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CD: 'LE NOZZE DI FIGARO' DE MOZART EN LA PERSONALÍSIMA VISIÓN DE TEODOR CURRENTZIS

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Autor: Gonzalo Lahoz
19 de febrero de 2014

CD: Le nozze di Figaro de Mozart, en la personalísima visión de Teodor Currentzis.

SOBERBIO

Por Gonzalo Lahoz.
Le Nozze di Figaro (Mozart). Andrei Bondarenko (Almaviva). Simone Kermes (Condesa). Christian van Horn (Figaro). Fanie Antonelou (Susanna). Mary-Ellen Nesi (Cherubino). Maria Forsström (Marcellina). Entre otros. Musicaeterna. Teodor Currentzis, director.

    Dado que el término “soberbio” admite varias acepciones, diré que cuanto menos, estas Bodas de Figaro puestas en pie por Teodor Currentzis son “diferentes”. Diferentes a todo lo que hasta ahora hemos escuchado, lo cual encierra un aspecto positivo… y uno, o varios, negativos.

   Estas Bodas, llenas de un vertiginoso ardor, son todo lo excesivas que pueda uno imaginar viniendo de una batuta que advierte con orgullo el hecho de que haya habido público que confunda su visión del piano mozartiano con el romanticismo chopiniano. Con todo, el concepto de Currentzis se asienta en la idea de que no se ha interpretado a Mozart como realmente se debe (he aquí otro salvador visionario), simplificando hasta ahora su orquestación y obviando los pormenores de la misma. Afirma el griego que se han ignorado los detalles de la partitura y, aprovechando la jugada, añade los suyos propios, como es el caso de la inclusión de algunos instrumentos totalmente ajenos a esta música, como es la guitarra o la zanfona, así como el uso constante de variaciones al fortepiano, no sólo en los recitativos, sino en el transcurso de toda la música que aquí suena. El resultado, en una primera escucha, descoloca y, en ocasiones, desentona. A partir de la segunda escucha puede empezar a comprenderse la intención del director, incluso a disfrutarse, sobre todo en los finales de acto, donde prima esta particular orquesta, pero sus explicaciones y su forma de abordarlo todo están tan plagadas de contradicciones que no puede defenderse siquiera como homogénea concepción.

   No se libra tampoco la parte vocal, a la que se añaden fioriture y abbellimenti por doquier donde no los hay; escúchense simplemente el Voi che sapete, La Vendetta o cualquier aria. Si contaran estas interpretaciones con las voces que precisamente Currentzis critica y tacha de inadecuadas, qué duda cabe que tendría su interés, pero en manos de Kermes, Antonelou, Nesi y amigos, se convierten en un mal del todo innecesario. Se escuda el griego en que ha elegido las voces “menos operísticas” que ha encontrado y con eso debería quedar todo dicho. Si la orquestación guarda algún interés, desde luego las voces no.

   De veras, que venga ahora alguien a decir que no se ha cantado Mozart como se debiera teniendo en nuestra memoria auditiva las voces de Teresa Berganza en Cherubino, Dietrich Fischer-Dieskau como Conde, Giuseppe Taddei como Figaro o Mirella Freni como Susanna, es incluso un insulto a la inteligencia musical.
   Quisiera llamar la atención llegado este punto sobre una cuestión que me inquieta especialmente, de la que todos los que rodeamos la ópera debemos tener algo de culpa. Resulta que las generaciones de jóvenes (y no tan jóvenes) que se tienen como buenos melómanos no llegan a saber no ya quiénes son Riccardo Stracciari o Rosa Ponselle, quienes por coordenadas y época pudieran quedar más lejos, sino que no llegan a conocer nombres como Carlo Bergonzi, Joan Sutherland o Mariella Devia. Esto es preocupante, pero lo realmente grave es que a las grandes figuras que son historia de la lírica se les eche tierra encima para vender afirmaciones puramente comerciales. La ópera no está muerta, ni mucho menos; y no están muertas las voces que le dan vida, pero por favor, paremos de una vez de hacer revelaciones tan salvajes como que Bartoli es Pasta revivida, Villazón el nuevo Wunderlich mozartiano o, como es el caso, que todos los mencionados anteriormente “se han dedicado a cantar aproximadamente lo que hay en la partitura” y que “ignoran los detalles”,  para además a continuación tener que escuchar a Simone Kermes como Condesa. Más de uno debería sonrojarse.

   Tomemos estas Bodas como una aproximación personalísima, pero nunca, por favor, como una revelación. Rogaría, a quien puede que se acerque a esta maravillosa partitura por vez primera con esta grabación, que también se hiciera con alguna de Giulini, Böhm, Harnoncourt, Klemperer, Abbado, Solti o Kleiber, por poner unos pocos ejemplos y que, tras escucharlas, reflexionara. Reflexión, nos va haciendo falta a todos algo de reflexión.

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