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Crítica: Yuri Nasushkin dirige el 'Réquiem' de Verdi en el Auditorio Nacional

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
26 de agosto de 2016

NOBLEZA NO PROFESIONAL

   Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 22-10-16. Auditorio Nacional. Coro del la Universidad Politécnica de Madrid, Coro de la Escuela de Organización Industrial. Javier Corcuera, director del Coro UPM. Rupert Damerell, director del Coro EOI.Irina Lévian, soprano. Marina Pinchuck, alto. Eduardo Sandoval, tenor. Isidro Anaya, bajo. «Proyecto 10 - Orquesta» Conservatorio «Teresa Berganza». Yuri Nasushkin, director.

   No es el Réquiem de Verdi una obra que pueda atacarse a la ligera. La densidad armónico-melódica de algunos de sus números es tal que pone en serios aprietos a solistas, coro y orquesta. No es esta montaña sonora de monumentales proporciones la obra que esperaríamos escuchar en las voces de dos coros no profesionales y de una orquesta de estudiantes, pero precisamente eso fue lo que pudimos presenciar el pasado sábado 22 de octubre en la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música.

   Celebrado como parte del ciclo de conciertos de la Universidad Politécnica de Madrid, el encuentro sirvió como conmemoración especial del centenario de la creación en España de los Parques Nacionales. Con este pretexto, antes del Réquiem se interpretó una lenta pero bien empastada versión de la canción Edelweiss que sirvió a un tiempo como homenaje a la naturaleza de nuestras reservas y como calentamiento para una orquesta formada por músicos muy jóvenes que debían afrontar después el reto planteado por Verdi.

   No defraudó en absoluto la labor de los jóvenes maestros de la orquesta «Proyecto 10», que ya desde el comienzo demostraron su valía en un sobrecogedor inicio pianissimo maravillosamente homogéneo. De igual manera obraron los coros, hermanados en esta ocasión, de la Escuela de Organización Industrial y de la Universidad Politécnica, que supieron cumplir perfectamente la indicación «lo más piano posible» que el propio compositor dejara escrita en la partitura. En los pasajes sin orquesta el conjunto coral demostró su capacidad para mantener el tono sin vacilar, poniendo así de manifiesto el excelente trabajo de los directores de coro Javier Corcuera y Rupert Damerell.

   Movimientos más enérgicos, como el Dies Irae o el Liberame Domine, fueron interpretados con una energía desbordante que el director Yuri Nasushkin se encargó de transmitir a sus músicos en un despliegue de gestualidad bien entendida, con la música como fin último y no como mera exhibición. Los coros supieron convencer también en los movimientos más rápidos, con una excelente cohesión entre sus cuerdas.

   En tanto la perfección absoluta es sólo un ideal, hubo irremediablemente una parte menos buena. Para nuestra sorpresa, fueron los solistas los que no estuvieron a la altura de la situación. Que una orquesta de estudiantes y dos coros no profesionales interpreten una obra de este calibre a un nivel tan sorprendentemente alto y cuatro solistas profesionales muestren problemas de sincronía o incluso afinación resulta cuanto menos llamativo. El excesivo vibrato de la soprano impedía en ocasiones saber qué nota estaba cantando. La contralto presentó algunos problemas de afinación en los pasajes más agudos de su parte. Tenor y bajo se mostraron más equilibrados, especialmente el bajo en el Confutatis. No obstante, los cuatro fueron la nota discordante en una noche en la que, pese a todo, los espectadores pudimos disfrutar de la majestuosidad de la obra de Verdi en un conjunto de intérpretes que nos mostraron que la nobleza del sonido puede surgir también de las manos y la voz de músicos no profesionales.

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