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Crítica: Un festival para ser vivido: Musika-Música. Por Pablo Sánchez Quinteiro

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Autor: Pablo Sánchez Quinteiro
15 de marzo de 2018

UN FESTIVAL PARA SER VIVIDO: MUSIKA-MÚSICA

   Por Pablo Sánchez Quinteiro |@psaquin
Cuando en el ya lejano 2002 nació la idea de Musika-Música, más de uno mostró sus reticencias hacia un concepto de festival totalmente nuevo en este país: Una maratoniana e inabarcable inmersión musical. Sin embargo, la realidad ha dado la razón a los impulsores de un planteamiento tan atípico, hasta el punto de que edición tras edición éste constituye un éxito innegable. Hoy por hoy Musika-Música es una visita obligada en el panorama clásico español, que sin duda colma las expectativas de todos los que acuden, hasta el punto de que aquellos que lo visitandesean retornar lo antes posible.

   Un ingrediente crucial del éxito del festival y que sin duda lo destaca frente al que podríamos considerar su modelo -La Follé Journée que tiene lugar la última semana de enero en Nantes- se debe al hecho de contar con un escenario ideal para un evento de esta naturaleza como es el Palacio Euskalduna. Hay pocos complejos culturales en España que por sus dimensiones y estructuración permitan alojar simultáneamente tantos conciertos, charlas y por supuesto asistentes y músicos. Y es que en los tres días que dura el evento han pasado por el Euskalduna un centenar de conciertos con más de 1.500artistas y una audiencia, según las primeras estimaciones, de más de 30.000 espectadores.

   Por citar sólo un ejemplo puntual de la magnitud del festival: En una franja horaria en principio muy alejada de lo habitual –un sábado a las dos de la tarde- de forma simultánea tenían lugar en el Auditorio el concierto de la Sinfónica de San Petersburgo con Pablo Ferrández y Alexander Dmitriev, en la Sala 1 Lucas Macías dirigía a la Camerata del Royal Concertgebouw de Amsterdam, en la sala 2 se podía escuchar el trío formado por Judith Jáuregui, Lina Tur Bonet y Nadège Rochat y en una cuarta sala el recital de Lieder de Olatz Saitua acompañada por Francisco Poyato. Y así hora tras hora desde la tarde del viernes hasta la noche del domingo.

   Finalmente, y yendo más allá del propio complejo, un aliciente adicional del festival lo constituye la propia ubicación del Euskalduna en una zona privilegiada de una de las ciudades españolas más pujantes en el panorama cultural de nuestro país.

   El enfoque temático que cada año sirve de hilo conductor estuvo centrado en esta ocasión al período entreguerras. El año previo había sido Bohemia y en el venidero será el eje Londres-Nueva York. Es imposible para cualquier cronista abarcar apenas una pequeña parte de todo lo está sucediendo en el Euskalduna a lo largo del fin de semana. Lógicamente el plato fuerte lo constituye lo que acontece en la Sala grande del Auditorio.

   En ese sentido, uno de los aspectos más atractivos del festival, no lo suficientemente destacado es la oportunidad que aporta de poder escuchar a casi una decena de orquestas, en su mayoría españolas, en un repertorio similar, en las mismas condiciones acústicas y en un solo fin de semana. Para aquellos que les gusta debatir sobre calidad de las orquestas españolas, un Musika-Música es visita obligada.En un fin de semana se podían escuchar a la Orquesta Sinfónica de Bilbao, la Orquesta Sinfónica de Galicia, la Orquesta Sinfónica de Euskadi, la Orquesta Ciudad de Granada, la Orquesta Sinfónica de Navarra, y a la foránea Orquesta Sinfónica de San Petersburgo. En la música de cámara se reunieron igualmente un amplio número de grupos: la Camerata del Concertgebouw de Amsterdam, la Orquesta de Cámara Europea, la Orquesta de Cámara de Kiev, los Solistas de Cámara de Salzburgo, y la Bilbao Sinfonietta. A todo esto hay que sumar una veintena de orquestas de conservatorios de toda España que le confieren al evento un carácter pedagógico único.

