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Crítica: Gustavo Dudamel dirige obras de Mozart y Mahler con la Filarmónica de Berllín

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Autor: Alejandro Martínez
20 de junio de 2015

NO HAY FLOR SIN FRUTO

Por Alejandro Martínez

Berlín. 13/06/2015. Philharmonie. Mozart: Serenata No. 9 "Posthorn". Mahler: Sinfonía No. 1. Filarmónica de Berlín. Dirección musical: Gustavo Dudamel.

   Aunque se encuentran excepciones, si no estoy errado raro es el caso en la botánica en el que una planta da lugar a un fruto sin previamente haber dado lugar a una flor. No hay flor sin fruto, pues, si intentamos condensar este aporte de la naturaleza en una máxima. ¿Y por qué digo tal cosa precisamente aquí? Porque hay quien podría pensar que Gustavo Dudamel es flor de un día, y yo mismo habría sostenido tal cosa hace unos años, cuando abrumaba el interés de propios y extraños por poner de relevancia su talento y situar su nombre en la palestra. Pero no, parece que no hay flor sin fruto, y su hacer es ya el de un maestro que camina sin prisa pero sin pausa a labrarse una trayectoria propia, con un constante regusto a Abbado en su gesto, sí, pero con una vitalidad propia y una madurez que ciertamente es digna de elogio. Así las cosas, el que nos ocupa fue sin duda un gran concierto, con Dudamel afirmándose en el podio de la Philharmonie al margen de sus devaneos más comerciales y sus shows con la Bolivar.

   En la primera parte atinó Dudamel al programar la bellísima Serenata No. 9 de Mozart, la conocida como Potshorn, que sonó a sublime filigrana en manos de la Filarmónica de Berlín. El apelativo de Posthorn se refiere precisamente al instrumento que interviene en el segundo trío del segundo minueto y que no es otra cosa que una corneta de postillón, un instrumento de metal, más o menos alargado que anunciaba antaño la llegada del coche de correos a una población. Nos encontramos aquí con el Mozart más inspirado, universal y etéreo, con una música de un sencillez y hondura que encandilan. Dudamel encontró la naturalidad exacta para llevar esta música con una exposición cantable, vaporosa y pura, llena de luz, encantadora de principio a fin.

   El plato fuerte de la jornada era la Sinfonía No. 1 de Mahler, con la que Dudamel está ciertamente familiarizado tras haberla dirigido en numerosas ocasiones, como en aquel concierto de octubre de 2009 con la Filarmónica de Los Ángeles para inaugurar su titularidad al frente de esta formación. La Filarmónica de Berlín puede ser a veces una maquinaria de relojería ineluctable, casi opresiva en su firmeza, infatigable e infalible hasta un punto que abruma. Pero si la batuta que está al mando sabe convertir ese resorte en un artefacto de expresividad, el resultado es grandioso, como fue el caso de esta sinfonía de Mahler, expuesta con una coherencia interna y una claridad arquitectónica que sólo se explican en manos de un director verdaderamente talentoso. Dudamel, sin partitura, afrontó la obra lleno de fuerza e ímpetu, con una juventud que corre vivaz aún por sus venas, pero sin excesos ni precipitaciones, todo bajo un control medido y sereno, siempre seguro y confiado, con un horizonte claro hacia el que encaminarse movimiento tras movimiento, cada vez más maduro y conciso. El resultado fue un Mahler preñado de intensidad, por momentos desbocado, pero inmediatamente después conducido de nuevo por una senda bien medida, como jugando con el alma y la razón, una en cada mano.

Foto: Filarmónica de Berlín

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