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Crítica: Vox Luminis dedica un monográfico a Dieterich Buxtehude en el «Universo Barroco» del CNDM

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Autor: Mario Guada
4 de diciembre de 2019

El magnífico conjunto belga, que está celebrando sus quince años de existencia, ofreció un espléndido muestrario de uno de los grandes maestros del Barroco europeo, en un concierto que rindió a un nivel altísimo, pero en el que faltó ese punto de excelencia al que el conjunto nos tiene acostumbrados.

Buxtehude phantasticus

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 29-XI-2019. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Dieterich Buxtehude: Abendmusiken. Bart Jacobs [órgano] • Vox Luminis | Lionel Meunier.

Durante casi un trimestre permaneció allí escuchando a este organista [Buxtehude], que era realmente un hombre de talento y muy célebre en su tiempo, y luego regresó a Arnstadt con sus conocimientos acrecentados.

Johann Nikolaus Forkel: Ueber Johann Sebastian Bachs Leben, Kunst und Kunstwerke [1802].

   Durante prácticamente toda su existencia vital, pero especialmente con el devenir de la historiografía musical occidental de los siglos XIX y XX, pareciera que el mayor logro de Dieterich Buxtehude (1637-1707) no fue otro que el hecho de que el verdadero genio, Johann Sebastian Bach, se recorriera aquellos casi cuatrocientos kilómetros que separaban Arnstadt y Lübeck para escuchar al bueno de Dieterich tañer el órgano de la Merienkirche de esta localidad germánica. Y es que, como la cultura occidental tiende a hacer en las artes, los grandes nombres son los que construyen la Historia, mientras los demás son meras adendas de aquellos –que en algún momento u otro pudieron cruzarse en su senda–, esto es, los que verdaderamente importan. Afortunadamente, desde hace algunos años la musicología y los intérpretes se han puesto manos a la obra para colocar a Buxtehude en el sitio que realmente merece, y que no es otro que al lado de muchos de los grandes compositores en todo el Barroco europeo. Un peldaño por debajo de Bach, por supuesto –¿quién no lo está?–, pero desde luego no más abajo que sus colegas célebres Antonio Vivaldi, Claudio Monteverdi, Georg Friedrich Händel, Jean-Philippe Rameau o Georg Philipp Telemann, por citar algunos. Su música, como así ha demostrado Ton Koopman, quien al frente del Amsterdam Baroque Orchestra & Choir se encargó –entre 2005 y 2014– de grabar la Opera Omnia del genial compositor, es un legado impagable al que hay que acudir como el tesoro que representa. Otros han sido los conjuntos que le están prestando atención –en menor medida, pero desde luego no en merma de la calidad artística–, lo que nos lleva a los protagonistas de esta maravillosa velada monográfica, el conjunto belga Vox Luminis, fundado hacer tres lustros por el cantante Lionel Meunier.

   El concierto presentado en un nuevo concierto del ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] tenía como protagonista, casi en su totalidad, el programa registrado recientemente por el conjunto para el sello Alpha Classics [2018], que bajo el título de Abendmusiken hacía un repaso por algunas de las grandes obras del repertorio vocal sacro e instrumental de cámara compuestas por el genial autor de Helsingborg. Dichas Abendmusiken no eran otra cosa que un tipo particular de conciertos celebrados en la Marienkirche, Lübeck, durante los siglos XVII y XVIII, cuyos orígenes se enraízan en unos recitales de órgano ofrecidos probablemente durante el magisterio de Franz Tunder como organista allí. El propósito original de estas «Músicas de tarde» puede haber sido entretener a los empresarios que se reunieron en la Marienkirche para esperar la apertura de la bolsa de valores el mediodía de los jueves. Según la musicóloga Kerala J. Sneyder –una de las que más atención ha prestado a la figura de Buxtehude–, si bien la oferta musical de Tunder incluyó la presencia de solistas vocales e instrumentales, fue con Buxtehude –quien le sucedió en el cargo como organista en 1668– cuando estas veladas musicales alcanzaron su cenit, pues este agregó orquesta y coro a las interpretaciones, lo que llegó a requerir la construcción de cuatro balcones adicionales en 1669 para acomodar a una plantilla aproximada de cuarenta músicos. Buxtehude también fue el causante del cambio de horario de los conciertos, estableciéndolos de lunes a viernes a las 16 horas, así como los dos últimos domingos de Trinidad y el segundo, tercer y cuarto domingos de Adviento. Él mismo compuso varias de las obras que se interpretaron en estas veladas a lo largo de los años, incluyendo grandes oratorios, de los cuales únicamente se ha conservado uno hasta nuestros días.

