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[C]rítica: «Così fan tutte», de Wolfgang Amadeus Mozart, por la Canadian Opera Company

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Autor: Giuliana Dal Piaz
11 de febrero de 2019

Mozart revisitado... y tergiversado

Por Giuliana Dal Piaz
Toronto. 07-II-2019. Four Seasons Centre for the Performing Arts. Canadian Opera Company. Così fan tutte, de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto de Lorenzo da Ponte. Dirección musical: Bernard Labadie. Dirección teatral: Atom Egoyan. Escenografía y vestuario: Debra Hanson. Luces: Michael Walton. Edicción original de Faye Ferguson y Wolfgang Rehm para el Neue Mozart Ausgabe. Dirección del Coro: Sandra Horst. Orquesta y Coro de la Canadian Opera Company. Personajes e intérpretes: Fiordiligi, Kirsten MacKinnon [soprano]; Dorabela, su hermana, Emily D’Angelo [mezzosoprano]; Ferrando, prometido de Dorabela, Ben Bliss [tenor]; Guglielmo, prometido de Fiordiligi, Johannes Kammler [barítono]; Don Alfonso, Russell Braun [barítono]; Despina, camarera, Tracy Dahl [soprano].

   La que está actualmente en cartelera en Toronto es una reedicción de la producción que hizo en 2014 el famoso director de cine canadiense Atom Egoyan: es la misma puesta en escena, con un director de orquesta e intérpretes distintos (del cast anterior sólo se ha quedado Tracy Dahl como Despina).

   El último medio siglo ha visto muchísimas variantes de esta ópera, la tercera que Mozart compuso con el libretista Lorenzo da Ponte, siendo las otras dos Las bodas de Fígaro y Don Giovanni, y considerada la más difícil y la más ambigüa de sus producciones musicales. Dicha ambigüidad se debe a varias razones: entre ellas, escribe Elio Giudici, «su caracter de no inmediata definición; la falta de una atmósfera bien identificada [...]; la ausenzcia de una figura carismática como Don Giovanni [...] Es una ópera básicamente enfocada en el amor; pero un amor pervadido por el escepticismo congénito en el siglo XVIII, en cuyo vortex de ineludible atracción física, juega un papel determinante el capricho cuando no incluso la noia [...], es más, Così fan tutte es propiamente un himno al amor, sólo que éste no quiere ser sublime, eterno, ideal, sólo –y sobre todo– quiere quedarse amor y nada más. Por consecuencia, es ésta la ópera de Mozart que ha quedado siempre contemporánea a quien la escucha».  Y las variantes van desde la áspera y cínica puesta en escena de Jean-Pierre Ponnelle al «psicodrama emotivo», casi minimalista en un principio y luego llena de melancólica sensualidad, de John Eliot Gardiner.

   En un esfuerzo de contemporaneidad, Egoyan ambienta Così fan tutte en lo que parece el «laboratorio de ciencias» de una academia particular, con sus estudiantes de uniforme a lo von Trapps (The Sound of Music). Don Alfonso es el profesor, que quiere enseñar a sus alumnos a desconfiar de las candentes declaraciones de amor y fidelidad. De tal suerte que las dos parejas de novios son el objeto de un experimento científico acerca de la «naturaleza del amor». A lo largo de toda la ópera, los estudiantes merodean silenciosos el escenario con sus tacuines, observando y tomando nota de lo que ocurre: a final de cuentas, para el públido esto resulta en un innecesario elemento de distracción y hasta de estorbo. Al relato introduce –aunque la razón de esta decisión se me escapa totalmente– un telón con la reproducción del cuadro de Frida Kahlo Las dos Fridas, con un corazón «anatómico» sangrante sobre cada una de las imágenes de la autora.

   Visualmente llenas de belleza y color, las enormes mariposas que «descienden» sobre el escenario no responden a ningún motivo lógico. La acción tiene lugar en una escena que nunca cambia: hay un gran cabinete de laboratorio científico –con al interior una colección disparatada de objetos, desde alambiques y partes anatómicas hasta dos maniquís con los bustos ortopédicos de Frida Kalho y unas pequeñas reproducciones de pinturas suyas–, cuyas puertas abiertas o cerradas producen un juego de espejos que quiere contribuir al sentido de simulación. En el escenario, dos largas mesas y unos almohadones, también decorados con mariposas, sustituyen todos los elementos que el relato preveía: la alcoba de las dos hermanas, el saloncito de recibir, el jardín en el que se reunen con «los albaneses». Sobre esos almohadones, las dos duermen, se desesperan, y se soplan en total seis botellas de vino o champán... Sólo la evidente juventud de los intérpretes puede volver vagamente aceptable la improbable ambientación estudiantil. Aparece en cambio incongruente (pero su voz ¡es excelente!) la no tan joven intérprete de Despina, Tracy Dahl, que recuerda a una nodriza de Shakespeare más que a la intraprendente y pícara criada de Mozart, la misma que contesta a Don Alfonso, cuando él le pide ayuda: «A una muchacha/Un viejo como usted no puede darle nada». Pero la misma soprano es perfecta en el papel de falso médico o en la toga de notario...

   El reparto es muy bueno desde el punto de vista vocal: las cantantes que impersonan a las dos hermanas, la soprano Fiordiligi/Kirsten MacKinnon, de clara voz cristalina, y la mezzo-soprano Dorabela/Emily D’Angelo, de amplia gama sonora, agradable incluso en sus tonalidades más oscuras, se parecen mucho físicamente, sin tomar en cuenta lo tradicional en esta ópera: Fiordiligi alta y rubia y Dorabela más bajita y morena. Cuando sus voces suben a las notas más altas, hasta resulta difícil distinguir a la una de la otra.

   El barítono alemán Johannes Kammler/Guglielmo me ha parecido mejor cantante que el tenor estadounidense Ben Bliss/Ferrando, quien emitió una nota discordante en el aria «Un’aura amorosa». Excelente el barítono canadiense Russel Braun/Don Alfonso (que ya había tenido la ocasión de apreciar hace dos años en el rol protagónico de Louis Riel de Somers), de voz fuerte y cálida y muy buena actuación, con un gran sentido del humor: le infunde a su personaje una mezcla de divertida locura y comprensión paternal.

   Muy buena la dirección musical del canadiense Bernard Labadie, que la orquesta sigue con agilidad. El coro no tiene aquí un rol importante, pero en sus pocas estrofas muestra la acostumbrada calidad.

   Ha sido evidente que el público estaba muy entretenido, incluso por la relativa vulgaridad de la escena en la que el falso médico «desmemoriza» a los dos suicidas; he notado, sin embargo, en algunas personas cierta incomodidad por la aparente misoginia de la obra, cuyos aspectos ridículos la producción acentúa de manera casi intolerable: parece que Agoyan haya sentido la necesidad de enfatizar todo lo que el libreto de da Ponte ¡ya sugiere! Quien resienta la forma de que la ópera parece tratar a la mujer, debería recordar, sin embargo, lo que Despina dice de los hombres: «Un hombre amáis ahora,/Otro amaréis;/ Uno vale el otro,/Porque ninguno vale nada»; así como el intercambio entre Guglielmo y Don Alfonso: «...una manera/Encontremos de castigarlas/Sonoramente». «Yo sé cuál es: casarse con ellas»; donde Don Alfonso sugiere el matrimonio como un castigo para la mujer, una institución que reprime su libertad y fantasía para volverla esclava del hombre.

Fotografía: Michael Cooper.

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