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Crítica: 'Fausto' de Gounod en el Teatro Campoamor de Oviedo

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Autor: Aurelio M. Seco
12 de octubre de 2016

DE INFAUSTO RECUERDO

   Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 9/10/16. Teatro Campoamor. Ópera de Oviedo. Fausto, de Gounod. Stefan Pop, Mark S. Doss, Borja Quiza, Pablo Ruiz, Maite Alberola, Lidia Vinyes Curtis, María José Suárez. Dirección musical: Álvaro Albiach. Dirección de escena: Curro Carreres. Oviedo Filarmonía. Coro de la Ópera de Oviedo.

   El segundo título de la temporada de ópera de Oviedo ha salido mal. Se puso en escena Fausto, de Gounod, ópera interesante pero difícil de producir por sus complejas cualidades dramatúrgicas y musicales, características que requieren de un director musical experimentado y exigente y una puesta en escena fundamentada en ideas claras que ayuden a definir con coherencia y también ciertas dosis de fantasía esta historia de Goethe trasladada a lo lírico con cierta intrascendencia argumental pero con una música profundamente evocadora.

   El trabajo de Álvaro Albiach con la Oviedo Filarmonía fue muy discreto. No puede ser tanta monotonía dinámica en una obra tan rica y expresiva. El sonido de la orquesta nos pareció plano y sin tensión durante toda la obra. Incluso demasiado bajo en volumen. El estilo no respiró ni el más mínimo ápice del perfume melodioso que desprende esta partitura. Fue una interpretación fría y mal calculada. Tampoco se consiguió motivar a los músicos para que la factura del sonido fuese la mejor. La Oviedo Filarmonía es un conjunto con potencial, en cuya sonoridad influye mucho el director que tiene en frente. No parece apropiado que en momentos en los que un músico del conjunto se la juega acompañando a un cantante, en un momento de sonoridad sutil en el que todo se nota (no hablamos sólo del concertino sino también de otros instrumentos) su nivel esté al límite de lo correcto. Esta inconsistencia resulta muy incómoda para el espectador, que asiste al momento con los dientes apretados por la incertidumbre generada. Creemos que es importante mejorar en esto.

   Esta falta de exigencia sonora tuvo un gran efecto en el Coro de la Ópera de Oviedo, que no lo hizo bien; algo inexplicable tras oír su extraordinaria actuación en Mazepa. Aquí asistimos a todas y cada una de sus participaciones sorprendidos por el bajo nivel ofrecido. No parecía el mismo coro de tantas ocasiones. Las voces de los tenores apenas se oían e incluso la entereza de las sopranos parecía flaquear, con un sonido frágil y carente de tersura. Sólo al final de la obra se percibió parte del potencial que este coro viene ofreciendo en los últimos años. Fue todo un acierto, la verdad, situarlo en la parte superior del teatro, a ambos lados, en una especie de impactante policoralismo  que, con todo, dejó algo que desear. Esperemos que esta participación tan irregular haya sido algo puntual y que no se prolongue en el tiempo.

   De la dirección de escena desarrollada por Curro Carreres hay que hablar en parecidos términos. Carreres convirtió el Fausto de Gounod en su propio Fausto, deshaciendo el entuerto dramático de forma confusa, errática en ocasiones, y acudiendo a una estética poco atractiva, luces y vestuario incluidos. Hay detalles importantes que, sólo con describirlos, ya permiten intuir el resultado. Cuando hablamos de Fausto lo hacemos de una de los títulos más conocidos de la historia, y aunque no estemos ante la obra de Goethe literalmente, sí ante un reflejo más o menos nítido de su contenido. Caracterizar a Mefistófeles como Karl Lagerfeld es una decisión absurda desde el punto de vista estético, que no sólo arroja fuera de la obra de un puntapié al espectador, sino que marca la imagen del personaje de forma tan esperpéntica como irreal. Carreres tiene mucha fantasía e ideas, y talento para algunos efectos especiales –no para otros, pues la forma en que se apareció Mefistófeles fue claramente mejorable, por ejemplo- sin percatarse de las consecuencias estéticas y argumentales. Convertir al Lagerfeld mefistofélico en un pinchadiscos al ritmo de la música de Gounod fue una mala idea, difícil de plasmar coreográficamente. También se incluyó ¡un desfile de moda! fuera de situación en el que, por cierto, no se tuvo escrúpulos en mostrar a un hombre a cuatro patas, llevado con un collar por una mujer, como si de un perro se tratase. Nos llamó la atención esta decisión. Nada pasó pero, una pregunta: ¿se hubiera atrevido el director a hacerlo al revés? A veces da la sensación de que la sociedad actual no tiene escrúpulos en maltratar la imagen masculina, o incluso ridiculizarla, tanto como se apresta a considerar sexista o de mal gusto cualquier imagen paralela que tenga a una mujer como protagonista.