   De no haber existido la alargada sombra del gran Bach, que no en vida, pero sí a partir de la segunda mitad del XIX empezó a apabullar al resto de compositores alemanes del Barroco, la figura de Buxtehude sería considerada hoy como uno de los más geniales compositores de toda la Historia –que lo es– de forma unánime y no solo en los ámbitos de especialistas. Desde luego, sirva un concierto como el ofrecido por el conjunto belga para hacer llegar al llamado «gran público» algo de la magnífica música compuesta por el compositor germano-danés. El programa reproducía básicamente toda la música vocal grabada en aquel registro –a excepción de una única obra, que sin embargo fue ofrecida como propina al finalizar el concierto–, modificando únicamente las obras instrumentales, que en el CD consistía en una serie de sonatas en trío y que en este concierto se sustituyeron por tres composiciones organísticas. Empezando por estas últimas –no debemos olvidar que la primera fama le llego a este autor por sus composiciones para el instrumento–, Bart Jacobs se encargó de interpretar el Præludium en mi menor, BuxWV 142, la célebre Passacaglia en re menor, BuxWV 161 y el Magnificat primi toni, BuxWV 204. Las obras para teclado de Buxtehude se dividen en varios géneros distintos: præludia, canzone, obras sobre ostinati, corales, suites y conjuntos de variaciones profanas. Como era habitual en ese momento, sus fuentes no nombran un instrumento de teclado en particular, pero la mayoría de las configuraciones de præludia y corales y las tres obras sobre ostinati requieren pedales y, por lo tanto, presumiblemente están destinados al órgano. Los trabajos en los géneros restantes son todos para tecla y podrían haberse interpretado en cualquier instrumento de teclado. Especialmente impactante el Præludium en mi menor, con tres extraordinarias fugas de temas complejas y para nada predecibles, que Jacobs sacó adelante no sin ciertas complicaciones, especialmente por la poca ayuda prestada por el instrumento de Gabriel Blancafort, poco utilizado y de prestaciones no especialmente brillantes para interpretar un repertorio exigente como este. Aun con ello, Jacobs demostró que es un excepcional organista, capaz de realizar un notable ejercicio de filigrana contrapuntística sin ninguna ayuda más que su propia pericia. De las tres obras sobre ostinati conservadas [dos ciaccone y una passacaglia], la Passacaglia en re menor muestra una magnífica disociación entre el manuliter y el pedalier –que se utiliza básicamente para marcar el ostinato–, que Jacobs logró superar, aunque no sin cierta tosquedad debido a la poca ductilidad del instrumento. También fueron tres las propuestas que Buxtehude preparó para órgano sobre el Magnificat, de las cuales interpretó una de las dos versiones primi toni [dórico], una obra de notable monumentalidad, quizá en la que mejor se desenvolvió Jacobs, probablemente más hecho ya al instrumento.

