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Crítica: Kent Nagano participa en el ciclo Ibermúsica al frente de la Symphonique de Montréal.

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Autor: Gonzalo Lahoz
26 de marzo de 2014
Foto: Sony

BAILAR EN LA OSCURIDAD

Por Gonzalo Lahoz.
19 y 20 / 03 / 2014. Madrid. Auditorio Nacional. Ciclo Fundación Ibermúsica. Obras de Ravel, Chin, Stravinsky y Mahler. Ekaterina Lekhina, soprano. Orchestre Symphonique de Montréal. Kent Nagano.

    No se prodiga mucho la Orchestre Symphonique de Montéal por nuestros lares y, escuchándola, resulta todo un acierto el de Ibermúsica el haberla traído en su gira europea, pues la sonoridad que desprende es digna de equipararse con algunas de sus hermanas transoceánicas de primera línea.
   En su parada en Madrid, el maestro Kent Nagano ha escogido dos programas bien diferentes entre sí: el primero centrado de alguna manera en la danza, con la visión del Couperin de Ravel y sus danzas en Le Tombeau de Couperin y el frenesí del Petruchka de Stravinsky, y un segundo dedicado a, con todo el debate que levanta la temática nocturna o no, de la Séptima sinfonía mahleriana.

   Sublime la sonoridad conseguida en Le Tombeau de Couperin, donde Nagano hizo honor a las palabras que el mismo Stravinsky dedicara a Ravel, afirmando que nos encontramos ante “un relojero suizo”, con una Forlane y un Rigaudon para el recuerdo.
   No es la primera vez y es de esperar que no será la última en que Unsuk Chin y Kent Nagano viajan de la mano en la difusión de la obra de la compositora koreana, con quien el director ha grabado un disco, además de ser quien dirige a la Orquesta de la Bayerische Staatsoper en el registro de “Alice in Wonderland”, ópera a la que pertenecen los fragmentos, titulados a modo de canciones “Snags & Snarls” y que hemos podido escuchar en el Auditorio Nacional, en su estreno en España.  Música bien compuesta, juguetona, caricato el juego de la línea vocal, que requirió de amplificación y que puso en evidencia las carencias de la soprano Ekaterina Lekhina, de dicción desdibujada, proyección dificultosa y escasa imaginación, sin dramatización de unas palabras cargadas de juego y contenido (poner la misma voz al ratón y al león en “The Tale-tail of the mouse” echa por tierra la pieza) que Chin se ha encargado de evidenciar con el contraste orquestal y los llamativos recursos instrumentales utilizados (“Speak roughly to your little boy”) en una efectiva introducción en el maravilloso cuento de Carroll y el universo de El Sombrero loco.
   Cerraba la primera noche Petruchka de Stravinsky, donde Nagano volvió a dar lo mejor de sí mismo (por cierto siempre con la mano en alto, intentando controlar al público), siempre con tiempos medidos, exponiendo un claro contraste de texturas y motivos en la Fiesta de carnaval, con unos metales de lo más atractivos y una cuerda por momentos intratable en la sonoridad alcanzada.

   No es que el Mahler de Nagano sea deficiente ni mucho menos, pero tampoco mucho más. Quiero decir, la construcción y el discurso sonoro es correcto, la narración es coherente y los tempi y dinámicas siempre se desarrollan dentro de lo esperado mas, no obstante, la lectura del estadounidense (porque Nagano es sansei, no japonés como algunos apuntan) se percibe manca de incisión filosófica propia de otros grandes del universo mahleriano, como si en parte este lenguaje le resultase ajeno, carente de una marcada (y coherente para ser positiva) personalidad que pudiera contrarrestarlo. Falta esa profusión en el por qué, tan necesaria en sus sinfonías, ese halo de recogimiento y desasosiego y el dibujo perfecto del ácido sarcasmo del compositor austriaco que tan bien sirvieron batutas de antaño y cuyo relevo han tomado, por encima de otras, nombres como Nagano, Zinman, Chailly, Gergiev o Nott (a Jansons, Haitink, Maazel, Rattle o Tilson Thomas, situémoslos por el momento un paso por delante de aquellos, aunque siempre habrá momentos y obras).
   Todo ello se consigue, siempre lo digo, siendo un verdadero alquimista del sonido, no valen medias tintas ni sonidos gruesos con Mahler, algo en lo que, volviendo a Nagano, se incurrió en ocasiones, por más que  centrándonos en lo bueno, encontremos de nuevo esa sonoridad tan bien trabajada en la Orchestre Symphonique de Montréal, sin duda lo mejor de estas citas, con un juego de maderas templado y bien contrastado, así como unos metales sobresalientes. Nagano opta por la vía de en medio en cuanto a los tiempos, sin exageraciones en el Rondo finale ni aletargarse en sendas músicas nocturnas del segundo y cuarto movimiento, donde la tensión creada fue más bien terrenal, sin suspensiones aéreas o tribulaciones místicas. El Mahler de Nagano se pasea más por la senda del positivismo, del esperanzador día que prosigue a la noche, tal y como pudo disfrutarse en el scherzo y el inicio del movimiento final. A falta de pan, buenas son tortas; e incluso en ocasiones hay tortas mucho mejores que algunos panes.

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