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CD: 'SOMMERNACHTS KONZERT 2013'. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
10 de septiembre de 2013
Foto: Sony
 MANIERISMO DE MIL FULGORES
 
 
Sommernachts Konzert 2013 Palacio de Schönbrumm, Viena. Grabación del concierto alaire libre celebrado el día 30-5-2013. Música de Verdi, Wagner y Johann Strausshijo. Wiener Philarmoniker. Dirección musical: Lorin Maazel. Michael Schade, tenor.Sello Sony classical.  

   Cada año la cautivadora y siempre musicalísima Viena da la bienvenida al verano con un multitudinario concierto al aire libre a cargo de la ya mítica Wiener Philarmoniker, en el marco espléndido del parque y jardines del palacio de Schönbrumm. Este año, dicho concierto se ha dedicado al bicentenario de los dos grandes titanes de la ópera, Giuseppe Verdi y Richard Wagner, bajo la dirección de una batuta emblemática. Lorin Maazel es, indudablemente, uno de los directores vivos de más talento, técnica de batuta y rutilante trayectoria artística. Ciñéndonos a su relación con la ópera y, particularmente, con los dos geniales compositores homenajeados, Maazel nunca ha sido considerado una referencia por la crítica más genuinamente wagneriana. En cuanto a Verdi, más allá de alguna especial relación con una ópera como Luisa Miller (el que firma estas líneas le vio una magnífica recreación de esta partitura hace años en Valencia con la orquesta de la Radio de Baviera), tampoco ha tenido la gran consideración de la que sí ha disfrutado como director pucciniano.
   En la actualidad, el veterano maestro se encuentra en una fase totalmente manierista de la que da cumplida cuenta en esta grabación del concierto vienés al aire libre. Los tempi lentos hasta la exasperación llevan a la absoluta desnaturalización de alguna de las piezas. Por ejemplo, la escena y marcha triunfal de Aida, totalmente morosa y caída de tensión. Lo mismo puede decirse del Preludio de Tristán, amaneradísimo, en los que la desaforada lentitud y un alambicado afán preciosista tendente a desmenuzar cada recoveco de la composición, despojan de intensidad y trascendencia a la pieza. Sin embargo su enorme técnica le permite construir un buen clímax en la muerte de amor interpretada a continuación. En estos casos, la intervención de la batuta es tal, que hacen casi irreconocibles las piezas y parecen ser otras nuevas, de autoría del director. En otros momentos sin embargo, hemos de rendirnos ante el explendor de esos tempi que en ningún momento impiden que aflore la consabida brillantez que siempre ha caracterizado al maestro franco-americano; además, le permiten recrearse en sonoridades de inaudita belleza, en muestras de pura filigrana, gradaciones dinámicas y texturas diáfanas en las que se oye a cada instrumento. Para ello cuenta con la absoluta colaboración de una espléndida Filarmónica de Viena, flexible, sedosa y que brilla con mil fulgores. Ejemplo de ello es la obertura de Meistersinger, a la que uno no tiene más remedio que rendirse por la vía del hedonismo auditivo. En este mismo capítulo podemos incluir, incluso, la obertura de La Forza del destino o la de su querida Luisa Miller,el fragmento verdiano mejor interpretado del concierto. Muy interesante la inclusión de la música de ballet que Verdi compusiera para la intepretación parisiense de Otello en 1894.
   Los dos fragmentos vocales del evento, uno por compositor, están a cargo del tenor Michael Schade. A pesar de que no puede negarse el buen gusto del cantante, se muestra totalmente fuera de juego en el aria "La mia letizia infondere" de I lombardialla prima crociata de Verdi, en la que se escucha un timbre ingrato, árido, biancastro, pobretón, falto de consistencia y absolutamente despojado de squillo, además de emisión gutural, inexistencia de pasaje de registro, deficiente dicción y acentos desvaídos. El acompañamiento resulta parsimonioso hasta la irritación. En el relato de Lohengrin, al menos resulta más idiomático, pero sin duda insuficiente, además de prodigarse en unos falsetes raquíticos.
    Después de una brillante intepretación de la popular Cabalgata de las valquirias en la que la orquesta muestra su grandiosa sonoridad, la grabación contiene como último fragmento la interpretación de la polka rápida "Éljen a Magyar!" (¡Viva la Hungría!) de Johann Strauss hijo, repertorio que no podía faltar en Viena y menos con Lorin Maazel en el podio, siempre magnífico intérprete del mismo.
   En resumen, la escucha del disco hace oscilar al oyente entre momentos de verdadera exasperación por los tempi caprichosamente morosos, por la destanaturalización de las piezas y otros en los que caer rendido, embriagado ante la belleza y brillantez del sonido, la factura de las fascinantes regulaciones dinámicas, la capacidad por hacer aflorar nuevas sonoridades y el virtuosismo de la orquesta con mención especial para la esplendorosa cuerda.
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