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Crítica: El Choir of Clare College, Cambridge se presenta en el XXII Música Antigua Gijón

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Autor: Mario Guada
10 de julio de 2019

El conjunto británico, uno de los grandes exponentes de la música coral universitaria de las islas, ofreció un recital tan extenso como variopinto, mostrando algunas de las cualidades que han situado al sonido inglés y los coros británicos como los máximos exponentes en la música coral mundial.

Inglaterra: la cuna coral

Por Mario Guada | @elcriticorn
Gijón. 08-VII-2019. Centro de Cultura Antiguo Instituto. XXII Música Antigua Gijón. Abide with me. Obras de Robert Wylkynson, William Byrd, Tomás Luis de Victoria, Pablo Casals, William Walton, Ralph Vaughan Williams, Juan Gutiérrez de Padilla, Alonso Lobo, James MacMillan, Judith Weir, Charles Villiers Stanford, William Harris, Gustav Holst, Michael Tippett, William Henry Monk, George Gershwin y Marvin Hamlisch/Carole Bayer Sager. Choir of Clare College, Cambridge | Graham Ross.

Si no fuera por el coro del Clare College, yo no sería la cantante que hoy soy.

Elin Manahan Thomas.

   La cita expuesta arriba no es baladí. Lo que la educación musical –y específicamente coral–, desde la infancia hasta los años universitarios, ha supuesto para el panorama internacional de la música no tiene, probablemente, parangón en ningún otro país del mundo en las últimas cinco décadas. Basta con echar un vistazo a alguno de los alumnos más destacados de los últimos lustros únicamente en una institución como el Clare College de la localidad inglesa de Cambridge: Roger Norrington, John Rutter, Robin Ticciati o Ivor Bolton entre los directores; el propio Rutter, Nico Muhly o John Tavener como compositores; Richard Egarr, Andrew Manze, Margaret Faultless, James McVinne o Daniel Pailthorpe destacan entre los instrumentistas; y Elin Manahan Thomas, Nicholas Mulroy, Mark Dobell, L¡Juliet Fraser o Jonathan Brown son solo algunos de los numerosos cantantes que hoy día conforman las plantillas de varios de los mejores conjuntos vocales del mundo o se suben a los escenarios como solistas. Los británicos siempre han entendido que la música es fundamental en la formación integral del ser humano desde la infancia. Basta con ver la insistencia y el empeño que prácticamente la totalidad de los colleges de las islas británicas ponen para que dicha formación sea, no solo una base sustancial para el devenir de cada alumno, sino que pueda convertirse en un futuro profesional muy digno para aquellos que se decidan por esa vía.

   El Choir of Clare College, Cambridge se formó hace más de cuatro décadas, en 1972, lo que es poco en relación con la historia de este colegio, fundado nada menos que en 1326 por Richard Badew. Por supuesto, la música formó parte de la institución probablemente desde sus inicios, aunque extrañamente no se tiene constancia de la primera capilla coral hasta una fecha tan tardía como 1866. El coro actual, que fue dirigido desde sus inicios por Peter Denisson, ha tenido únicamente tres directores más: John Rutter, que estuvo al frente del mismo entre 1975 y 1979; Timothy Brown, el gran director del conjunto y quien logró darle el gran espaldarazo entre los años 1979 y 2010, año en que le sustituyó el Director musical de la institución que actualmente dirige la institución, el joven compositor y director Graham Ross. Conformado normalmente entre 25 y 30 voces jóvenes, elegidas entre aquellos alumnos del Clare College que se encuentran formándose en sus correspondientes carreras. Lo que hay que entender como una de las bases de estos conjuntos es el carácter cíclico de los mismos, dado que las plantillas son extremadamente variables en función de los años que los alumnos permanecen allí. Por ello, lograr mantener un nivel elevado muy constante es el gran reto al que se han de afrontar este tipo de formaciones corales británicas. Es habitual, pues, que alguien que siga de manera fervorosa a algunas formaciones de este tipo –al igual que los coros de los colleges infantiles– tenga sus plantillas predilectas, años en la que la conjunción concreta de cantores logró un nivel especialmente superior a lo habitual. No es, por tanto, extraño presenciar cómo cada cierto tiempo algunos de los cantores han de abandonar la agrupación. De hecho, en el presente concierto llevado a cabo en el XXII Música Antigua Gijón, se anunció que dos miembros del coro abandonaban ya el coro tras la presente gira de conciertos y la estación estival, interpretando el himno Abide with me –muy propio para la ocasión por su texto: «Permanece conmigo; rápido cae el anochecer»–, de William Henry Monk (1823-1889), en un arreglo del propio Graham Ross.

