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Crítica: Domingo protagoniza 'I due Foscari'en el Teatro del Liceo

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Autor: Alejandro Martínez
1 de mayo de 2015

JUEGO DE ECLIPSES

Por Alejandro Martínez

Barcelona. 30/04/2015. Gran Teatro del Liceo. Verdi: I due Foscari. Plácido Domingo (Francesco Foscari), Aquiles Machado (Jacopo Foscari), Liudmyla Monastyrska (Lucrezia Contarini), Raymond Aceto (Jacopo Loredano), Josep Fadó (Barbarigo), Maria Miró (Pisana). Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Massimo Zanetti.

   El indudable atractivo de estas dos representaciones en concierto de I due Foscari era el retorno de Plácido Domingo al Liceo de Barcelona, donde estaba ausente desde un Tamerlano en concierto en 2011. Y sin embargo, fue la soprano Liudmyla Monastyrska, con ese timbre suntuoso y superdotado, la que sin embargo se llevo la palma hasta llegar el tercer acto, momento en el que Plácido Domingo, que atesora oficio e inteligencia a raudales, se sacó de la chistera uno de esos momentos tan suyos de entrega carismática y sorprendente respuesta vocal, a un nivel netamente superior al que había presidido su actuación durante el resto de la representación. Juego de eclipses, pues, el que intercambiaron Domingo y Monastyrska durante la velada. Qué decir sobre el Domingo de hoy en día, barítono verdiano, que no hayamos dicho ya. El timbre mantiene una admirable presencia, una proyección inquebrantable, pero el caudal va disminuyendo, sobre todo por un fiato cada vez más corto, sofocado por momentos, lo que redunda en un fraseo necesariamente entrecortado. Restan el carisma, el calor del timbre y la autenticidad del acento. A menudo Domingo parece exponerse en demasía, jugando ya una lotería en la que lo mismo su naturaleza le depara una noche con desenlace afortunado, como la que nos ocupa, que le puede deparar un susto en forma de desafortunado incidente vocal. Sea como fuere, su Francesco Foscari vivió de su presencia escénica y de su indudable entrega vocal, yendo como ya decíamos, de menos a más, hasta hacer vibrar al público en el tercer acto, con su fórmula ya acostumbrada y más que probada, que no es otra que la de creer en lo que hace, incluso por encima del estado real de sus medios vocales. Domingo salió más airoso de lo esperado, pero parece cada vez más claro que el ocaso de los dioses va llamando a su puerta de manera ya irrevocable.

   Debutaba en el Liceo la ucraniana Liudmyla Monastyrska, a la que nos habíamos referido aquí ya en numerosas ocasiones. Estamos ante una voz sobresaliente, esmaltada, grande y pastosa, en manos de una intérprete consumada, con una técnica segura y firme que la capacita para resolver con igual fortuna partituras dramáticas, páginas líricas o pasajes más floridos y ágiles. De hecho, como ya mencionamos, durante los dos primeros actos de la ópera fue el centro de atención de todas las miradas. Estamos ante una dramática de agilidad casi paradigmática, como confirma su solvente resolución del canto di sbalzo, las notas picadas y todo el repertorio habitual de recursos belcantistas. No estamos ante una voz liviana, de ahí el doble mérito de Monastyrska a la hora de resolver esta escritura, logrando algo parecido a planear en el aire sin motor haciendo piruetas con uno de esos gigantescos aviones de largo recorrido. En este sentido, me atrevería a decir que Monastyrska produjo algunos sonidos con un brillo, una sonoridad y un aura que no se escuchaban en el Liceo desde los mejores tiempos de Caballé. De hecho, escuchándola en el Liceo parece obligado apuntar ya a su deseable debut como Norma, que confiamos en que no tarde en producirse. Si acaso, para no que no sean todo elogios, cabe apuntar en su contra que ese citado carácter que trae consigo reside más en el instrumento que en la solista como tal, que se muestra algo distante y hierática, por momentos indolente incluso, aferrada en demasía a su atril.

   Regresaba al Liceo el tenor venezolano Aquiles Machado, en reemplazo del originalmente previsto Ramón Vargas, que acumula ya un historial de cancelaciones preocupante durante la presente temporada. Machado atravesó unos años de mucho menos brillo y parecía retomar ahora la senda de sus mejores tiempos, aunque eso sí, con un material algo tocado, falto de frescura, tenso e inseguro en el agudo y con una colocación que no termina de ser todo lo firme y confiada que debiera. Es un cantante caluroso, pero no cuenta con el respaldo técnico suficiente para consumar sus buenas intenciones. Quedan, eso sí, la belleza del timbre en el centro y un fraseo esmerado y ardoroso, de un lirismo sincero y comunicativo. Del resto del reparto, amen de los solventes Josep Fadó (Barbarigo) y Maria Miró (Pisana), cabe mencionar al bajo Raymond Aceto, que volvió a dar muestras de un material sonoro y rotundo, más domeñado aquí que en su desempeño anterior como Oroveso en la Norma escenificada en el Liceo.

   Massimo Zanetti fue en buena medida el responsable primero del buen desenlace de la velada, con una comunicación fluida y grata con la orquesta titular del Liceo, que sonó mucho más estimulante y compacta que en noches recientes. Zanetti es una batuta electrizante y vigorosa, que se entiende también a las mil maravillas con el lirismo más evocador. Conoce bien las voces y brindó en conjunto un Verdi de factura muy convincente. Por cierto, un hombre como Zanetti en la titularidad de la orquesta haría mucho bien al foso del Liceo.

Fotos: A. Bofill

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