   Las obras vocales se fueron alternando entre las obras para órgano, mostrando con ella la inmensa variedad de géneros que dominó Buxtehude. Se abrió la velada con Gott hilf mir, denn das Wasser geht mir bis an die Seele, BuxWV 34, un maravilloso Geistliches Konzert [concierto sacro] en diálogo, con escritura a siete partes vocales [SSSATBB] junto a dos violines, dos violas –todas ellas independientes–, incluyendo una línea propia para el violone y el correspondiente continuo, que pasa por ser una de las obras vocales más extensas de su autor. Se abre con una deliciosa sinfonía, cuya escritura parece imitar el tremulant organístico–, a la que sigue una primera estrofa para bajo solo [poderosamente y elegantemente interpretada por uno de los cantantes más sólidos del conjunto, Sebastian Myrus]. Los subsiguientes movimientos incluyen corales, un aria para bajo solista, un aria estrófica para tres voces y otro coral. Impresionante especialmente resulta el coral a cuatro partes vocales [SATB], mientras la melodía del coral [«Vater unser im Himmelreich»] es encomendada –en un golpe de genialidad– a las cuatro partes de la cuerda en unísono como cantus firmus. Maravillosa traslación interpretativa a cargo de las voces de Vox Luminis, por más que la sección de cuerda nunca acabó de resultar totalmente firme, con algunos problemas de afinación en el inicio y cierta asincronía en algunos pasajes, desde luego una ausencia de esa perfección a la que este conjunto nos tiene acostumbrados. Aun así, y especialmente en el ensamblaje con las voces, el resultado se alzó luminoso, muy expresivo, equilibrado, y hermoso, tremendamente hermoso. Especialmente maravilloso el inicio de la última estrofa [«Israel, hoffe auf den Herren»], con las cuatro sopranos [Zsuzsi Tóth, Anna Zawisza, Stefanie True y Victoria Cassano] elevando su melodía de forma absolutamente memorable.

   Befiehl dem Engel, daß er komm, BuxWV 10 y Jesu, meine Freude, BuxWV 60 fueron las dos piezas vocales que completaron la primera parte de este generoso y muy necesario programa. Ambas presentan una escritura más íntima y menos exigente. Befiehl dem Engel, daß er komm es un coral a cuatro partes vocales [SATB], con acompañamiento de dos violines y continuo, una obra de gran sobriedad que se abre con otra maravillosa introducción instrumental. Se interpretó en una versión con dos voces por parte, en la que Vox Luminis demostró y el refinamiento de su trabajo, con un empaste y afinación realmente logrados. Sin duda, este sonido tan hecho, pulido a lo largo de años de trabajo continuo con unos miembros bastante fijos, y con una personalidad muy marcada, han logrado crear un sonido propio muy reconocible, que es además especialmente interesante y apropiado para el repertorio de la música vocal alemana del XVII, repertorio en el que son actualmente los máximos exponentes mundiales. Por su parte, Jesu meine Freude presenta una plantilla para tres voces [SSB], dos violines y continuo, que se inaugura con una sonata instrumental de una hondura expresiva y una hermosura que solo pueden ser creadas por un talento realmente descomunal. Le sigue una serie de breves secciones en la que –de nuevo con una variedad brillante– se van combinando las íntimas fuerzas vocales e instrumentales, abriéndose con un emocionante coral, servido aquí por las cuatro voces de soprano y los dos bajos del continuo. El resto de secciones se alternaron entre estos dos coros, a veces con secciones solísticas y otras doblando las tres partes. En esta cantata-coral, el genio de Buxtehude despliega toda su capacidad para lograr explorar las posibilidades de la melodía del coral en cada uno de los versos y secciones, destacando especialmente el inteligente dominio del balance que desarrolla entre dicha variedad musical, pero logrando mantener una unidad estructural de manera muy sólida. Tanto en las partes a solo como en la alternancia coral, el desempeño de los cantantes resultó tremendamente apropiado, porque la dicción y la comprensión del texto resultaron modélicas y se expresaron a nivel retórico con apabullante nitidez. Mucho más convincente aquí el concurso de los violines barrocos de Tuomo Suni y Jacek Kurzydlo.