   Carreres no pudo resistir la tentación de convertir a Siebel, que es un hombre aunque lo cante una mezzo –al igual que sucede con otros papeles operísticos, como el Cherubino de Le nozze, de Mozart, por ejemplo-, en una mujer, puede que haciendo un guiño al lesbianismo. La coreografía pensada para La noche de Walpurgis nos pareció redundante y poco atractiva. Se tardó demasiado en los cambios de escena, lo que alargó demasiado la velada. Algunos no fueron limpios y dejaron ver, por ejemplo, como se colocaban los artistas antes de afrontar la siguiente. Carreres, en definitiva, convirtió el Infierno en Guantánamo –literalmente- y al Fausto, el de Gounod, en un verdadero infierno dramatúrgico para quien quería ver en él la obra del gran compositor francés. Qué pena. La producción fue pateada con bastante intensidad. Es razonable que haya sido así. Buena parte del público empieza a estar harto de este tipo de propuestas tan poco coherentes.

   Entre el reparto hubo de todo. La voz de Stefan Pop nos gustó, tanto en volumen como en timbre, aunque su registro agudo nos pareciese tenso e inseguro. En cualquier caso, mostró un buen instrumento de tenor con mucho más potencial que el que ofreció y se le podría haber sacado mucho más partido.

   Mark S. Doss ofreció una buena recreación de Mefistófeles, gracias a una voz siempre presente, más incisiva en los principios de frase que a lo largo del fraseo pero adecuada al tono lírico y dramático del rol. Fue uno de los más aplaudidos con merecimiento, a pesar de la carga de la imagen de Karl Lagerfeld.

   Maite Alberola ofreció una interpretación del personaje de Marguerite muy poco adecuada, con una línea de canto demasiado vulnerable, casi endeble, que sin duda requería de una mayor riqueza y expresividad y, por descontado, un agudo más seguro. La forma en que cortó el sonido al final de la obra nos pareció significativa de esta carencia. Desde el punto de vista escénico tuvo momentos brillantes. Su interpretación de la locura de Marguerite fue soberbia y mereció un mayor reconocimiento del público tras su realización.

   Borja Quiza fue el primero en recibir las ovaciones de la noche. Hasta su salida a escena el público estuvo especialmente frío. Quiza viene de realizar una notable recreación del Barbero en la obra del mismo nombre de Rossini, en La Coruña, y se puede decir que aquí volvió a dejar muy buen sabor de boca, incluso mejorando en ciertos aspectos su participación en la ciudad gallega, pues observamos con emoción un fraseo reconfortante, emitido con gusto, aplomo, sonoridad y una atractiva intencionalidad dramática. Estuvo espléndido en su recreación del personaje, incluso en situaciones escénicas complejas de las que supo salir airoso con brillantez.

   Menos interesante fue el Siebel de Lidia Vinyes Curtis, con una línea de canto a la que sin duda le falta carácter y mayor presencia vocal. Correcto el Wagner de Pablo Ruiz y algo menos estimulante el trabajo vocal y escénico de María José Suárez como Marthe.

  No nos gustaron dos cosas del final. Forzando prolongar el aplauso  lo más posible para enmascarar el pobre resultado cosechado, se dilató demasiado el encendido de las luces de la sala mientras buena parte del público se levantaba con ellas apagadas. Qué poca elegancia la de la organización. Después están esos gritos de júbilo de los miembros de la producción al cerrarse el telón. ¿Un griterío? ¿Es ésta la imagen con que se quiere despedir al público? Qué poca clase.

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