   El programa interpretado para la ocasión –en el tercero y último de los conciertos de su breve gira española, tras pasar por Las Navas del Marqués y San Lorenzo de El Escorial– supuso sin duda una celebración de la tradición coral inglesa, con leves añadidos hispánicos, en un extraordinario recorrido de algo más de 500 años entre la primera de las obras interpretadas [Jesus autem transiens a 13, de Robert Wylkynson (c. 1450-c. 1515)] –que cronológicamente es, además, la más temprana del programa–, y la más cercana en el tiempo [Miserere a 8 de James MacMillan (1959)], sin duda un reto notable dada la diversidad de estilos, géneros y maneras de concebir la música vocal para conjunto en un mismo programa de cerca de noventa minutos de duración. El Choir of Clare College es un conjunto de calidad, qué duda cabe, capaz de mostrar todas las cualidades que han hecho célebres a los coros británicos por todo el mundo: sonoridad british, que privilegia las voces agudas –especialmente las sopranos, que doblaban prácticamente en número al resto de las cuerdas–; notable elegancia en la manera de afrontar el canto, con una proyección que rebusca más en lo etéreo que en la carnosidad; afinación excepcional en todo punto; gran balance entre las líneas, a pesar del evidente desequilibrio entre los efectivos –especialmente en las voces masculinas–, lo que se hizo más palpable en las obras con divisi a 8 partes; en resumen, una vocalidad totalmente reconocible, en la que a pesar de la juventud de sus miembros se observan claramente los mimbres de la que es, probablemente, la tradición coral más imponente del planeta desde hace décadas.

   Más interesante, tanto a nivel vocal, pero especialmente conceptual, resultó su acercamiento a la polifonía inglesa de los siglos XIX, XX e incluso XXI, que al repertorio renacentista de las islas o a las leves referencias a nuestra polifonía hispánica, con versiones un tanto distantes en estilo y extremadamente aceleradas del magnífico Laudibus in sanctis a 6 de William Byrd (c. 1540-1623) –más barroquizante que renacentista–; el ya mencionado Jesus autem transiens de Wylkynson, en origen un canon a 13 para voces masculinas, consistente en dos frases musicales que se van alternando por los diversos cantores en canon, creando una atmósfera cíclica imponente, pero aquí no se logró especialmente, sobre todo por la disparidad de miembros en cada una de las líneas –algunas interpretadas por un solo cantor y otras por hasta tres– y por la diferencia de tesituras –en el original a voces masculinas se logra un sonido homogéneo que sí favorece esa atmósfera–. Por su parte, tanto el O vos omnes a 4, de Tomás Luis de Victoria (c. 1548-1611), como el Versa est in luctum a 6, de Alonso Lobo (1555-1617), resonaron con esa distancia que el «manierismo» británico ha impuesto sobre la polifonía de nuestros compositores del Renacimiento, y que desde luego los conjuntos ingleses han sabido imponer en el panorama musical a nivel mundial, la cual no es, sencillamente, ni peor ni mejor que otras visiones, pero sí definitivamente quizá poco a justada a lo que pude ser en origen.

   Ross decidió jugar en muchos momentos con diversas disposiciones sobre el escenario –prevaleció la colocación conocida como «americana», en la que los distintos cantores de cada cuerda se van entremezclando entre sí, por lo que el sonido, a priori, debe llegar al público de forma más homogénea, como un todo, sin focalizar excesivamente en el sonido por bloques que puede proporcionar la colocación habitual, aunque aquí en ocasiones lo que hizo fue favorecer en exceso la individualidad de algunos de los cantores, algo normalmente poco deseable en un conjunto coral–. Indudablemente más apropiada resultaron las lecturas de obras británicas de los siglos XIX y XX, logrando momentos álgidos en Set me as a seal upon thine heart a 4, de William Walton (1902-1983); The turtle dove a 5, de Ralph Vaughan Williams (1872-1958); A blue true dream of sky a 4, de Judith Weir (1954), una de las grandes damas de la composición contemporánea en las islas; The blue bird a 4, maravillosa composición de Charles Villiers Stanford (1852-1924); Faire is the heaven a 8, de William Harris (1883-1973), en el que fue uno de los mejores momentos de la velada; Steal away a 4 [con divisi], de Michael Tippett (1905-1998), evocadora y extremadamente expresiva versión de este espiritual negro; y un tremendamente emotivo Abide with me de Monk, en un bello arreglo del propio director del coro y que se brindó como despedida a las dos cantoras que debían dejar la agrupación tras finalizar la presente temporada.

