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Crítica: Alexandra Deshorties conmueve en el Segundo reparto de 'Gloriana' de Britten en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
26 de abril de 2018

Conmovedora Gloriana de Alexandra Deshorties

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Teatro Real. 23-IV-2018. Gloriana (Benjamin Britten/ William Plomer). Alexandra Deshorties (Reina Isabel I de Inglaterra), David Butt Philip (Robert Devereux, Conde de Essex), Charles Rice (Sir Robert Cecil), Maria Miró (Penelope Rich), Hanna Hipp (Frances), Gabriel Bermúdez (Lord Mountjoy), David Steffens (Sir Walter Raleigh). Pequeños cantores de la JORCAM. Orquesta y coro Titulares del Teatro Real. Dirección Musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: David McVicar.

   La presentación en Madrid de la ópera Gloriana de Benjamin Britten ha supuesto un nuevo éxito para el Teatro Real tras el celebrado y premiado Billy Budd que pudo verse la pasada temporada. Un éxito de crítica –del que ya nuestro compañero Raul Chamorro les dio cuenta y que han compartido otros medios tanto musicales como de información general– y público, sobre todo si lo miramos como espectáculo global, lo que siempre es de destacar. Casi todas las nueve funciones –seis del primer reparto encabezado por Anna Caterina Antonacci y tres por Alexandra Deshorties– se han saldado con aforos superiores al 90%, algo difícil de creer años atrás en una obra de este tipo.

   Musicalmente tuvimos de todo, aunque es de destacar que hubo más luces que sombras. Ivor Bolton ejerció una labor concertadora encomiable. Su dirección destacó sobre todo en su repertorio más afín –la escena de las canciones de laúd o una impoluta Mascarada–y en escenas corales como la del vestido del Acto II. Muy bien llevada también la gran escena del acto final. Por el contrario, mantuvo en general unos tiempos más lentos de lo deseable, especialmente en la obertura, con lo que el pulso dramático se resintió en algún momento. La orquesta mejoró la prestación que tuvo recientemente en Aida, aunque sigue mostrando algunas carencias que a estas alturas deberían estar superadas, como en los pizzicatos que acompañan una de las entradas de Robert, momento de gran lucimiento de las cuerdas y que quedaron apagadas y sin brillo.

   La producción de David McVicar está a estas alturas completamente rodada.  En la penúltima función de la serie, y última del segundo reparto, todo funciona como un guante. Va sobre seguro, con riesgo mínimo, en una escenografía que es muy similar a la que el escocés diseñó para la reciente trilogía Tudor del Metropolitan de Nueva York, y del que en su momento, reseñamos la Maria Stuarda aquí. El escenógrafo Robert Jones construye grandes gradas laterales donde se sitúan los nobles a la manera de un Coro griego, dejando la parte central del escenario libre –idea que ya llevó a la práctica en la Anna Bolena neoyorquina–. Ahí sitúa tres semiesferas armilares giratorias, donde se suceden las distintas escenas. Lo que verdaderamente deslumbra es el vestuario diseñado por Brigitte Reiffenstuel, y la estupenda iluminación de Adam Silverman, que realza los contrastes entre las escenas de corte y las privadas. Con todo ello, McVicar engarza una escena tras otra con un objetivo claro: resaltar el personaje de Gloriana.

   Si la labor de la Antonacci en el primer reparto ha sido suficientemente alabada, no podemos quedarnos atrás con la labor de Alexandra Deshorties en el segundo.

   Es la primera vez que veía a la franco canadiense, que lleva una carrera consistente en teatros importantes como el an der Wien, La Monnaie, Ginebra, o la WelshNational Opera, donde se ha enfrentado a personajes de la envergadura de Medea, Norma o la Elisabetta de la Maria Stuarda. La voz no tiene un atractivo natural, es de tamaño medio, con un centro amplio y un agudo algo justo y apurado. No son quizás las mejores condiciones para enfrentarse al bel canto, pero aquí se juega con más parámetros. Britten compone un personaje apabullante, el de Isabel I. Un personaje imperial, majestuoso e impulsivo cuando está rodeado de la corte; justo y ecuánime cuando está con el pueblo; pero que en su zona privada  tiene tantos estados de ánimo como cualquier persona. Según el momento, su relación con Robert Devereux, Conde de Essex, puede ser de alegría, camaradería y amor platónico;  o de tristeza e inseguridad.

   La Sra. Deshorties compone una Gloriana de una pieza pero con múltiples registros. Su asunción del personaje es tal que llega a dar miedo. Sus movimientos escénicos con la cara empolvada de blanco, y los vestidos entubados, tipo miriñaque, encorsetada de arriba abajo, y siempre guiada por la mano de McVicar son perfectos. El desdén con que despacha la escena del duelo contrasta con la ternura que muestra hacia los niños de Norwich. Pero si hay una escena compleja, en la que la Sra. Deshorties mostró un temple especial, es la entrevista en camisón con Essex al retorno de éste. La tristeza de que su amado la viera sin arreglar, se trasmutó primero en irritación al descubrir la traición de éste, y posteriormente en melancolía cuando se huele que tendrá que firmar su sentencia de muerte. La escena final, donde saltaron chispas en su enfrentamiento con la hermana de Roberto, Penélope, que va a pedirle clemencia, fue el colofón a una interpretación de muchos quilates.

   Frente a ella, el resto de personajes no dejan de ser secundarios. David Butt Philip fue un Robert Devereux de voz impersonal, de pequeño tamaño y con dificultad para proyectar. Esperaba más de un tenor inglés en un papel que Britten compuso para su compañero Peter Pears, pero dejó pasar la escena de las canciones de laúd, donde canta para la reina, sin pena ni gloria. Solo en la escena del baile, y en la postrera de su retorno salió en parte de la atonía.

   Bastante mejor nivel mostraron las cuñadas. La mezzo-soprano Hanna Hipp fue una Frances, Condesa de Essex, tierna y vulnerable, mostrando una buena línea de canto y un fraseo de escuela. Por su parte, la soprano catalana María Miró con una voz atractiva y poderosa, de tamaño considerable, con un centro interesante y un registro alto bien timbrado, dejó una inmejorable impresión como Penélope. En su breve enfrentamiento final con la reina, cuando le pide clemencia para su hermano, saltaron chispas.

   También interpretaciones notables y musicales de los nobles de la corte de la reina, donde destacó el Sir Robert Cecil del barítono británico Charles Rice, a quien recientemente vimos en el papel de Ned Keene en el Peter Grimes del Palau de las Artes de Valencia. Por su parte David Steffens fue un Sir Walter Raleigh adecuado, mientras que Gabriel Bermúdez fue un Lord Mountjoy, más creíble dramática que vocalmente donde su voz se quedaba en el escenario.

   James Cresswell mostró una buena línea como Cantante ciego, Sam Furness le dio especial relevancia al personaje del Espíritu de la Mascarada y Elena Copons fue una Dama de compañía de exquisita musicalidad.

   Sesenta y cinco años han tenido que pasar desde el fallido estreno de la obra en Londres para que la obra se haya estrenado en Madrid. Al menos se ha hecho de una manera que recordaremos en el futuro.

Foto: Javier del Real

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