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Crítica: Recital de Angela Denoke en el Teatro Real

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Autor: Mario Guada
17 de junio de 2016

La cantante alemana cierra las Sesiones golfas del Real con un repertorio fascinante, pero cantado con demasiada calidad para resultar verosímil.

DE BERLÍN A ALABAMA ENTREGUERRAS

  Por Mario Guada
Madrid. 15/VI/2016. Teatro Real. Sesiones golfas. Obras de Kurt Weill, Walter Kollo, Werner Richard Heyman, Hanns Eisler, Friedrich Hollaender y Mischa Spoliansky. Angela Denoke • Tal Balsahi • Norbert Nagel • Tim Park.

   Cabría preguntarse si todos los recitales de música clásica ofrecidos por el Teatro Real han de estar destinados a sublimar el arte musical más elevado y entretener a un público selecto, y en algunas ocasiones más interesado por ciertos asuntos que lo propiamente musical. Desde luego, conciertos como el de hoy desmitifican en gran medida el concepto de música clásica, la sublimación de esta como arte para las elites y el acceso a un público en busca de la opulencia social. Angela Denoke, la soprano alemana, bien conocida por los apasionados de la ópera, recaló en la capital española para ofrecer a los asistentes –muchos huecos libres en el coliseo madrileño– un impactante y realmente interesante repertorio de entreguerras, basado en obras de autores bien conocidos en este ámbito.

   Kurt Weill (1900-1950) es quizá el autor más célebre en este repertorio que históricamente se ha vinculado con el cabaret. Cabría mejor situarlo dentro de esa corriente de la Gebrauchsmusik [música utilitaria], en el que la música no tiene sentido per se, sino que requiere de su uso y función dada –como bien se encarga de anotar Gabriel Menéndez en sus fabulosas notas al programa–. Weill fue el encargado de abrir el recital con su fantástica Berlin im Licht. Autor muy representado en la velada, protagonizó algunos de los momentos más exquisitos merced a Und was bekam des Soldaten Weib, Bilbao Song, su célebre Alabama Song, o Denn wie man sich bettet so liegt man y Nanas Lied, que abrieron la segunda parte del recital. Weill es crudo, irónico, a veces hasta punzante, pero lo hace con una inteligencia y una calidad tales, que es un gusto escuchar sus obras. Hanns Eisler (1898-1962) es un compositor de sumo interés, también en estos repertorios menores. A pesar de estar representando solo por dos piezas, Der Graben y Lied von Meldau, deparó algunos de los momentos más duros y subyugantes. Su tratamiento musical es realmente descriptivo cuando narra, de manera casi tóxica, las realidades nefastas de la guerra. Por su parte, Werner Richard Haymann (1896-1961) es uno de los grandes exponentes de la música para el cabaret berlinés, pero también es capaz de narrar de manera más profunda y refinada otro tipo de expresiones del alma humana, sobre todo en Irgendwo auf der Welt. Sin duda fue un fantástico descubrimiento. El otro autor ampliamente representado fue Fredrich Hollaender (1896-1976), otro exquisito ejemplo del cabaret en Berlin y de la música para cine. Destacó especialmente su alegato feminista Raus mit den Männern aus dem Reichstag, con gran energía y notables influencias de otros géneros musicales. El quinto autor en liza fue Mischa Spoliansky (1898-1985), del que tan solo se interpretó su hermosa Leben ohne Liebe kannst du nicht, una contradictoria y delicada defensa del amor como principal elemento vital.

   Todos los autores son representantes de un tiempo convulso, en el que el respeto entre los seres humanos estaba rozando el más profundo y fangoso de los fondos. Es por eso que muchos de ellos, por tener origen judío, se vieron obligados a emigrar. Todos ellos visitaron en algún momento de sus vidas los Estados Unidos y mostraron interés por géneros urbanos como el jazz, el ragtime e incluso el tango, como  se aprecia claramente en algunas de sus obras: Johnny, wenn du Geburgtstag de Hollaender, es un tango velado y sutil; Männern aus dem Reichstag, puro jazz de big band; o Leben ohne Liebe kannst du nicht un gran ejemplo de ragtime. Todo está ahí, convirtiendo a estos géneros en una banda sonora de un momento europeo decadente, de una manera de vivir a medias entre el miedo y el desgarro, a la par que rebosante de ganas de vivir y de disfrutar los momentos. Desde luego, el repertorio es apasionante y bien vale una sesión golfa, o las que se tercien. Sin duda hay que reivindicar más estos géneros escénicos, porque describen como pocos el devenir de un momento histórico y muestran el interior del ser humano de una manera menos idealizada de lo que estamos acostumbrados a percibir en otros géneros.

   No soy un especialista en la época, el repertorio, ni en la forma de interpretar estas músicas. No obstante, a pesar de que Denoke es una excepcional cantante, con una sobrada técnica, brillante y límpida dicción, y una notable capacidad escénica, me dejó la sensación de presentar las piezas de una manera demasiado pulcra, como si al restaurador de un cuadro se le hubiera ido la mano al eliminar los restos de suciedad que el paso del tiempo ha dejado. Si uno tiene en mente a alguna de las cantantes referenciales en el repertorio –varias de ellas bien conocidas por todos–, se da cuenta de que Denoke afrontó de manera excesivamente lírica y exquisita una música que en su concepto no requiere de una interpretación tan impecable. Ya ven, a veces la perfección no es siempre una virtud. Dicho lo cual, desde luego no se le puede poner un pero técnico a Denoke, ni siquiera en lo escénico, estando equilibrada, sin resultar sobreactuada, con una presencia calmada pero imponente, y sabiendo en qué momentos debía desatar la furia interior. A pesar de todo, en muchas ocasiones no resultó creíble a nivel vocal, precisamente por lo impoluto de su visión.

   Estuvo acompañada de tres instrumentistas de primer orden. Tal Balsahi cumplió de forma exquisita al piano, siempre presente, pero en su punto justo. Gran apoyo armónico, lució con especial brillantez en piezas como Nanas Lied de Weill, dialogando de tú a tú con la voz. Norbert Nagel aportó de manera brillante el toque tan expresivo que siempre presenta el clarinete –tan evocador de lo judío–. Fue el elemento más dinamizador de la velada, especialmente vibrante en la sonoridad profunda y carnosa de su clarinete bajo. Tim Park encarnó al noble color de su violonchelo de manera elegante, resultando muy expresivo y pictórico. Supuso un sustento muy interesante a la voz en muchos pasajes, adaptándose a ella con gran solidez.

   Sin duda un complemente fantástico a las representaciones de Moises und Aaron de Schönberg, Der Kaiser von Atlantis de Viktor Ullmann y Brundibár de Hans Krása, que sería deseable se programara con mayor frecuencia por estos pagos, puestos a pedir, preferiblemente de la mano de una voz algo más alejada de una técnica tan descollante y más cercana a una mayor verosimilitud. Aun así, la velada resultó encantadora, como así demostró el público con varios minutos de aplausos, que se vieron recompensados con tres obras extra: Moritat von Mackie Messer, célebre canción de Weill, Das gibt’s nur einmal, de Heymann, y Peter, de Holländer, para ofrecer momentos de mayor comicidad y feedback entre los intérpretes. Especialmente reseñable fue también la labor extramusical de Reinhard Bischel, quien con su diseño de iluminación y sus fantásticas proyecciones fotográficas ayudó mucho a crear ese ambiente requerido de lúgubre decadencia del cabaret, que sin duda añadió un punto extra a la exquisita velada.

Fotografía:  Javier del Real

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