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Crítica: Il Caleidoscopio Ensemble en la Capilla Real, dentro del XXVIII Festival de Arte Sacro

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Autor: Mario Guada
22 de marzo de 2018

Magnífico recital del conjunto italiano, en el que brilló sobremanera su excepcional violinista, una maravillosa intérprete que trasciende la mera técnica.

Cuando canta un violín

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 20-III-2018. Capilla del Palacio real de Madrid. XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS]. Lacrimæ Mulierum. Obras de Claudio Monteverdi, Marco Uccellini, Domenico Mazzocchi, Luigi Rossi, Giovanni Pandolfi Mealli, Girolamo Dalla Casa, Girolamo Frescobaldi, Bartolomé de Selma y Salaverde, Antonio Caldara y Alessandro Stradella. Francesca Cassinari • Il Caleidoscopio Ensemble.

   Otro nuevo tanto para el este XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS] de la Comunidad de Madrid, y para su máximo –y único– responsable, Pepe Mompeán, al traer por primera vez a un escenario español al conjunto italiano Il Caleidoscopio Ensemble, auténtico crisol de países en su formación fundamental y estable que conforman una violinista australiana, una violagambista española y una arpista griega, a la que sumar en esta ocasión una soprano italiana. Presentaban un hermoso programa –casi de puro Seicento italiano–, que bajo el título de Lacrimæ Mulierum, es descrito así en las escuetas notas al programa: La emoción del llanto, claroscuros de un periodo, el XVII, que transita entre Dolor y Esperanza, cantado por aquellas que derramaron lágrimas al Desamor, a la Muerte. El programa de esta noche es drama sacro y profano, pero sobre todo Teatro y Música. Un programa que transitó por algunos de los autores más destacados del XVII en la composición para la voz, como Claudio Monteverdi (1567-1643) –que abrió y cerró el programa, con la Salve Regina a due soprani y el maravilloso y animoso Laudate Dominum (ambos extraídos de su extraordinaria colección Selva Morale e Spirituale, Venezia, 1640)–; dos exquisitos ejemplos de lo que a mediados de siglo se estaba haciendo en Roma, con Domenico Mazzochi (1592-1665) –otros dos ejemplos de su música: Piangete occhi piangete [Musiche sacre e morali, Roma, 1640] y Lagrime Amare, La Maddalena ricorre alle lagrime [Dialoghi e Sonetti, Roma, 1638]–, además del excepcional Luigi Rossi (1597-1653) con su hermosísima Per si fervidi accenti [Da:Il Pianto della Maddalena, custodiado en el Ms Oxford, Christ. Church Llibrary]; y finalmente un salto a finales del siglo XVII [1698 o 1699], con el extraordinario aria Per il mar del pianto mio, del oratorio Maddalena ai piedi di Cristo de Antonio Caldara (1670-1736), interpretado con un subyugante acompañamiento del pizzicato en la viola da gamba, un acompañamiento acórdico en el arpa triple y una ondulante y recurrente línea, casi a la manera de motivos de tres notas que se desarrollan a la manera de progresiones, en el violín.

   Pero quizá la parte más trascendente del concierto llegó con el aparto puramente instrumental, recogido en diversas combinaciones entre las tres fantásticas instrumentistas. El programa, concebido en forma simétrica, de más a menos efectivos, fue presentando obras con las cuatro componentes, para ir restando efectivos, hasta quedar solamente con viola da gamba y arpa triple, en Ancor che col partire [Il vero modo di diminuir, Venezia, 1584] –magnífico ejemplo del recurso de la dismunicón, tan en boga en aquel momento–, de Girolamo Dalla Casa (c. 1543-1601), y el arpa a solo en una magnífica adaptación para el instrumento de una Toccata para tecla [Manoscritto Chigi, Bibl. Apostolica Vaticana] de Girolamo Frescobaldi (1583-1643). Después se comenzó un ascenso para ir sumando efectivos, hasta concluir con un fin de fiesta festivo en manos de Il divino Claudio, en una fantástica interpretación del laudate Dominum, fusionado de forma fascinante con pasajes del Zefiro torna del propio Monteverdi.

