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Crítica: Semyon Bychkov y la Filarmónica de la República Checa en la Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
10 de abril de 2023

«Un silencio sepulcral cercano al minuto nos permitió mitigar el sentimiento de congoja con el que Bychkov nos dejó. Después, vítores y ovaciones para orquesta y director que tuvo que salir seis veces a saludar, y al que sus propios músicos no dejaron de aplaudir»

Un Mahler de otra época

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 29-III-2023, Konzerthaus. Sinfonía n.º 6 en la menor de Gustav Mahler. Česká filharmonie. Director musical: Semyon Bychkov.

   En 2018, cuando la Filarmónica Checa anunció que el petersburgués Semyon Bychkov sería su nuevo director, fui de los que recibieron con cierto recelo la noticia. No porque el gran director ruso no tuviera el currículum y el nivel requerido, sino porque su historia nos mostraba que ha dado lo mejor de ella con directores checos –figuras legendarias como Václav Talich, Rafael Kubelík, Karel Ančerl o Václav Neumann– que se mantuvieron a su frente durante largos periodos de tiempo –salvo el caso de Kubelík por su temprano exilio–, y que sin embargo, sus relaciones con directores extranjeros –Gerd Albrecht, Vladimir Ashkenazy o Eliahu Inbal– han sido siempre mucho más cortas, y en ciertos casos no exentas de problemas. Incluso un director de la inmensa talla del añorado Jiří Bělohlávek tuvo que dejarla en su primera etapa por problemas con los músicos que le acusaron de ser «demasiado moderno». Desde entonces la orquesta se ha rejuvenecido muchísimo sin que se resienta su enorme calidad, Semyon Bychkov se ha ganado a los músicos, y el tiempo ha disipado las reticencias que tenía el que suscribe. La orquesta y el petersburgués mantienen un idilio impecable que durará al menos 10 años, ya que el pasado septiembre se anunció la extensión del contrato al menos hasta 2028.

   La primavera pasada, en una serie de tres conciertos en el Musikverein fuimos testigos de como Bychkov está encantado con la orquesta y ésta con él. Y esta nueva visita al Konzerthaus no hace sino confirmar esta impresión. Las versiones que está realizando a orillas del Moldava desprenden frescura, naturalidad y huyen en parte de conflictos innecesarios. En fin, alegría de vivir, algo que Mahler tenía muy claro y que buscaba continuamente, por mas que muchos le vean como el «compositor de la muerte». La evolución a este Bychkov distinto, más afable, más cálido, de trazo más fino, con menos aristas y también con menos ruido que en el pasado, la podemos ver en la evolución de su acercamiento a esta Sexta sinfonía. En la primavera de 2015 ofreció una versión con la ONE imponente pero con «mucho aparato», casi de tintes «shostakovichianos». Un año después, con la Filarmónica de Nueva York, encontramos un Bychkov mucho mas atento al detalle, con un Andante mágico, de enorme belleza. La otra tarde se recreó en un hedonismo orquestal que por momentos nos transportó a un Mahler de otra época, al de los Bernstein, Kubelík o Tennstedt, maestros para los que, simplificando, Mahler era más el último compositor del S. XIX que el primero del S. XX.

   El Sr. Bychkov empezó la sinfonía a buena marcha pero sin el sonido acerado de violonchelos y contrabajos que tanto gusta a otros colegas suyos actuales. Hubo calidez y tanto el tema inicial como el de «Alma» sonaron bellísimos, al igual que el apacible tema central, con sus cencerros fuera del escenario, y en la parte final del movimiento.

   El director petersburgués eligió la configuración original de movimientos por lo que entramos de lleno en un Scherzo más enérgico, de tímbrica cristalina, donde dio una lección de gestionar ritmos y sonoridades, y donde escuchamos diálogos preciosos entre cuerdas, xilófonos y maderas, con todos los solistas a gran nivel.

   A su término, dejó la batuta sobre el atril y se embarcó en un Andante fascinante, fraseado de manera soberbia al ritmo del movimiento de sus manos y brazos. Un Andante natural, de tempi amplios, donde la música fluía y fluía y donde cada solista, ya fueran las arpas, el concertino o el trompa disfrutaban del momento y nos hacían lo propio.

   Recuperada la batuta, el Finale fue un prodigio de brillantez, fraseo, y de regulación de tensiones. Perfiló «el/los tema/s del destino» o los diversos clímax con mayor nivel de tensión pero extremando el balance entre las distintas secciones y con una transparencia sobresaliente. Tuve la sensación de oír notas que no siempre se oyen. Los últimos grandes clímax seguidos de crecendos de cuerdas y arpas arpegiadas que terminan con el timbal tocando el tema del destino fueron excepcionales, más bellos de lo normal, como dándonos a entender que no todo está perdido, que hay margen para un destino no tan trágico como el que le espera a él –la muerte de su hija María, su salida de la Opera de Viena o la endocarditis de la que morirá pocos años después–.

   Un silencio sepulcral cercano al minuto nos permitió mitigar el sentimiento de congoja con el que Bychkov nos dejó. Después, vítores y ovaciones para orquesta y director que tuvo que salir seis veces a saludar, y al que sus propios músicos no dejaron de aplaudir. Parece que el idilio entre ambos continua, y que seremos testigos de primera fila. Ya está anunciado su vuelta al Konzerthaus para la temporada próxima. Tras sus éxitos la temporada pasada con Mi patria de Smetana y con la Misa Glagolítica de Janacek, le espera Antonin Dvorak.

Fotografías: Petra Hajska/Wiener Konzerthaus.

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