   Centré mi faceta de cronista en cuatro conciertos sinfónicos y uno de orquesta de cámara. Así, el viernes pude disfrutar la Séptima sinfonía de Shostakovich que la Orquesta de San Petersburgo dirigida por Dmitriev quienes nos ofrecieron una idiomática versión de esta emblemática obra. Se hizo evidente que los músicos de la orquesta llevan en su ADN esta música. Esto compensó algunas carencias de un conjunto un tanto heterogéneo, con una mezcla llamativa de veteranía y juventud, en ambos casos extremas. Fue una “Leningrado” rotunda, belicosa, que mantuvo el pulso y la concentración del público de principio a fin y que fue recibida con merecidas ovaciones.

   El sábado al mediodía Pablo Ferrández se unió a la misma orquesta y director para regalarnos la Sinfonía concertante de Prokofiev, obra que el chelista madrileño está paseando por todo el mundoy en la que ha encontrado un auténtico filón para exhibir su privilegiada mezcla de técnica y talento musical. A pesar de contar con un intérprete de lujo, no es fácil dar vida de una forma convincente a una partitura tan elusiva. En la orquesta se echó en falta un mayor contraste dramático y por parte del solista primó la técnica casi febril frente a lo musical, probablemente por no encontrar el necesario feedback desde la orquesta. Una pena pues es una partitura rebosante de fascinantes ideas musicales.

   Esa misma tarde me trasladé al mundo de Sibelius para escuchar su infrecuente juvenil op.7: Kullervo. La Sinfónica de Bilbao hizo una exhibición de esa misma garra y nervio que en la edición previa del festival nos había mostrado en la Resurrección de Mahler. Destacaron los metales por encima del resto de secciones orquestales, pero el gran protagonismo se lo llevaron las voces masculinas de una impresionante Sociedad Coral de Bilbao reforzada por el Coro Easo.

   Casi sin descanso, asistí al segundo de los tres conciertos que la Sinfónica de Galicia con la prestigiosa batuta de Andrew Litton ofreció a lo largo del festival. Se trató de la Quinta sinfonía de Shostakovich. Una obra que le viene al director neoyorquino como anillo al dedo. Su búsqueda continua del mayor contraste expresivo y dinámico es ideal para dar vida a las luces y sombras de esta monumental sinfonía. Pero por si fuera poco, Litton contó con un instrumento fuera de serie. Una Sinfónica de Galicia en un momento de forma proverbial en la que los músicos tocaron como si fuese el último concierto de sus vidas. El éxito fue apoteósico. Hacía mucho tiempo que no escuchaba tantos bravos y aclamaciones en una sala de conciertos.

   Y aprovecho para incidir en uno de los pilares de este festival: El público. Un público de todas las edades que en los conciertos citados abarrotaba la sala y que siempre mostró al final de los conciertos un entusiasmo fuera de lo normal.

   Para concluir mi recorrido por el festival, el domingo al mediodía disfruté de los solistas del Concertgebouw; un grupo de músicos extraordinarios entre los que se cuentan dos musicazosespañoles quienespor cierto se merecerían un reconocimiento mucho mayor por haber llegado a formar parte de la que para muchos es la mejor orquesta del mundo: la oboe Miriam Pastor y el trompa José Sogorb. La dirección de Lucas Macías, igualmente miembro del RCO, se puso al servicio de dos interesante obras: la Sinfonietta de Prokofiev, infrecuente obra de juventud y la orquestación de Rudolph Barshai del Cuarteto de cuerda nº 4. Interpretaciones de lujo, desenfada en el primer caso, tensa y desgarrada en el segundo que una vez más pusieron al público en pié.

   Fue mi despedida musical a un festival del cual uno siempre se despide con pena de no haber asistido a más eventos y con la firme intención, por no decir necesidad, de retornar el año próximo.

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