   El aporte vocal de la soprano italiana Francesca Cassinari fue lo menos interesante de la velada. Posee un timbre cálido en su zona media, pero se torna estrecho y tendente hacia retirarse en el agudo, lo que en la Salve Regina a due soprani de Monteverdi, por ejemplo, impidió que se la escuchara con claridad entre el discurso instrumental. No destaca especialmente por la belleza de su timbre, ni resulta especialmente expresiva. Sí hay que adjudicarle justamente un dominio natural del italiano y una dicción en general notable, lo que en las obras de Mazzocchi y Rossi supuso un aporte de sumo interés, así como un fraseo elegante y una inteligente utilización del recurso de la sprezzatura. Aparte de eso, su participación se vio mermada en relación al descomunal nivel de las tres instrumentistas de la velada.

   Puedo decir que Il Caleidoscopio Ensemble es uno de los conjuntos más interesantes y prometedores de la oleada de jóvenes especialistas en estos repertorios. El resultado conjunto es apabullante, especialmente porque hay una simbiosis magnífica entre este talentoso trío. La base armónica y sonora la conforman la dupla Noelia Reverte y Flora Papadopoulos. La española presenta una calidez interesante en su manera de tañer la viola da gamba, desempeñándose a la perfección en el desarrollo de un continuo colorista pero contenido en su equilibrio y carácter apropiados, al que añadió en algunas piezas –e incluso a veces en la misma obra– el aporte del lirone, cuya sonoridad y riqueza armónica resultan tremendamente efectivas, a pesar de quizá no fuera excesivamente necesario llevar un lirone cuando es suficientemente solvente a la viola da gamba. Como solista demostró su capacidad virtuosística en las disminuciones de Dalla Casa, aunque tuvo algunos problemas de afinación en el registro agudo. Por su parte, la arpista griega aportó la imaginación, una colorista paleta tímbrica y la ornamentación –aunque sin excesos– en un continuo que se tornó inteligentemente sobrio cuando la ocasión lo merecía. Por lo demás, interpretó fantásticamente la intabulatura de Frescobaldi, una pieza realmente compleja en la que la esencia del genial teclista permaneció indemne gracias a la calidad superlativa de la intérprete.

   Mención especial merece la violinista Lathika Vithanage, uno de los descubrimientos más monumentales en el mundo del violín barroco en los últimos años. Personalmente di con ella la temporada pasada –precisamente en el FIAS–, en un concierto junto a La Guirlande. Ya entonces me quedé fascinado por su impresionante capacidad técnica, su fluidez y apabullante naturalidad, pero especialmente por la belleza de su sonido y su descomunal capacidad expresiva. En muy pocas ocasiones se da una conjunción tan magistral de estas cualidades como en su caso. Sin duda, la australiana es un milagro musical que hay que valorar como merece. Buena muestra de todo ello quedó patente en sus intervenciones junto a Cassinari, en una Salve Regina –ella interpretando la línea de la segunda soprano– en la que sencillamente absorbió toda mi atención, dejando a la voz en un segundo plano; pero especialmente en sus partes solísticas, con piezas de una belleza y complejidad tan evidente como la Sonata Seconda «La Luciminia contenta» [Sonate, Correnti et Arie Opera Quarta, Venezia, 1645], de Marco Uccellini (1603-1680); la Sonata Quarta «La Castella» [Sonate a Violino Solo Opera Terza, Innsbruck, 1660], de Giovanni Pandolfi Mealli (1630-1670); la Canzona prima a due [Canzoni, Fantasie et Correnti, Venezia 1638], de Bartolomé de Selma y Salaverde (1580-1638); y la magnífica Sinfonia [Manoscritto della Biblioteca Nazionale Universitaria di Torino] de Alessandro Stradella (1645-1681). Muy pocas veces se puede escuchar a un violín cantar con ese lirismo, esa capacidad para evocar y emocionar, con ese hipnotismo que te atrapa desde la primera nota, igualando su facilidad para las posiciones de la mano izquierda con un dominio insultante del arco, y logrando construir un universo sonoro eficaz que se mueve con igual solvencia en la brillantez virtuosística más poderosa, pero también en los pasajes que requieren de un sonido más obscuro y refinado. No se le puede pedir más a una intérprete con una musicalidad tan superlativa, cuyo instrumento es prácticamente una extensión de sí misma. Espero no equivocarme y ver a Vithanage como una de las grandes referencias del violín barroco en los próximos años.

   Un magnífico recital, que me trae a la mente aquel grato recuerdo del concierto del L’Estro d’Orfeo de Leonor de Lera, precisamente en la Capilla Real y con el Seicento como protagonista. Esta unión de Capilla Real y Seicento está resultando de lo más fructífera para el FIAS. Esperamos que vengan más simbiosis como estas en el futuro.

Fotografía: Patrimonio Nacional.

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