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Crítica: 'Jenufa' de Leos Janacek en el Metropolitan de Nueva York

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
8 de noviembre de 2016

"Noche de emociones fuertes con la Kostelnicka arrebatadora de Karita Mattila".

ARREBATADORA KARITA MATTILA

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House31/10/2016. Jenufa (LeošJanáček). OksanaDyka (Jenufa), KaritaMattila (Kostelnicka), Daniel Brenna (Laca, actos I y II), Garrett Sorenson (Laca, acto III), Joseph Kaiser (Steva), HannaSchwarz (Abuela Buryja). Dirección Musical:David Robertson. Dirección de escena: Olivier Tambosi.

   La Historia de la Ópera y de la Música en general, está llena de casos en que una obra no se ha dado a conocer como quiso el compositor, sino que por unas u otras causas, la versión popularizada ha sido distinta. Anton Bruckner es un caso paradigmático en el campo de la sinfonía y el Boris Godunov de Modest Mussorgsky en el de la ópera. Jenufa, la más popular entre las del compositor moravo Leos Janacek y una de las obras cumbres del S.XX es otro de estos casos. Estrenada con gran éxito en enero de 1904 en el Teatro de Brno, capital de Moravia, el compositor quiso estrenarla en el Teatro Nacional de Praga. Por diversas razones sobre las que los musicólogos no se ponen del todo de acuerdo pero que sin duda tenían mucho de antipatía y animadversión, el director del mismo, Karel Kovarovic,se opuso al estreno de la obra durante más de doce años y para autorizarlo, él mismo modificó la orquestación de varias partes de la obra, suavizándola, eliminando aristas, y cambiando el final. Esa versión se estrenó en 1916, se tradujo al alemán en 1918 para su estreno en Viena, y así empezó su andadura por el mundo. Al MET llegó en alemán en 1924  de la mano de Artur Bodanzky, y con la mítica Maria Jeritza como protagonista. La obra tuvo un cierto recorrido en Checoslovaquia, Austria y Alemania, pero muy poco fuera de allí.

   Tuvieron que pasar más de 60 años para que a mediados de los años 80, el director australiano Sir Charles Mackerras, que fue alumno del legendario director checo Vaclav Talich, se sumergiera en los orígenes de la partitura, la grabara junto al resto de las cinco óperas principales del músico moravo con la Filarmónica de Viena para la Decca, y la devolviera al mundo tal y como Leos Janacek la había compuesto. Fue el origen de la “Janacek reinassance”  y esta versión empezó a funcionar por muchos teatros llegando en 1990 a España. El Liceo la programó de la mano de Vaclav Neumanny en febrero de 1993 llegó al madrileño Teatro de la Zarzuela, en la misma claustrofóbica producción de Mario Gas y con el británico David Parry a la batuta. Y se obró el milagro. En una de esas noches en que todo funciona, una inconmensurable Leonie Rysanek, una extraordinaria Natalia Romanova, y un tenor dramático con una intensidad fuera de lo común como Jan Blinkhof, junto a una inspiradísima Orquesta Sinfónica de Madrid en una de sus noches históricas, nos dejaron roncos a todos. Pocas veces he podido gritar más bravos que cuando cayó el telón al final del segundo acto. Acabamos al término de la obra con la garganta rota. El nivel de paroxismo llegó a tal extremo que durante muchos días, en los ambientes musicales del foro no se hablaba de otra cosa, y el que más y el que menos se las arregló para conseguir otra entrada para alguna de las funciones que quedaban.

   Jenufa pasó automáticamente a integrar mis obras favoritas y la he visto siempre que he podido, diez veces en teatros de seis países. Lo bueno de aquellas veladas fue haberlas vivido. Lo malo fue que pusieron tan alto el listón, que desde entonces no heencontrado nada parecido. Las ha habido buenas con sacristanas excelentes como Anja Silja, Kathryn Harries o Deborah Polasky, y Jenufas como Angela Denoke, Elena Prokina u Olga Guriakova, pero sin llegar a aquel nivel.

   Este lunes en el MET tampoco hemos llegado a aquello, pero quizás ha sido la vez que más se le ha acercado. Una noche en la que cantantes, orquesta y dirección musical han funcionado muy bien y hemos tenido momentos de gran intensidad dramática.

   La producción del francés Olivier Tambosi, estrenada en 2003, lleva bastante recorrido. Ésta es su segunda reposición en el MET y en su día se pudo ver también en Los Angeles, Hamburgo y en el Gran Teatre del Liceu. Coloca dos muros de arriba abajo, en ángulo, a ambos lados del escenario que se abren y cierran en función del texto. Representan las paredes del molino en los actos primero y tercero, y la casa de la sacristana en el segundo. En el centro, una piedra enorme en el segundo acto y hecha añicos en el tercero que alude al ambiente opresivo que soportan los habitantes de la villa, una sociedad pequeña bastante endogámica. El fondo del escenario nos muestra el exterior. Un campo florido en el primer acto, y un montículo con vegetación invernal. La iluminación de Max Keller está bastante conseguida, mientras que la dirección de actores no aporta gran cosa, presentando a casi todos los personajes dentro de su propio mundo. En cualquier caso, permite seguir la obra sin mayores problemas.

