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Crítica: Gregory Kunde y Ainhoa Arteta protagonizan 'Manon Lescaut' de Puccini en Bilbao, bajo la dirección de Pedro Halffter

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Autor: Rubén Martínez
28 de febrero de 2016

AVE, SERA GENTILE

Por Rubén Martínez
Bilbao. 26/II/16. Palacio Euskalduna. Manon Lescaut, Puccini. Ainhoa Arteta, Gregory Kunde, Manuel Lanza, Marifé Nogales, Stefano Palatchi, Manuel de Diego, Gexan Etxabe, David Aguayo. director musical: Pedro Hallfter. Director de escena: Stephen Medclaf. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Coro de Ópera de Bilbao.

   Parafraseando a Edmondo, fue sin duda una gran noche de ópera la que pudimos presenciar el pasado viernes en el Palacio Euskalduna de Bilbao. El contar con dos solistas del nivel de Ainhoa Arteta y Gregory Kunde hacia presagiar que asistiríamos a un gran espectáculo y los resultados no defraudaron, todo ello a pesar de los dos handicaps habituales a los que se enfrenta la temporada bilbaína, siendo el primero de naturaleza puramente logística cual es el propio Euskalduna con su desmesurada volumetría que impone desde el principio una frialdad y una distancia excesiva no sólo física sino también emocional entre el público y lo que acontece en el escenario (ahora que se buscan desesperadamente fuentes alternativas de ingresos no sería mala idea ofrecer un servicio de alquiler de prismáticos o incluso catalejos para las localidades más lejanas), algo dramáticamente alejado del entorno para el que la ópera, como forma de arte, fue concebida y en el que debería poder disfrutarse. El segundo obstáculo con el que debe lidiar ABAO es el de un público difícil de calificar, peculiar como pocos y con una aversión al aplauso casi alérgica no sabemos si influenciada por el primer handicap descrito, por su excesivo conocimiento o por todo lo contrario. Habiendo presenciado ópera en un buen número de teatros internacionales, nunca me he encontrado con el triste espectáculo de esos saludos finales en los que el aplauso se dosifica hasta el punto de desaparecer literalmente entre la salida de un artista y otro. Por más veces que lo haya visto, no termino de acostumbrarme a ello.

   Gregory Kunde continúa haciendo historia y tenemos la oportunidad e inmensa fortuna de poder ser testigos de ello. Nuevo rol, nuevo debut y nuevo éxito incontestable del tenor americano. Es el De Grieux un papel temido por muchos colegas al presentar una escritura realmente exigente, con ese gusto de un Puccini aún joven por poblar la partitura de notas por encima del pentagrama, al estilo de "Edgar" pero con una densidad orquestal más trabajada. Insignes figuras tenoriles han evitado presentarse sobre las tablas con esta ópera (Pavarotti y Carreras sólo realizaron sendas grabaciones discográficas) si bien el ubicuo Domingo sí hizo del rol un caballo de batalla que paseó durante la década de los 70 y principios de los 80 por numerosos escenarios (aparte de grabarlo, cómo no, dos veces como solista y otra como director con el "divo" Andrea Bocelli), teniendo que abandonarlo bastante antes que otros roles puccinianos debido a su exigente tesitura. A día de hoy nos encontramos a Roberto Alagna que también está debutando el título en el Metropolitan Opera de Nueva York, diez años después de su frustrado intento en Turín.

   Es difícil explicar el fenómeno vocal Kunde y por más que le hemos visto resulta imposible no seguir asombrándose por lo que este artista está consiguiendo pasados los sesenta. Hace apenas unas semanas ofrecía un espectacular Otello rossiniano en Barcelona, anteriormente un colosal Samson en Valencia y en apenas un par de meses debutará el Idomeneo en esta ciudad. ¿Cómo es posible que un artista pueda rendir a semejante nivel de excelencia simultáneamente con compositores tan diversos y aparentemente antagónicos como Verdi, Rossini, Puccini, Mozart o Donizetti?. Lo cierto es que el Des Grieux se adapta perfectamente a su vocalidad ofreciendo un retrato fresco, apasionado y vocalmente lujurioso. Es un placer verlo resolver pasajes enormemente comprometidos con pasmosa facilidad pero no por ello con menor entrega y generosidad. El rol tiene una dificultad endiablada. Sólo en el primer acto Puccini le encomienda dos arias y dos dúos de gran exigencia. El registro agudo de Kunde es oro puro, siendo capaz de sostener tesituras que se mueven permanentemente entre el fa y el la con resultados musicales impecables y lanzando auténticos latigazos en los numerosos sí bemoles que pueblan el pentagrama así como en los menos abundantes sí naturales (espectaculares en el "con te portar dei solo il core" o en el "guardate, pazzo son"). El oppure al do sobreagudo en el cuarto acto ("ah Manon") fue otro de esos sonidos dignos de conservar en la memoria. Pero Kunde no sólo ofrece agudos: su inteligencia musical para las dinámicas es indudable, variando su fraseo y huyendo permanentemente de la monotonía, con un registro central de atractivo e inconfundible color y una notable imaginación que le permite desgranar el texto con una intención que no deja indiferente.

