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Crítica: Camerata Iberia celebra la efeméride monteverdiana en el Arte Sacro

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Autor: Mario Guada
16 de marzo de 2017

Interesante propuesta en la que la voz y la intabulatura fueron las grandes protagonistas, para rendir un nuevo homenaje al genio de Cremona.

MONTEVERDI DA CAMERA

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 15-III-2017 | 20:00. Basílicia Pontifica de San Miguel. XXVII Festival Internacional de Arte Sacro. Entrada gratuita. Música de Claudio Monteverdi, Alessandro Grandi, Michelagnolo Galilei, Giovanni Battista Fontana, Adriano Banchieri, Girolamo Frescobaldi, Heinrich Schütz, Gioseppe Antonio Doni y Giovanni Paolo Cima. Camerata Iberia.

   Otro concierto dedicado a la efeméride Monteverdi 450 en la 27.ª edición del Festival Internacional de Arte Sacro, que continúa su tercera semana de andadura cosechando llenos permanentes en sus conciertos en las diversas iglesias de la capital madrileña. Esta vez le tocó el turno a otra agrupación española centrada en los repertorios pretéritos, Camerata Iberia, que presentó un programa titulado Cantate Domino – Concerto Spirituale. Claudio Monteverdi y su tiempo. Se trató de una propuesta interesante, estructurada en cinco bloques simétricos, compuestos cuatro de ellos por tres piezas cada uno, mientras que el central lo estuvo de cuatro. La figura de Claudio Monteverdi (1567-1643) fue el pilar maestro sobre el que sustentar la edificación planteada por los cuatro intérpretes de la velada. De él se presentaron algunas de sus obras para voz y continuo, extraídas de colecciones tan célebres como su Selva morale e spirituale [Kyrie y Gloria de su Messa a quattro da capella, Jubilet tota civitas –para dos sopranos en diálogo–, Salve Regina primo –para dos sopranos o tenores–] o Vespro della Beata Vergine [Pulchra es –para dos sopranos y continuo–], además de una serie de obras albergadas en otras colecciones: O beatæ viæ –un motete a dos publicado en 1620 en el Symbolæ Diversorum Musicorum de Lorenzo Calvi, y probablemente encargado para la Scuola di San Rocco–, Sancta Maria succurre miseris –hermoso motete, cercano en escritura a la célebre Sonata sopra «Sancta Maria» de su Vespro, que fue publicado en 1618 dentro del Primo libro di concerti ecclesiastici de Giovan Battista Ala–, O bone Jesu –motete a dos sopranos que aparece publicado en Promptuarii musici... pars prima, por Paul Ledertz y Johannes Donfried–, así como su magnífico Cantate Domino –motete a dos sorpanos o tenores sobre un embriagador ostinato, que se publicó en 1615 como parte de Parnassus musicus ferdinandæ, de Giovan Battista Bonometti.

   El resto del programa consistió en piezas vocales e instrumentales que se fueron interpolando entre la selección monteverdiana. Destacaron algunos de los ejemplos más destacados del género del Concerto sacro, como Alessandro Grandi (1586-1630) y su célebre O quam tu pulchra es; Adriano Banchieri (1568-1634) y el menos conocido, aunque realmente bello, Concerto di dui Angioletti; e incluso un ejemplo del otro gran autor europeo del momento, Heinrich Schütz (1585-1672), que tan bien asimiló el estilo italiano y este género concreto, como quedó patente en O Jesu nomen dulce, para voz sola y continuo, publicado entre sus Kleine geistliche Konzerte. Las piezas instrumentales se fundamentaron sobre la figura de Michelagnolo Galilei (1575-1631), uno de los dos únicos compositores específicamente dedicados a la cuerda pulsada de la velada, del que se interpretaron sendas Toccate de Il primo libro d’intavolatura di liuto [1620]; así como sobre Gioseppe Antonio Doni (s. XVII), el otro laudista de la noche, de quien se interpretó una de las Toccate de su libro de piezas para laúd; y especialmente sobre una serie de compositores de los que se realizaron arreglos para cuerdas pulsadas de obras originariamente concebidas para otra formación, como la Sonata I de Giovanni Battista Fontana (1580-1630), una Canzona para teclado de Girolamo Frescobaldi (1583-1643), y una Canzon de Giovanni Paolo Cima (1570-1622).

   La concepción del programa me pareció lo más interesante del concierto, especialmente por la labor de intabulatura, magníficamente elaborada en las obras instrumentales, pero especialmente en los arreglos para las dos primeras partes de la Messa a 4 monteverdiana. Un trabajo refinado y repleto de sutilezas, que lamentablemente se quedó en ocasiones a medio camino, con interpretaciones por momentos poco depuradas y con notables desajustes de diversa índole. Especialmente exigente el trabajo propuesto a las voces de la soprano Agnieszka Grzywacz y la mezzo Adriana Mayer, que solventaron los escollos con suerte dispar. Grzywacz es una soprano de delicada línea, con soltura en el agudo, aunque un punto de aire en la emisión. Ofreció momentos buenos, aunque no consiguió brillar al nivel esperado y al que exige un repertorio de este tipo, repleto de posibilidades. Mayer, que comenzó bastante fría y algo insegura, fue remontando conforme avanzó la noche, consiguiendo alcanzar un nivel medio bastante notable, que regaló momentos de gran belleza, con una emisión poderosa –algo débil en el registro medio-grave– y un timbre redondeado con sutiles matices. La afinación entre ambas fue, sin duda, lo más destacable de su participación conjunta. Algo similar ocurrió en la cuerda pulsada. En general correctos tanto Juan Carlos de Mulder como Ramiro Morales, aunque más preciso y sutil este último, regalando algunos momentos absolutamente fantásticos. Interesante y bien elaborado el trabajo conjunto y los dúos, consiguiendo pasajes polifónicos realmente expresivos con sus archilaúdes, aun con ciertos desajustes rítmicos. La velada se convirtió en una suerte de juego por pares, que culminaba con el concurso de los cuatro intérpretes para cerrar cada uno de los bloques. Un concierto de interesante y bella propuesta, al que faltó un punto de exigencia mayor en la interpretación, que lo hubiera convertido en una de las grandes noches de este Arte Sacro. Pena de ocasión perdida.

Fotografía: Arte Sacro.

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