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Crítica: 'Carmen' desde las Termas de Caracalla

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Autor: Alejandro Fernández
16 de julio de 2017

CARMEN: TABACO Y SANGRE

   Por Alejandro Fernández
Roma. 15-VII-2017, Termas de Caracalla. Carmen (Georges Bizet). Veronica Simeoni, mezzo; Roberto Aronica, tenor; Alexander Vinogradov, bajo; Rosa Feola, soprano; Daniela Cappiello, soprano; mezzo; Alessio Verna, barítono; Pietro Picone, tenor; Gianfranco Montresor, barítono y Timofei Baranov, barítono. Orquesta y coros del Teatro dell’Opera di Roma, Coro de voces blancas dell’Opera di Roma. Dirección escénica: Valentina Carrasco; Escenografía: Samal Blak; Vestuario: Luis Carvalho; Director de coro: Roberto Gabbiani; Coreografía: Erika Rombaldoni y Massimiliano Volpini; Dirección musical: Jesús López Cobos.

   Ocho años han transcurrido desde la última representación del drama de Bizet en la cita veraniega del Festival de Caracalla. Quizás por esto la rectoría artística del teatro romano haya apostado por una nueva producción transgresora en la forma aunque esencial en el contenido. Y como mandan los cánones acompañada de cierta –ridícula– polémica con más ruido que sustancia, màs ajena que creíble. Poco han cambiado las mentalidades; cuando en la escena los temas aparecen vinculados a la realidad que vivimos salta entonces ese purismo que apela a la fidelidad y origen de las narraciones, olvidando que la lírica se debe a la interpretación y como tal al teatro, el origen motor.

   Poco importa que Valentina Carrasco –directora escénica– levante protestas diplomáticas cuando lo realmente importante es la vigencia de la narración. Menos de lo que pensábamos ha cambiado el mundo desde aquella heroína dibujada por Mérimée en una Sevilla de contrabandistas, toreros y mujeres como objetos. Carrasco cambia la manzanilla por tequila y el tabaco se acompaña de tráfico de personas, droga y niños que empuñan armas como si de un juguete se tratara. Al fondo nuevamente la violencia ejercida contra la mujer entendida como una pertenencia más un objeto a merced del hombre.

   Apetece irrelevante que el escenario sea Sevilla o esa frontera de sangre entre México y EE.UU. A pesar del condicionante de las propias ruinas de Caracalla, Carrasco resuelve los escenarios con elementos cotidianos hasta elevarlos a la categoría artística y donde la figuración cobra un papel clave. Toda la ópera aparece cuajada de pequeñas historias que en conjunto retratan el mundo contra el que lucha Carmen, hasta el punto de morir libre frente a ese otro opuesto aceptado que representa Micaéla.

   Podríamos apelar a la inconveniencia del escenario al aire libre y la necesaria amplificación de las voces que condicionan el correcto desarrollo vocal del elenco. Pero si Rosa Feola apeteció sublime en su instrumento, en la distancia –muy lejos– queda la Carmen encarnada por Veronica Simeoni poco convincente hasta el acto tercero y cuarto. Su Les tringles des sistres quedaría marcado por unos tempis definitivamente lentos cuando no agónicos. En la misma línea el don José de Roberto Aronica oscilaría desde la incomodidad y escasa convicción del primer acto, con numerosos arrastres y opacidad vocal, hasta una mejor empastación y conexión con el personaje. El barítono Fabrizio Beggi protagonizaría un Escamillo destacable tanto en lo interpretativo como en lo vocal aprovechando bravamente el aria y marcha del Toréador o el dueto con Simeoni del último acto.

   Sin duda, la gran protagonista sería la Micaéla de Rosa Feola exultante en las notas altas y magistral en el plano medio y bajo. Aquellos instantes musitados daban credibilidad al personaje y fuerza a la artista. Una voz redonda cercana a la perfección como así demostraría en su dúo con Aronica o el aria C’est des contrebandiers. Supo a poco aunque lo suficiente como para mantener arriba la tensión dramática. No podemos olvidar la Frasquita y Mercedes de Daniela Cappiello y Anna Pennisi acertadas en el quinteto del segundo acto y cuadradas en el trío del tercero.

   El Coro de la Ópera de Roma sería otro de los grandes protagonistas de la noche, a la sobresaliente interpretación dentro del escenario se unía la experiencia en las tablas y eso trasciende, marca distancia. Roberto Gabbiani, director del conjunto coral, extraería una emisión firme y compacta con momentos ondulantes bien marcados, sobre la base de unas cuerdas hiladas finamente y bien correspondidas. Por el contrario, no descubrimos ningún mérito a la coreografía de Rombaldoni y Volpini –y para qué continuar…–

   Hay batutas y maestros, por mucho estudio, por mucha dedicación el oficio nace muy de dentro: esto es Jesús López Cobos. Después podemos aquilatarlo con elegancia, sencillez de gestos, precisión y un largo etcétera que conducen siempre al mismo punto a la misma conclusión. El gran director español sigue siendo el referente y su experiencia quedó meridianamente clara en el podio de la Orquesta de la Ópera de Roma. La condujo plegada a las capacidades de los solistas, huyendo de estridencias y manteniendo una dinámica constante de principio a fin. Estas cosas no se improvisan, marcan distancia y destacan sobre el resto. Aunque nos hubiese gustado conocer la propuesta de Jordi Bernàcer, la Carmen de López Cobos fue todo menos indiferente, sencillamente única.

Fotografía: Yasuko Kageyama/Teatro dell'Opera di Roma.

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