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Crítica: David Afkham y la Mahler Jugendorch Orchestra en el ciclo de Ibermúsica

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Autor: Gonzalo Lahoz
26 de abril de 2014
Foto: Richard Perry

ENGOLLIPARSE

Por Gonzalo Lahoz.
22 y 23/04/14. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Berg, Wagner, Strauss, Bruckner y Mahler. Gustav Mahler Jugendorchester. David Afkham, director.

   Engolliparse, del verbo engollipar, formado a su vez por “engullir” e “hipar”, viene a ser esa sensación de satisfactorio medio ahogo que uno siente tras, como reza la Real Academia Española, atiborrarse y llenarse el gaznate.
   Nuestro gargüero musical fue deleitado hasta la saciedad esta semana con dos conciertos programados por Ibermúsica que incluían nada más y nada menos que seis grandes obras de cinco históricos compositores de la clásica universal: Berg, Mahler, Strauss, Wagner y Bruckner sonaron en manos del joven director de orquesta David Afkham y la también joven Gustav Mahler Jugendorchester. La formación lo lleva en su nombre y es una de sus condiciones particulares, pero Afkham quizá este ya a estas alturas deseando cumplir algunos años más para que todos se fijen en sus quehaceres y su forma de abordarlos y no tanto en su edad, esa cosa que uno carga como un sambenito hasta que se hace viejo y es entonces cuando el parecer lo que siempre fuiste termina viéndose como algo positivo y no como ese “pero” al el que tantas veces se apuntó, máxime en la música clásica.

   Lo cierto es que la batuta de Afkham se esfuerza sobremanera en encontrar un lenguaje que le sea propio. Lo consigue el de Friburgo en no pocas ocasiones, la cuestión que habría que plantearse es en base a qué. Encontramos a un director de perfil cuasi espingardo, de reminiscencias un tanto mendelssohnianas (Felix, no Erich. Las curvas del arquitecto son bien diferentes, dobles consonantes en el apellido aparte), de elegante línea y elegantes formas, siempre dejándose llevar por la música sobre la punta de sus zapatos y abrazando a una orquesta a la que por lo general dejó probarse por sí misma, como quien guía a quien comienza a caminar. Y bien es verdad que los atriles de la Gustav Mahler, con los contrabajos situados detrás de la percusión por cierto, no terminaron de caminar con la corrección debida, con los traspiés que ello puede conllevar en contados momentos.
   La visión de Afkham brilló con excelentes resultados curiosamente en el único compositor que se repitió en ambas noches: Alban Berg, cuya música desenvolvió con camerísticas sonoridades, tal vez lo mejor de las dos citas, en una nítida presentación de las Tres piezas para orquesta Op.6 y en unas Canciones de Juventud donde tras los primeros acordes supo plegarse a las necesidades de la solista, la soprano Christiane Karg, con una emisión justa y una voz que se acopló y armonizó con la agrupación regalando hermosos momentos como la impresionista Nacht o Sommertage.
   Karg fue también una correcta solista en la Cuarta Sinfonía de Mahler, donde las formas de Afkham se hacen más discutibles tras su elección de los tempi y el uso continuado del ritardando (recurso utilizado desde Mengelberg y Walter, acusado aquí en Sehr behaglich) y accelerando acompañado de subidas a forte que terminan, si no se tiene una clarísima y homogénea concepción de la partitura, por desdibujar un tanto la narración. Habrá que ver cómo evolucionan estas maneras cuando la temporada que viene se sitúe al frente de la Orquesta Nacional de España como su director titular (habrá que ver también de cuántos y qué conciertos se hace cargo). Esta sensación, tal vez por lo cíclico de su música, aumentó en la Séptima sinfonía bruckneriana, donde los dos primeros movimiento contrastaron en gran medida con los dos últimos, como si se nos hubiera echado el tiempo encima, con un letárgico y pulcro adagio fuertemente contrastado con un scherzo de imponentes metales y provocadora percusión.

   Con los Cuatro últimos lieder de Richard Strauss, Afkham consiguió sugestivos colores y línea melódica, si bien la soprano encargada de ellos, la estadounidense Emily Magee, ducha en territorios wagnerianos y straussianos, careció del registro grave necesario, alcanzando notables resultados en los momentos más agudos pero sin crear frases de expresividad reseñable. 
Comenzó todo con un estimable Preludio del III acto y Viernes Santo del Parsifal wagneriano, dedicado a la memoria del fundador de la orquesta, el recientemente desaparecido Claudio Abbado, al que se le guardó un emotivo minuto de silencio con todo el público puesto en pie. El Maestro italiano estaría orgulloso de lo que se vivió en el Auditorio Nacional y nosotros contentos por haber disfrutado con este menú para engollipar al más hambriento de los melómanos.

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