   Ainhoa Arteta demostró seguir encontrándose en un momento dulce de su madurez artística, con una vocalidad perfecta para Puccini y el verismo, no dudó en sacar todo el juego posible a un personaje que debe ser capaz de transmitir ese cambio brutal entre la inocencia y curiosidad del primer acto a la madurez drástica en su certeza y desesperación de un destino implacable a partir del tercer acto. Arteta luce hoy un instrumento de gran personalidad tímbrica, suntuoso en su sección central y aguda, coloreado y carnoso, con un vibrato que se integra perfectamente con el resto de cualidades tímbricas y lo hace aún más opulento, luciendo una sección grave que ha trabajado y mejorado indudablemente en los últimos años a base de técnica, estudio y dedicación, mucho más llena que en sus inicios, permitiéndole ofrecer retratos de mayor carga dramática, con un "sola, perduta, abbandonata" de gran impacto, desgarrador por momentos (ese "non voglio morir") pero también luciéndose en esa espléndida página que es "in quelle trine morbide" en la que Arteta pudo demostrar el absoluto dominio que aún tiene sobre el control del aire y la emisión sul fiato en pianissimo. Por supuesto, la implicación escénica de la soprano tolosarra y la forma de vivir y presentar a su personaje continúa siendo una característica marca de la casa, que no por conocida debe dejar de ser justamente apreciada y valorada.

   Tras un tiempo alejado de los escenarios por decisión propia, Manuel Lanza retomó su carrera hace escasas temporadas y presenta a día de hoy una vocalidad de mayor volumen y enjundia, con ese centro amplio, pastoso y de agradable color que siempre le caracterizó, ideal para el rol de Lescaut así como para otros papeles puccinianos como el Sharpless o el Marcello. En esta cita el barítono cántabro presentó una afinación más segura que en otras ocasiones así como un agudo mejor resuelto, ofreciendo un retrato creíble del hermano de Manon en un papel amplio e ingrato, de gran dificultad musical, en el que supo sacar partido a su pequeña página solista "una casetta angusta" en el segundo acto.

   Por su parte el veterano Stefano Palatchi lució oficio y tablas en su personificación de Geronte di Ravoir, con esa emisión fácilmente reconocible y una sección medio grave que corre sin problemas por el auditorio. También siguen ahí sus limitaciones técnicas en el registro central y agudo, con un sonido opaco que pierde dramáticamente brillo y armónicos si bien Palatchi lo compensa de forma suficiente con un dominio del fraseo y de los modos escénicos que le siguen haciendo una opción nada desdeñable para este tipo de roles.

   Manuel de Diego presentó una voz de timbre agradable, homogéneo y de proyección suficiente en el exigente rol de Edmondo mientras que Marifé Nogales agradó en su breve pero expuesto papel de músico en el segundo acto, con intachable musicalidad y un instrumento denso y aterciopelado.

   Buen trabajo el del tenor Eduardo Ituarte en su doble compromiso como maestro de baile y lamparero, correcto David Aguayo como sargento y a menor nivel Gexan Etxabe como posadero y comandante de la marina.

    La Orquesta Sinfónica de Euskadi presentó un sonido cuidado, brillante y de calidad, especialmente en las cuerdas así como en el viento metal. Pedro Halffter se ha posicionado como un director especialista en Puccini y el repertorio contemporáneo. Su lectura de esta partitura ha ahondado en tiempos amplios que en ciertos momentos han sustraido impacto y fuerza dramática a la escena, como en el "cosí bravo" del coro tras el "Manon ti stringi a me" en el tercer acto, bastante falto de dinamismo. Desajustes entre foso y escenario hubo unos cuantos, si bien es cierto que el maestro supo reconducirlos para que la sangre no llegara al río. No es Halffter un director que guste de interactuar en exceso con los solistas sobre las tablas, ni es en absoluto pródigo en indicaciones ni entradas. Casi siempre que lo he visto dirigir en foso he tenido la sensación de cierta inseguridad, demasiado pendiente de la partitura, con gesto genérico, metronométrico y confuso. No obstante el resultado musical en esta ocasión ha sido notable aunque no especialmente personal.

   Sobre el Coro de Ópera de Bilbao ahondamos en nuestras apreciaciones de ocasiones anteriores sobre el desequilibrio existente entre las secciones masculina y femenina. Los hombres muestran instrumentos más importantes, frescos y brillantes mientras que las mujeres presentan un sonido más ácido, metálico y caído. En cualquier caso resultado musical digno de todo aprecio en una partitura especialmente desafiante para el coro por amplitud y variedad de números.

   La producción del Teatro Regio de Parma es minimalista, con pocos elementos de atrezzo y juega con el simbolismo en torno a esos espejos en la "alcova dorata" que se convierten en prisión durante el tercer acto. También está originalmente resuelta la llegada del carruaje en el primer acto o la partida del buque desde Havre en el tercero. La dirección de actores por parte de Stephen Medcalf está bien planteada y el vestuario a cargo de Jamie Vartan es clásico y atractivo. La iluminación de Simon Corder es interesante en el segundo acto y algo más decepcionante en el cuarto. Producción abierta que no ofrece ninguna facilidad a los solistas a la hora de llenar el enorme auditorio, a lo que hay que sumar la localización un tanto retrasada del espacio escénico. Nos imaginamos que el hecho de que Ainhoa Arteta se arrastre hasta el borde del foso justo antes de su gran aria del cuarto acto habrá sido una sugerencia de la propia soprano, ya que el resto de la acción tiene lugar en una posición mucho más alejada.

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