   Incluso el teatro musical tuvo se espacio, por medio de dos interesantes arreglos corales –de Ross y Jim Clements respectivamente– de dos clásicos del género como son George Gershwin (1898-1937), con Summertime, y Marvin Hamlisch (1944-2012)/Carole Bayer Sager (1947), con Nobody does it better.

   El momento culminante de la velada, que debía llegar con el impresionante y monumental Miserere a 8 del escocés James MacMillan, no fue tal, dado que la elección del espaciamiento excesivo entre los cantores no facilitó el empaste entre los cantores –algunos con tan pocos miembros para defender sus partes que se escuchaban demasiado individualizados y con evidentes desajustes rítmicos y vocales entre sí–. Aun así, exceptuando estos problemas y ciertas carencias en las partes solistas, pudieron ofrecer una sección central vigorosa, potente y muy bien equilibrada; lástima que la sección más delicada y arcaizante en la escritura de la obra adoleciera de dichos problemas, porque de lo contrario hubieran ofrecido una excepcional versión de la que es sin duda una de las grandes composiciones corales en lo que va de siglo XXI.

   Por su parte, los diversos solistas –numerosas obras llevaron alguna interpolación solística, que se dividieron de forma bastante equitativa entre los distintos cantores– hicieron gala de actuaciones entre lo discreto y lo más que convincente, mostrando la notable capacidad vocal e interpretativa de algunos de sus miembros.

   Graham Ross es un director muy joven, de gran talento, como queda también patente en su faceta de arreglista y compositor. Posee un gesto amable, muy elegante, delicado y muy efectivo. Pocos gestos en su catálogo, pero concretos y bien definidos para conseguir lo que desea. Su buen trabajo al frente del Choir of Clare College es evidente con solo percibir unos segundos de su actuación, especialmente notable en el gran feedback que tiene con sus cantores –da gusto ver la entrega que estos tienen tienen por el conjunto y la manera de asumir el liderazgo de Ross, algo no siempre habitual–. Su concepción de la polifonía del Renacimiento se aleja un tanto de los ideales que se tienen de la misma hoy día, cargando más las tintas en el trabajo rítmico y en un tactus muy flexible –a veces hasta el extremo–, con una visión que privilegia la horizontalidad de la polifonía, pero que no deja de lado la importancia de la verticalidad en estas composiciones. Sin duda más ajustado en concepto y sonoridad resulta su acercamiento a las obras posteriores, en las que se aprecia además una mayor entrega. Destaca especialmente el tratamiento dinámico bastante neutro. No hizo gala de los extremos –apenas se escuchó algún pianissimo y los forte no fueron de los de despeinar al respetable–, sin embargo, logró un notable impacto en muchas ocasiones moviéndose en un rango bastante limitado, con un trabajo de dinámicas por planos que en muchos momentos fue muy efectivo. Además, sorprende lo mucho que favoreció el vibrato –que no siempre funcionó– en sus solistas y en general en el sonido del coro, algo normalmente poco habitual en este tipo de agrupaciones.

   Hay que felicitar a Música Antigua de Gijón, que organiza Cultura Gijón, por captar a esta agrupación para su festival, pues ofrecer al público gijonés –que sabe y gusta de coros– la oportunidad de escuchar a una agrupación de este nivel no es siempre habitual. Aun con matices, su actuación reveló toda una tradición de siglos, una manera de concebir la música coral con un respeto inusitado en otros países y una entrega hacia lo que se hace que solo una juventud apasionada puede sustentar. Lástima que el público asistente, a pesar de que aplaudió fervorosamente la actuación y acudió en masa para disfrutar de la misma, se mostrara –en rasgos generales– ruidoso, maleducado, poco cuidadoso y falto de la sensibilidad que este repertorio requiere en su escucha. No siempre los públicos están a la altura de lo que presencian…

Fotografía: Pablo Roces/Música Antigua Gijón.

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