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Crítica: El Cuarteto Leonor y David Apellániz se unen en el FIAS 2021 de Cultura Comunidad de Madrid

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Autor: David Santana
2 de marzo de 2020

El Cuarteto Leonor celebra sus veinte años con Mendelssohn y Schubert

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 26-II-2021. Basílica Pontifica de San Miguel. FIAS 2021 [XXXI Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid]. Cuarteto en la menor, op. 13, n.º 2, «Es iistWahr?», de Felix Mendelssohn y Quinteto en do mayor, D. 956, de Franz Schubert. Cuarteto Leonor: Delphine Caserta y Bruno Vidal [violines], Jaime Huertas [viola], Álvaro Huertas [violonchelo] • David Apellániz [violonchelo].

   La acústica quizás no sea la óptima, pero estéticamente la Basílica Pontifica de San Miguel resulta un escenario excelente para una música tan elevada como la del Cuarteto en la menor de Mendelssohn y el Quinteto en do mayor de Schubert, que nos ofrecieron el Cuarteto Leonor junto con David Apellániz.

   La ocasión, como el espacio, también era especial, nada menos que el vigésimo aniversario de una formación que siempre se ha destacado por su compromiso con la música y la cultura española. Hay que nombrar la grabación de la integral de los cuartetos de cuerda del compositor Ramón Barce que publicaron en 2012 bajo el sello de Verso.

   No fue, sin embargo, tan especial la cuestión más importante: la música. Mendelssohn estaba, como se suele decir, «leído». Si bien los integrantes del Cuarteto Leonor hicieron gala de unos timbres con cuerpo y presencia, pero también elegantes, muy propios para un repertorio romántico, les faltó prestar una mayor atención a los detalles del fraseo para dotar a la música de un aura más trascendental acorde con la ocasión.

   En Felix Mendelssohn me fue imposible escuchar esa pregunta «Ist es Wahr?» en el primer movimiento a pesar de las entradas perfectas y los hermosos timbres. De hecho, no fue hasta el Intermezzo cuando empecé a escuchar algo de pasión y musicalidad, cuando el violín de Delphine Caserta empezó a cantar con gran lirismo sobre la base de pizzicati que el resto del cuarteto logró crear. También en el Presto final se pudo escuchar una mayor direccionalidad en el fraseo e incluso un uso más exquisito de los matices.

   Schubert también tuvo cosas que mejorar. Creo que el problema fue que se cayó en la trampa de entender al vienés como el primer romántico, cuando en realidad se trató del último clásico. Eso fue precisamente lo que me faltó: el Clasicismo.

   Y el Clasicismo es irreverente, en eso acertó Milos Forman. La música de esta época juega con las expectativas del oyente debido a la existencia de formas canónicas como la archiconocida «forma sonata». Los compositores la ensanchan, la varían, la deforman… también juegan con las cadencias usándolas de forma «incorrecta» para incordiar a los «fariseos» de la música y, por supuesto, se valen del contraste, de los sforzatos y los matices para dar golpes de efecto que mantengan la atención constante del oyente. Su objetivo: poner en valor su música, que esta no fuera como esos hilos musicales de los ascensores de los hoteles de más de cuatro estrellas.

   Todo esto lo podemos escuchar en el quinteto de Franz Schubert a pesar de que sea de una fecha tan tardía como 1828. El Quinteto en do mayor es casi una elegía, sí, pero repleta de vitalidad. Vayamos al primer movimiento. Tras una introducción en la que manda la viola ‒en la que escuché a Jaime Huertas demasiado tímido‒ Schubert escribe un pianissimo que en tan solo cinco compases de crescendo pasa a un fortissimo, para al siguiente compás volver de nuevo al pianissimo. Resulta casi una burla al sentimentalismo de la melodía inicial, un momento de ruptura, una revolución en seis compases. Después, este movimiento aparece plagado de sforzatos, de fortepianos y de acentos, cada uno con sus peculiaridades, y ninguno de ellos los pude escuchar y diferenciar de forma clara en la versión que ofreció el Cuarteto Leonor.

   El Adagio estuvo bastante mejor, David Apellániz supo sacar un gran partido a sus pizzicati mostrando un amplio abanico de matices. Conversaron muy bien Caserta y Apellániz, y el resto de la formación creo un excelente colchón armónico para el delicado final del movimiento.

   El Trio estuvo muy bien, pero eché en falta más «scherzando» en el Scherzo que se llegó a hacer un tanto repetitivo y, quizás, no era la mejor selección para ofrecerlo de propina. Mucho mejor el Allegretto final al que el Cuarteto Leonor supo dar la direccionalidad que esta danza requiere. Destacó en este último movimiento la consonancia que hubo por un lado por el dúo formado entre Caserta y Bruno Vidal, y Álvaro Huertas y Apellániz por el otro. Ambos estuvieron muy bien equilibrados y supieron mostrar una agradable afinidad.

   En fin, faltó pulir detalles para que la velada hubiera sido ideal. Que estemos en tiempo de pandemia no significa que podamos pedir menor calidad. De todas formas, estoy seguro de que el Cuarteto Leonor seguirá trabajando para continuar siendo referentes de la música de cámara española.

Fotografía: Cuarteto Leonor [Twitter].

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