   Para la segunda parte –tras el Magnificat primi toni organístico– quedó otra de las grandes obras del autor germano-danés: Herzlich lieb hab’ ich dich, O Herr, BuxWV 41, arreglo coral para cinco partes vocales [SSATB], dos violas, dos violas, violone y bajo continuo. Su imponente introducción instrumental, de tremenda energía, se contrapone a la melodía coral entonada únicamente por las sopranos –con las cuatro sopranos en versión de los belgas, no sin algunos problemas de afinación, empaste e incluso en algunas de las entradas y finales de frase–. Aun con ello, la belleza de las voces y este subyugante cantus firmus resultaron tan emocionantes como imponentes. Por fin hubo oportunidad para escuchar al resto de voces de manera más clara, con los breves pasajes a solo de los tenores João Moreira y Philippe Froeliger, así como los contratenores Jan Kullmann y Daniel Elgersma, actuaciones más discretas de estos cuatros cantantes, que sin embargo conforman sólidos pilares en la arquitectura coral del conjunto. Esta es, sin duda, una de las claves del éxito de Vox Luminis: la inteligente y lograda combinación de solistas de importante nivel que saben plegarse a un todo, perdiendo protagonismo en aras de un ente mayor, pero que pueden desenvolverse con soltura y a un alto nivel solístico cuando así se exige. Esta combinación, que es tremendamente difícil de lograr y por otra parte tan fundamental para este tipo de repertorios en la Alemania del XVII, no es muy común en los conjuntos actuales, ni siquiera en los de primer nivel; quizá por eso el conjunto de Meunier ha conseguido situarse en la cúspide de los conjuntos vocales al Barroco medio.

   El desempeño de las violas [Raquel Massadas y Antina Hugosson] merece un reconocimiento, por lograr un balance sonoro de enorme refinamiento, es unas líneas siempre incómodas, a veces más pensadas como relleno armónico, pero que cuando son interpretadas con la máxima exigencia es posible descubrir en ellas sutiles matices que aportan mucho al resultado global. Solo de absolutamente excepcional puede tildarse la presencia de Benoit Vanden Bemden [violone] y Anthony Romaniuk [órgano positivo], que ofrecieron un continuo tan sólido y compacto como florido e imaginativo, equilibrando muy bien la sobriedad del primero con las inteligente ornamentaciones del segundo. Sin duda una lección magistral del inmenso sentido que puede aportar un continuo bien hecho a un conjunto.

   Antes de retirarse definitivamente del escenario tuvieron a bien regalar a los asistentes una obra fuera de programa –la única que faltaba con relación a la reciente grabación–: la increíble Jesu, meines Lebens Leben, BuxWV 62, en la que Buxtuhude realiza una mixtura magistral entre un coral y una ciaccona para cuatro voces [SATB], dos violines, dos violas, violone y continuo, dando lugar a una de sus obras más exquisitas y conocidas. Fue interpretada con los cantantes saliendo de poco a poco e interpretando sus pasajes a solo, dúos y tríos intercalados por los ritornelli instrumentales, hasta sumar el total de diez cantores para cerrar la obra, finalizando así un concierto memorable. Encomiable labor, pues, de los diez cantores y los seis instrumentistas, a los que sumar al bueno de Jacobs, a pesar del instrumento con el que le tocó bregar. El trabajo y la personalidad que Lionel Meunier ha logrado con el paso de los años no está a la altura de muchos. Y si bien en esta velada no se logró esa excelencia que roza la perfección de forma tan abrumadora, a la que Vox Luminis tiene al público tan acostumbrado, desde luego sí se dieron muestras del porqué de que se hable tanto y tan bien de este conjunto belga desde hace más de una década. Sin duda, han sido uno de los ensembles que más impacto han causado en el panorama de la interpretación historicista en este siglo XXI, y su recorrido parece no tener un horizonte a la vista aún, de lo cual hay que regocijarse. Por fin un homenaje –tan merecido como necesario– a un autor que como pocos logró perfilar el universo «bachiano» con inusitada genialidad. Un eminente y brillante desarrollador del Barroco medio alemán, de ese stylus phantasticus extraordinario que si no existiera habría que inventar, y que le convierte en uno de los grandes de toda la Historia de la música occidental. Así de simple. Por más conciertos como este en el CNDM.

Fotografía: Elvira Megías/CNDM.

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