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Crítica: Renaud Capuçon y Beatrice Rana a dúo en el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

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Autor: David Santana
6 de marzo de 2021

Intensidad y agilidad

Por David Sanatana | @DSantanaHL
Madrid. 2-III-2021. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Sonata para violín y piano n.º 1, Op. 80 y Sonata para violín y piano n.º 2, Op. 94bis, de Sergei Prokófiev; Sonata para violín y piano n.º 1, Op. 105 y Tres Romanzas, Op. 94, versión para violín y piano de Robert Schumann. Renaud Capuçon [violín], Beatrice Rana [piano].

   El talento es cosa de familia en los Capuçon. En noviembre Gautier nos cautivó en este mismo ciclo del Liceo de Cámara XXI con su violonchelo y, en esta ocasión, le tocó a Renaud Capuçon, el hermano mayor que nos ofreció un excelente recital acompañado de la pianista Beatrice Rana.

   Interesante la contraposición de dos genios tan diferentes como son Schumann y Prokófiev que nos plantea el programa. Curiosamente, es la Sonata para violín y piano n.º 1 de Robert Schumann la que suena mucho más «rompedora» que las piezas de Prokófiev a pesar de que la obra de Schumann es casi un siglo anterior y, sin embargo, en esta velado quedó clara que, sin duda, se trata de una obra adelantada a su época.

   En ella Renaud Capuçon supo mostrar la variedad de técnicas virtuosísticas del violín de las que la obra de Schumann permite hacer alarde. Comenzando por el timbre grave y reflexivo en el que se inicia el primer movimiento Mit leidenschaftlichem Ausdruck. Renaud ofreció un sonido profundo y repleto de armónicos, casi podría pensar uno que ese Guarnerius «Palette» que toca tenía la extraña capacidad de transformarse en viola, ¡o incluso en violonchelo! Las dobles cuerdas que enseguida introduce Schumann no hicieron más que acrecentar esta sonoridad tan potente. Muy bien tomados los sforzati, de severa importancia en esta obra y que supo conjugar de manera excelente con los matices del piano. Beatrice Rana nos supo ofrecer un amplio abanico de matices destacando los forte, necesarios para acompañar el intensísimo sonido del violín de Capuçon en momentos como el final de ese primer movimiento o en los jugueteos del Lebhaft en los que hizo gala de un dominio absoluto del uso del acento y el sforzato.

   Nada que ver con las Tres Romanzas en las que el violín de Capuçon tomó un cariz mucho más lírico. Si antes había sido violonchelo o viola, ahora se había convertido en soprano y con la misma naturalidad que la voz humana supo cantar sobre unos excelentes bajos de Beatrice Rana, quien también destacó en esta obra por un magistral sentido de la dirección y el fraseo.

   Sergei Prokófiev fue quizás menos interesante de comentar, pero profundamente bello. Capuçon y Rana demostraron en este caso tener una madurez –musicalmente hablando– muy necesaria para estas piezas del compositor ruso. Solo hay que escuchar los primeros compases del Andante assai de la primera sonata para darse cuenta de la profundidad no ya solo musical, sino filosófica de este autor. Por ello la dirección, el fraseo, el uso adecuado de los matices –son muy importantes todos los crescendo y diminuendo que escribe, pero también los que se intuyen de la música– se deben dominar para ejecutar una buena versión de estas sonatas.

   También es importante tener una amplia variedad de registros, ya que es una obra repleta de contraste. Por ejemplo, en la primera sonata hablábamos de una profundidad en el primer movimiento completamente opuesta a la ligereza con la que se inicia la parte del violín del Andante, bajo la que Rana, por cierto, supo esgrimir unas líneas melódicas elegantísimas.

   La paleta de timbres que exige el Moderato inicial de la segunda sonata es también remarcable. Sirvió para dar a Renaud Capuçon para demostrar su absoluta maestría en este aspecto. Sabiendo mostrar tanto la intensidad de una soprano dramática en cada una de las apariciones del tema como la agilidad de una soprano ligera para los gorgoritos que suceden a esta melodía.

   En resumidas cuentas, Capuçon y Rana nos supieron dar las claves del virtuosismo: intensidad y agilidad, dos fuerzas aparentemente opuestas, pero que aquel que quiera llegar al más alto nivel debe no solo dominar, sino también saber en qué momento exacto demostrar.

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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