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Crítica: The Cookers visitan el ciclo «Jazz en el Auditorio» del CNDM

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Autor: Juan Carlos Justiniano
14 de abril de 2022

Se podría decir que la bipolaridad es la que definió la visita del septeto a Madrid; ya pudo rozarse la catástrofe, que la genialidad, la maestría y el oficio de The Cookers salieron a la luz. Y esto ocurrió a la vez que todo iba corrompiéndose.

«Bailar sobre arquitectura»

Por Juan Carlos Justiniano
Madrid, 9-IV-22, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Jazz en el Auditorio]. The Cookers: Eddie Henderson [trompeta], David Weiss [trompeta], Billy Harper [saxo tenor], Craig Handy [saxo tenor], George Cables [piano], Cecil McBee [contrabajo] y Billy Hart [batería].

   En un mundo habitado por todólogos, uno se hace pequeñito ante ciertas situaciones que ponen en dificultades las propias capacidades de comprensión de lo que ocurre alrededor. No se puede no tener opinión en 2022. Pero el concierto de The Cookers del pasado sábado en la madrileña sala de cámara del Auditorio Nacional ha sido una de esas circunstancias sobre las que resulta difícil decir algo porque uno salió con más dudas que certezas y, desde luego, con el dilema de si avanzar con esta nota o guardarse sus reflexiones. Por decoro y por respeto tanto con los artistas como con la organización, el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM).

   Hablar de música ya tiene su aquel, porque esta por sí misma no proyecta ni vehicula ningún tipo de idea ni de contenido que no sea musical. En puridad no existen asideros para, sea lo que sea la música, encauzar su comentario. Y al respecto es bien conocida aquella ocurrencia (atribuida por unos a Elvis Costello y por otros a Thelonius Monk) de que escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura: algo realmente estúpido. Esto es así incluso cuando las condiciones que rodean a la mera impresión auditiva son óptimas; pero cuando se tiene que opinar de un concierto del que no se ha entendido nada (ni lo que tocaron ni cuando el portavoz del grupo se dirigía al público o a los técnicos) se añade un obstáculo casi insalvable que multiplica exponencialmente la complejidad de todo. Hablar de música es como bailar sobre arquitectura, pero hacerlo del concierto de The Cookers del pasado sábado es hacerlo además a ciegas, a sordas, sin haber bailado en la vida y sin ningún tipo de referencia ni espacial ni rítmica.

   Todo esto quiere decir que el concierto del sábado estuvo cerca del desastre. O que pareció estarlo a ratos. Y la responsabilidad no sé si fue de la acústica, la amplificación y/o de la propia banda. Todavía no me he formado una opinión. Se produjeron no pocos abandonos durante el concierto y hasta una espontánea alzó la voz en un par de ocasiones para amonestar de soslayo tanto a los músicos como a los técnicos y a la organización pidiendo que «bajaran el volumen de la batería» (sic)… Aquí podría acabar la reseña e informativamente sería impecable.

   Pero me han pedido que haga el esfuerzo y continúe.

   Es de sobra conocido que la acústica del Auditorio Nacional no es la más idónea para la música amplificada ni para el jazz. Si se trata de un trío o incluso un cuarteto la cosa puede que funcione, pero es que The Cookers es una reunión de siete vetaranísimos músicos que practican un lenguaje extremadamente exigente, sofisticado e incluso frenético con unas maneras digamos que muy vehementes. Esto último es aplicable sobre todo al caso del baterista Billy Hart que, castigando a su instrumento, acabó eclipsando, para bien y para mal, a sus compañeros. (Las incógnitas de la visita a Madrid de The Cookers incluyen también que hasta uno sospeche que coquetear con el caos fuera un autosabotaje). Tensionó aún más la acústica el repertorio, con temas muy complejos, cargados de información, de mucha escritura y armonizaciones arriesgadas a cuatro partes de viento. Eran demasiadas notas las que tenían que estar en su sitio de forma completamente nítida.

   Es cierto que fueron dos horas donde hubo mucho de estruendo. Pero siendo esto poco discutible, para nada sería justo concluir que el de The Cookers fuera un concierto para olvidar. Lo que hace de verdad difícil escribir este comentario es que una cosa no condujo a la otra. Y es que debajo de tanto exabrupto hubo momentos bastante rescatables. Ahora que estamos en la Semana de la Pasión, se puede decir que The Cookers llevan en el pecado la penitencia, que el carisma, el temperamento y la apuesta tan exigente del grupo son a la vez su talón de Aquiles cuando visitan salas como la de cámara del Auditorio Nacional.

   Fue rescatable en primer lugar el programa, confeccionado a partir de  composiciones  bien interesantes de las dos últimas grabaciones del conjunto: The Call of the Wild and Peaceful Heart (Smoke Sessions Records, 2016) y Look Out! (Gearbox Records, 2021). También cabe rescatar algo tan básico como la talla y la trayectoria de una banda de auténticas leyendas con un papel bien relevante en la historia del jazz. (Todos ellos octogenarios, por cierto, con la excepción del trompetista David Weiss y el saxofonista alto Craig Handy). Puede que como individualidades parezcan secundarios, pero cualquier aficionado habrá encontrado con bastante recurrencia los nombres de Eddie Henderson (trompeta), Billy Harper (saxo tenor), Georges Cables (piano), Cecil McBee (contrabajo) o Billy Hart (batería) junto a grandes como Freddie Hubbard, Art Blakey, los Jazz Messengers, Woody Shaw, Sonny Rollins, Charles Tolliver, Roy Haynes o Chico Freeman.

   Se podría decir que la bipolaridad es la que definió la visita del septeto a Madrid. Ya pudo rozarse la catástrofe que la genialidad, la maestría y el oficio de The Cookers salieron a la luz. Y esto ocurrió a la vez que todo iba corrompiéndose. Sobre el escenario se intuía a auténticos músicos de primerísimo nivel, pero el volumen implacable y la confusión no permitieron corroborar la hipótesis. Con la excepción de Eddie Henderson y de Craig Handy, que en sus respectivas intervenciones brillaron de una manera inapelable, el resto del grupo se mantuvo en la incógnita. La contundencia y la pegada descomunal de la batería de Billy Hart (y fundamentalmente de sus tambores) opacaron todo y a todos. Pero hubo más cosas: la amplificación del tenor de Billy Harper como su propia situación tan alejada y escorada del micrófono impidieron escuchar apenas su instrumento. Por motivos parecidos (aunque este apuntando en todo momento al micrófono) la trompeta de David Weiss resultó muy confusa. Y la actuación de Cecil McBee (comprendo sus casi 87 años) fue completamente fría y anodina a pesar de haber protagonizado en el pasado intervenciones tan brillantes como las de Spirit Sensitive (India Navigation, 1979), el álbum de Chico Freeman junto al pianista John Hicks y el mismísimo Billy Hart.

   Pero con todo, lo más desconcertante del sábado es que fue la noche de Billy Hart, porque a pesar de la que armó, no perdió ni una. En todo momento se mantuvo cuadrado, como un reloj, atento a cualquier gesto, a cualquier detalle, a cualquier capricho de sus compañeros para clavar una intervención gloriosa. Y todo de memoria, exhibiendo miles de recursos y con una autoridad, una fuerza y una musicalidad descomunales.

   La verdad es que sí, que todo fue un poco de locos.

Fotografía: John Abbott.

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