pareció querer dejar claro desde un principio, que la edad de oro de la formación no es ninguna “Locura pasajera”, si no que tiene, afortunadamente, vocación duradera. Un David Afkham por primera vez con esmoquin como símbolo, quizás, de mayor madurez artística condujo son su elegancia connatural y mano enérgica -sin batuta- un concierto de gran nivel, en el que además, pudo disfrutarse de una interpretación colosal del pianista Nicolai Lugansky que dejó maravillado al público. Es difícil imaginar que una pieza tan complicada desde el punto de vista técnico y de impresionante virtuosismo, como el Segundo concierto para piano de Prokofiev sea interpretada con la serenidad, aplomo y absoluto dominio que mostró el artista ruso. Una deslumbrante exactitud y agilidad, un sonido potente, de gran calidad y caudal, una sensación de seguridad tal, que llegó a infundir al Auditorio la falsa sensación, que una música tan sumamente espinosa de interpretar, en el fondo es sencilla. En fin, qué decir de la apabullante cadenza y de la capacidad para dejar a toda la audiencia impresionada, totalmente fascinada, de tal manera que prorrumpió en ovaciones y “bravos” a los que el pianista ruso correspondió con una estupenda propina: Barcarola (“Junio”) de Las estaciones de Chaikovsky. Magnífico el acompañamiento de Afkham y la Orquesta Nacional, colorido, climático, con las adecuadas dosis de misterio, sentido del ritmo y tensión.

   Abrió el programa la primera composición orquestal de Olivier Messiaen, una obra que contiene ya ese misticismo y espiritualidad que le caracterizan y que fue interpretada de una manera correcta y un tanto aséptica por Afkham, sin que terminaran de aflorar tampoco esas esmeradas sonoridades orquestales, excepto la última parte (“La Eucaristía”), que sí alcanzó ese punto de unción, con un primoroso pianissimo de los violines.

   Gran nivel el mostrado por a ONE en la Sinfonía fantástica de Berlioz, paradigmático ejemplo de música programática-descriptiva y con la que Afkham completó una interpetación algo irregular sí, pero de indudable fuerza, pujanza y progresión dramática. La orquesta balanceó bien el vals del segundo movimiento; se lucieron las maderas- oboe y corno inglés en el pastoral tercer movimiento y el clarinete en el cuarto (Marcha al suplicio), así como la cuerda -empastada, redonda, amplia y brillante- y la percusión en un vigoroso y vibrante Aquelarre, en el que predominó el nervio y la incandescencia sobre la claridad

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