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Crítica: Gala de la Fundación Richard Tucker 2016 en el Carnegie Hall

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
4 de noviembre de 2016

"... fue abrir la boca al comienzo de “La mamma morta” del Andrea Chenier y quedarnos aplastados contra la butaca. Con la emotividad a flor de piel que pide la pieza, su voz y el carisma de diva absoluta salieron a relucir con un sonido carnoso, embriagador, intenso, y con el registro agudo metálico y sombreado".

CONSTELACIÓN DE ESTRELLAS

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall.30/10/2016. Tamara Wilson, Jamie Barton, Lawrence Brownlee, Javier Camarena, Joyce DiDonato, Renée Fleming, Joshua Guerrero, Anna Netrebko, KristineOpolais, Nadine Sierra. Miembros de la Orquesta del Metropolitan. Director musical: Asher Fisch. New York Choral Society dirigido por David Hayes. Obras de Richard Wagner, Jules Massenet, Ruggero Leoncavallo, Gioachino Rossini, Gaetano Donizetti, Antonín Dvorak, Giuseppe Verdi, Umberto Giordano, Jake Heggie, Vincenzo Bellini, Giacomo Puccini, Georg Friedrich Haendel y Leonard Bernstein.

   El célebre tenor americano Richard Tucker murió en Kalamazoo, Michigan, el 8 de enero de 1975, días antes de un concierto que iba a protagonizar en el Carnegie Hall junto a su amigo el barítono Robert Merrill. Éste, en vez de cancelarlo, decidió seguir adelante, invitó a sumarse al mismo a figuras como Martina Arroyo o Roberta Peters, y lo convirtió en un homenaje en su honor. El concierto, celebrado el 2 de febrero de 1975 fue el origen de la “Richard Tucker MusicFoundation” creada el año siguiente para inmortalizar la memoria del “más grande tenor” de los Estados Unidos.

   Desde entonces, la Fundación promueve la carrera de jóvenes cantantes americanos a través de diversos tipos de becas. La cúspide es el premio Richard Tucker, que se concede anualmente a cantantes que han debutado en el panorama internacional para consolidar el inicio de su carrera. Nombres tan conocidos como Rockwell Blake, Dolora Zajick, Renée Fleming o Joyce DiDonato fueron en su día galardonados con él.

   Una de sus principales fuentes de ingresos es la Gala Anual que se celebraba en el Carnegie Hall hasta 1989, cuando se trasladó al Lincoln Center. Tras cerca de treinta años de ausencia, vuelve ahora para convertirse en la sede definitiva. Como mencionó Barry Tucker, Presidente de la Fundación e hijo del tenor, cuando tomó la palabra para la presentación, “el concierto de opera más importante de América vuelve a la sala de conciertos más emblemática de América”.

   La primera protagonista de la noche fue la ganadora del premio 2016, Tamara Wilson, quien lleva varios años cantando en teatros como Houston, Los Angeles, el MET, Munich o Frankfurt. En España ha debutado ya en la ABAO, el Liceo o el Maestranza además deganar en 2011 el Concurso Francisco Viñas. Soprano lírica con buena técnica, emisión muy cuidada y poseedora de una voz atractiva, esmaltada, de volumen considerable, con una técnica impecable participó en dos números en solitario y otros dos en grupo. Comenzó tras las palabras de presentación de Barry Tucker con la entrada de Elisabeth “Dich, teure Hall” a la Sala de los Cantores, del segundo acto de Tannhäuser, cantada con aplomo aunque con la emisión no suelta del todo. Acompañada del Coro, tras varias intervenciones de otros cantantes, destapó el tarro de las esencias en la escena de entrada de Lucrezia Contarini “No...milasciate...Tu al cui sguardo onni possente”de I due Foscari de Giuseppe Verdi cantada con intensidad y emoción en la primera parte, y poderío en la segunda.

   Previamente, Renée Fleming, a la que hemos visto en mejores noches, no había conseguido despegar ni en una aria tan suya como el “Adieu, notre petite table” de la Manon de Jules Massenet, ni en otra que asociamos menos a ella como la “Mattinata” de Ruggero Leoncavallo, aunque en ambos casos sacó a relucir su enorme carisma.

   El mexicano Javier Camarena nos dio la conocida canción “La danza” de Gioacchino Rossini de manera expeditiva, con gran seguridad y terminando en punta. Un rato después y junto al tenor americano Lawrence Browlee, ganador también en 2006 del premio, desplegaron magia y seguridad en las alturas a partes iguales. Fue también con Rossini, en la escena entre Rodrigo y Otello“Ah vieni, nel tuo sangue” donde ambos se subieron a los Do4 y Re4, doblando primero Camarena y luego Brownlee los “all'armi!”, con alarde de éste último incluido y terminando ambos en un agudo interminable que llevaron al delirio al respetable. Hacia el final de la tarde, ya en solitario el Sr. Brownlee bordó el complicado aria “Seul sur la terre” de Dom Sébastien de Gaetano Donizetti, en la que solo echamos en falta una voz algo más pesada.

