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Crítica: Josu de Solaun en el XXXI Clásicos en verano de la Comunidad de Madrid

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
15 de julio de 2018

Regreso a lo extraordinario

   Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Loeches. 08-VII-2017. Iglesia Parroquial de la Asunción de Nuestra Señora. XXXI Clásicos en verano. Obras de Robert Schumann, Johannes Brahms, Claude Debussy, Enrique Granados, Frederic Mompou, Isaac Albéniz y Manuel de Falla. Josu de Solaun, piano.

   Josu de Solaun es uno de nuestros mejores pianistas. No se me ocurre una forma más razonable de comenzar estas líneas —que van dirigidas con mi respeto y afecto a un artista cuya altura puede intuirse incluso sin haberlo escuchado, simplemente hablando con él— que constatando una verdad difícil de refutar. El juicio artístico es complejo, comprometido. Afirmar que un músico es el mejor en su especialidad es asumir pretenciosa e irresponsablemente que se ha escuchado todo. Y un crítico que merezca ostentar con orgullo ese calificativo debe ser, ante todo, cuidadoso. Debe estar alerta, consciente de que la realidad puede venir un día a sacudir sus esquemas y a cambiar sus prioridades. Pero con de Solaun uno está seguro, nada más ver la rapidez con la que sus manos atacan las primeras notas antes incluso de que el rumor del público haya terminado de silenciarse, de que no se está ante uno de tantos pianistas de medios inalcanzables y sonoridad de factoría, sino ante un músico inteligente, reflexivo y personal que ocupa uno de los puestos más altos en la lista de pianistas españoles que merecen ser recordados.

   Del programa que de Solaun llevó a los Clásicos en verano, Brahms fue el indiscutible protagonista. Intenso, meditativo, religioso, polifónico. De Solaun parece no dejar, en esta música tan difícil, ningún rincón sin iluminar, ningún cabo suelto. Se aprecia en su sonoridad el temple, la calma. Como si cada nota fuera una sílaba bien pronunciada, en una palabra adecuadamente escogida, en una frase profundamente meditada, el valenciano lanzó al aire con total claridad el mensaje brahmsiano, a veces tierno, como en el Op. 117, n.º 1, a veces misterioso, como en el n.º 3, a veces apasionado como el en Op. 118, n.º 1.

   No fue peor Debussy, con tres comprometidos Preludios; ni Granados, del que de Solaun interpretó deliciosamente sus Quejas, o la maja y el ruiseñor. Pero, en su sencillez, en su inocencia, Mompou tiene algo que consigue descolocarme. Para mí hay siempre en su música un punto de melancolía de la niñez, como ya expresé cuando escribí sobre el disco que Luis Aracama ha dedicado a la Música Callada del compositor español. En este caso he vuelto a percibir esa nostalgia en las notas de Paisajes, de cuyo primer movimiento, La fuente y la campana, de Solaun vierte una interpretación sencillamente impecable. Me atrevería a añadir, además, que la lectura de de Solaun no es literal: hay indicaciones de cambio de tempo en la partitura que se aprecian más en las versiones de otros pianistas, pero que con de Solaun son menos evidentes a cambio de una unidad formal y una coherencia insuperables. Y qué decir del brillante colofón que supone la Fantasía Bética de Manuel de Falla. Trece minutos de música muy intensa en los que de Solaun demostró tener una técnica sólida, una ejemplar resistencia a los múltiples embates de la escritura de Falla, y un gesto pianístico muy amplio, enjundioso y elegante cuando la música lo requiere.

   Si hay que poner algún pero no será a la intervención de de Solaun, que ha pasado a convertirse en uno de mis pianistas de referencia, sino más bien a la organización del ciclo. Entiendo que se promuevan actividades culturales en pueblos pequeños de la Comunidad de Madrid, pero con tantos jóvenes y talentosos músicos que el panorama musical español actual está viendo surgir con fuerza, deberían ser ellos quienes ocuparan los carteles de estos ciclos o festivales de verano, dejando para los más grandes artistas las salas de referencia de la capital. Josu de Solaun no debería haber tocado en La Cabrera o en Loeches, sino en Madrid, ante un Auditorio Nacional abarrotado y formando parte del cartel de alguno de los ciclos de referencia habituales en la ciudad, como «Grandes Intérpretes» de la Fundación Scherzo, La Filarmónica o Ibermúsica.

   Pero obviando este detalle, que es algo en lo que —lamentablemente— el arte y el talento poco tienen que decir, no se puede negar que fue un concierto memorable, injustamente poco concurrido, pero que sin duda hizo que, merced a las manos y la mente de Josu de Solaun, todos los presentes volviéramos de regreso a lo extraordinario.

Fotografía: Fernando Frade.

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