   La soprano ucraniana Oksana Dyka interpretó una Jenufa con la emoción a flor de piel. Lírica de voz timbrada, con volumen y con un registro alto brillante al que llega sin problemas, su emisión es sin embargo algo hueca, canta casi siempre en forte y su registro grave es más pobre. Jenufa es un papel que potencia sus fortalezas y atenúa sus debilidades. Con estas premisas, creó una protagonista luchadora en el primer acto, sorprendentemente dócil al comienzo del segundo que se va calentando y creciendo en intensidad dramática según va comprendiendo lo que pasa a su alrededor, y que estalla cuando se da cuenta que Steva, el padre de su niño no va a volver. Emocionante.

   Como Kostelnicka  tuvimos a la Jenufaque estrenó esta producción en 2003, la finlandesa Karita Mattila. Su actuación fue de quitarse el sombrero. Si siempre fue un auténtico animal escénico (inolvidable su Katia Kabanova con Robert Carsen y Jirí Belohlávek en el Teatro Real en 2008 o su Arabella trabajada con Christoph von Dohnányi en el Théâtre du Châtelet parisino unos años antes), con los años intensifica dicha faceta según la voz va tornándose algo árida y va perdiendo elasticidad. Aun así, su centro sigue siendo impactante, pleno y voluminoso. El agudo sufre por momentos cada vez más, pero cuando entra y entra la mayor parte de las veces, las notas son timbradas y vibrantes. El fraseo es impulsivo e impetuoso, de una intensidad dramática fuera de lo común. Crea un personaje eléctrico, arrebatador, capaz de poner firmes a los pueblerinos que acompañan a Steva o de suplicarle a éste que no abandone a Jenufa, capaz de matar al niño y de buscar el lado tierno de Laca, capaz de explicar ante todo el pueblo por qué lo ha hecho y de salir del escenario con una enorme dignidad camino de la cárcel. Estremecedor su final del segundo acto cuando mitad realidad, mita delirio, tras auto reafirmarse en lo bien que lo ha hecho a pesar de todo – matar al pequeño Steva – imagina el viento gélido atravesando la casa“como si la muerte asomara por ahí”. Auténtica recreación fue la triunfadora absoluta de la noche.

   En esta obra es difícil encontrarse con una pareja de tenores competente. Cuando hay un buen Laca, suele faltar el Steva, y viceversa. Éste último fue el tenor Joseph Kaiser, lírico con emisión muy cuidada, que ha mejorado bastante desde la primera vez que le vi como Matteo en la Arabella de 2012 en la Opera de Paris, donde su prestaciónfue pobre. Muy bien cantado, supo descifrar el interior del personaje egoísta y egocéntrico, incapaz de comprometerse. Danniel Brena quién el año pasado fue un buen Alwa en la Lulu, también supo extraer los registros de un Laca quejica, insistente y algo pendenciero en el primer acto, que poco a poco va haciendo realidad sus anhelos de casarse con Jenufa. En el segundo acto fue impactante su dúo con Kostelnickayen la escena final mostró una conmovedora ternura hacia Jenufa. Algo debió notarse al terminar el acto que decidió no seguir cantando, según lo que contó Peter Gelb micrófono en mano en el intermedio. En el tercer acto salió el cover Garrett Sorenson cantando partitura en el atril en el lado izquierdo del escenario, mientras el Sr. Brenna siguió actuando sin cantar. Sorenson hizo un muy buen papel dadas las circunstancias, y por momentos parecía que el protagonista podría haber sido él.

   Pocas veces habremos tenido la oportunidad de ver el papel de la Abuela Buryja cantado con la autoridad, convicción y sabiduría de la entrañable Hanna Schwarz, todo un lujo. A sus setenta y cuatro años, aun fue capaz de poner firme a medio pueblo y de expresar firmeza y ternura a partes iguales.

   David Robertson y la orquesta estuvieron a un altísimo nivel creando el clima intenso necesario en la obra. No hubo necesidad de llevarlo al límite ni de renunciar a la brillantez característica de la orquesta. Hubo graduaciones dinámicas, fraseo con acentos, y cuidado lirismo. En el segundo acto cargó más las tintas complementando el excelente trabajo de las Sras. Mattila y Dyka en las tablas, y en la escena final, trasdesaparecer todos y dejar solos a los dos novios, construyó un final bellísimo que ejerció de adecuado contraste a la sombría historia contada.

Foto: Front Row Photos

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