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Crítica: 'La Cenerentola' en Múnich con Leonard, Camarena y Chausson

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Autor: Alejandro Martínez
2 de marzo de 2015

MAGNIFICA

Múnich: Bayerische Staatsoper. 01/03/2015. Rossini: La Cenerentola. Isabel Leonard (Angelina), Javier Camarena (Don Ramiro), Carlos Chausson (Don Magnifico), Vito Priante (Dandini), Ildebrando D´Arcangelo (Alidoro), Eri Nakamura (Clorinda) y Paola Gardina (Tisbe). Dirección musical: Antonello Allemandi. Dirección de escena: Jean-Pierre Ponnelle.

   Función de repertorio con reparto de campanillas. Ese era el menú previsto para esta representación de La Cenerentola en la ópera de Múnich, con las voces de Isabel Leonard, Javier Camarena y Carlos Chausson presidiendo el cartel. La joven mezzo neoyorquina Isabel Leonard, que apenas canta en Europa, dos dejó un inmejorable sabor de boca con su actuación. La voz es hermosa, el canto elegante y medido; canta con facilidad y, sin ser una virtuosa, resuelve las agilidades y la coloratura con probada solvencia, moviéndose por la tesitura sin apenas cambios de color y con homogeneidad. Tan sólo encontramos a la intérprete por momentos un punto aterida y tensa, falta de soltura escénica y magnetismo. Hacía varios años que la mezzo no volvía a interpretar este papel y quizá la incertidumbre de volverlo a resolver en escena le llevo a estar concentrada en exceso, transmitiendo a veces esa sensación de distanciamiento. En todo caso, nos quedamos con su apenas intachable resolución de la partitura, mostrándose como una magnífica intérprete para el este papel rossiniano. Ojalá Leonard actúe más a menudo por Europa en los próximos años.

   No hay a día de hoy un Ramiro equiparable al de Javier Camarena, habida cuenta de la insultante resolución de su escena más celebrada, el “Si, ritrovarla io giuro", en la que el descollante registro agudo del tenor deja boquiabierto al respetable, con un sonido percutiente y fácil que campanea por toda la sala, ascendiendo al Re4 con una soltura envidiable. La voz arriba crece, se expande y nos cuesta, a decir verdad, encontrar a día de hoy un tenor con un sonido más espléndido en esa franja. El bajo buffo zaragozano Carlos Chausson, en reemplazo del previsto Renato Girolami, volvió a repetir su ejemplar Don Magnifico, cuajado de atinados acentos, teatralísimo, en un estado de forma vocal que para sí quisieran muchos jóvenes solistas, y con tiempo incluso para incluir alguna “morcilla” cómplice con el público local, como ese sonoro “Nein” en lugar del “No” previsto en el libreto, cuando la Cenerentola le pide ir al baile con el Príncipe. En términos generales, sobre su interpretación sólo cabe abundar en lo ya dicho hace unas semanas, cuando disfrutamos de su hacer también como Don Magnifico en Zúrich.

   Vito Priante, al que habíamos escuchado en partes más dramáticas, dio muestras de un probado oficio también con este repertorio, con un Dandini resuelto con soltura, con ligereza y sin tensiones. La voz de Ildebrando D´Arcangelo fue todo un lujo para la parte de Alidoro, que resuelve a placer, con un acento noble y elegante, brindando un instrumento aún muy bello y en perfecta forma. Muy elogiable nos pareció también el trabajo de las dos solistas que cerraban el reparto, Eri Nakamura, habitual en Múnich, y la joven Paola Gardina, a la que recordábamos por su Dorabella en el Cosí fan tutte dirigido por Handke en el Teatro Real. Ambas se mostraron no sólo impecables en su cometido vocal sino muy entonadas e implicadas en escena.

   La ya más que clásica producción de Jean-Pierre Ponnelle, estrenada en Múnich allá por 1980, con Bruno Bartoletti a la batuta, es un ejemplo primoroso de un modo de hacer las cosas ciertamente periclitado, con esa escenografía que se antoja hecha a mano, prácticamente dibujada a la lápiz y carboncillo. La función entera se sostiene así sobre todo en la dirección de actores, tan elaborada y rica, sí, como clásica y previsible. Quizá algunas joyas, de tan vistas, dejan de tener el brillo que debieran. Esta producción se dispone también de tanto en tanto en París y en San Francisco y tiene sobre todo un aliciente fotogénico, puesto que desde un punto de vista dramatúrgico no va en modo alguno más allá de la pura literalidad del libreto. Y lo cierto es que incluso una historia tan manida como la de la Cenicienta admite de tanto en tanto un enfoque renovado, como el que sin ir más lejos Michieletto ha acertado a plasmar en su propuesta para Salzburgo, protagonizada por Bartoli.

   Por otro lado, y habida cuenta del particular sistema de reposiciones que se ejecuta en Múnich, con escasos ensayos musicales y revisando la parte escénica en salas de ensayo sin la escenografía propiamente dicha, tuvimos la sensación por momentos de asistir a un ensayo general, con detalles pendientes de aquilatar aquí y allá, sobre todo en una producción como esta, sostenida sobremanera en la dirección de actores y en su interacción con el atrezzo. En cualquier caso, el mayor inconveniente de la noche vino de la mano del foso, bajo la batuta de Antonello Allemandi, que plasmó una dirección realmente pesante, pasada de decibelios, en una exposición sin gracia, sin contrastes y digna de olvidar, incapaz de sentir y respirar con los cantantes. Ya nos defraudó su Barbero de Sevilla, precisamente en Múnich, con Flórez, hace varios meses. En esta ocasión se hubiera mascado la tragedia de no ser por el espléndido sonido de la orquesta titular de la Bayerische Staatsoper, que puede con todo lo que le echen, y gracias asimismo al elevado nivel del reparto, capaz de acoplarse a la batuta, y no al revés.

Fotos: Wilfried Hösl

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