   Entremedias, excelente la interpretación del “Regnava nel silenzo”, el aria de entrada de Lucia de Lammermoor, de la soprano de Florida Nadine Sierra. Desafiando a las hadas del escenario con un vestido amarillo que realzaba su excelente figura, la Sierra con voz cristalina, bien timbrada y gran facilidad para la coloratura, cantó con un gusto exquisito, una enorme seguridad y unos agudos deslumbrantes. Es una soprano a la que no había visto en vivo y a la que habrá que seguir en el futuro.

   A continuación la soprano letona Kristine Opolais mostró por donde van a ir los tiros de la Rusalka de Antonin Dvorak que interpretará en febrero en el MET. Su canción de la luna, muy bien interpretada, fue más realista e impactante que ensoñadora, muy distinta de la inolvidable Rusalka que hacía años atrás Renée Fleming. En la parte final de la Gala, interpretó también el “Un bel dìvedremo“de Madama Butterfly cantado con gusto pero con excesiva frialdad.  

   La mezzo Jamie Barton, ganadora del premio el año pasado, con voz grande, bien manejada y una enorme personalidad cantó un sugerente “Moncœurs'ouvre à tavoix“ de Sanson y Dalila de Camille Saint-Saëns.

   Joyce DiDonato fue la única que cantó un pasaje de una obra contemporánea. “Si, son io” de la ópera Great Scott de Jake Heggie, el compositor de “Dead Man Walking” o “Moby Dick”, y que ella misma estrenó el año pasado en Dallas. Sentado entre el público, el compositor también saludó. Al final de la Gala, junto a JamieBarton nos dejaron de piedra en un excelente “Son nata a lagrimar”, la escena entre Cornelia y Sesto con que finaliza el primer acto del Giulio Cesare de Georg Friedrich Haendel.

   Las Galas son tardes para disfrutar en las que el público viene con espíritu festivo a deleitarsecon las estrellas. Todas brillaron en mayor o menor medida, pero no seríamos justos si obviáramos que el domingo hubo una que relumbró. Anna Netrebko como en su día Julio Cesar, “vini, vidi, vinci”. La calidad de su voz es tal que pese al enorme nivel que llevábamos acumulado, fue abrir la boca al comienzo de “La mamma morta” del Andrea Chenier y quedarnos aplastados contra la butaca. Con la emotividad a flor de piel que pide la pieza, su voz y el carisma de diva absolutasalieron a relucir con un sonido carnoso, embriagador, intenso, y con el registro agudo metálico y sombreado.

   Al retirarse entre aclamaciones del escenario, comentó algo con el director Asher Fisch, e interpretó aún mejor, fuera de programa, “Io son l'umileancella” de Adriana Lecouvreur, cantada con enorme lirismo, dulzura pasmosa y terminada con un enorme agudo final que apianó “smorzando” y que casi no pudimos oír porque antes de terminar, el público entusiasmado estalló en vítores con la casi totalidad del patio de butacas puesto en pie.

   Tres páginas más en la parte final de la velada completaron el programa. Nadine Sierra y Javier Camarena nos dieron “Vieni fra questa braccia”, la segunda escena del tercer acto de Los puritanos de Vincenzo Bellini. Ambos cantaron muy bien, Camarena subió sin problemas al Re bemol y nos dejaron expectantes hasta febrero cuando ambos serán Arturo y Elvira en el MET.

   A Jamie Barton,Tamara Wilson y al Coro, se les unió el tenor Joshua Guerrero, ganador de uno de los segundos premios de la Fundación, de incipiente carrera y que ya ha debutado en España en el Teatro de la Maestranza, para el final del primer acto de Norma.

   La Gala terminó en ambiente festivo con Tamara Wilson haciendo de Cunegunda y Joshua Guerrero de Cándido en el dúo final “Make our garden grow” del Candide de Leonard Bernstein con el Coro acompañando de manera adecuada.

   La orquesta sonó muy bien toda la noche y el director Asher Fisch supo estar al servicio de los cantantes evitando un protagonismo innecesario. La Sociedad Coral de Nueva York, preparada por su director musical David Hayes, cumplió con nota todas sus intervenciones y tuvo su momento de gloria en la apertura de la velada con la entrada de los invitados “Freudig begrüßen wir die edle Halle”del Tannhäuser wagneriano, en que las trompetas se situaron en los pisos superiores del Carnegie.

   Múltiples vítores y aclamaciones para todos los participantes en los saludos finales, en donde no sé si porque seguía en su papel de diva absoluta o porque se fue corriendo junto a su marido al que una rotura en el pie le impidió cantar en la Gala, no estuvo Anna Netrebko.

Fotos: Dario Acosta

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