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Crítica: La compañía Loftopera presenta en Brooklyn una hilarante versión de la ópera de Rossini 'El conde Ory'

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
10 de junio de 2016

DIVERSIÓN Y CALIDAD

Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. The Muse. 7/VI/2016. Le Compte Ory (Gioachino Rossini/ Eugène Scribe). Thorsteinn Arbjornsson (El Conde Ory), Sharin Apostolou (La Condesa Adela), Elizabeth Pojanowski (El paje Isolier), Steven Eddy (Raimbaud), Jeff Beruan (El tutor /el Governador), Shirin Eskandani (Ragonde). Dirección Musical: Sean Kelly. Dirección de escena: John de los Santos.

   En nuestra crítica del pasado mes de abril a las funciones de La pasajera en la Grand Opera de Florida, comentábamos que en un país donde el mundo de la ópera gira alrededor del “astro” MET, pocos teatros más allá de Chicago, San Francisco, Houston, Los Angeles, Seattle o Miami son capaces de hacerse un hueco. Por eso se puede calificar de auténtica proeza el tratar de “sacar la cabeza” en la misma Nueva York. Para la gran mayoría de los habitantes del planeta (amantes de la Ópera incluidos), la ciudad de Nueva York se reduce a Manhattan, y más concretamente a todo lo que hay desde ambos lados del Central Park hasta el Sur de la isla. Sin embargo la ciudad es mucho más que eso, y la vida musical palpita en mayor o menor medida en los otros distritos. Hay más de diez pequeñas compañías de ópera funcionando en estos momentos. De todas ellas, en los últimos tiempos, sobresale con luz propia Loftopera.

   Es una compañía que comenzó su andadura hace unos años en el distrito de Brooklyn, y que hacen tres o cuatros producciones anuales. En su carta de presentación, huyen de escenarios teatrales convencionales. De hecho no tienen sede fija para sus producciones sino que utilizan diversos escenarios. Las sillas suelen ser de plástico, las producciones minimalistas, y a nadie le extraña que tengas una cerveza en la mano, o saques una foto del escenario en plena representación. Los precios son baratos, 30 dólares, que es lo que en el MET suele costar una entrada de la parte lateral del gallinero, y que en la mayoría de los teatros españoles te darían o bien para una entrada de visibilidad limitada o directamente no podrías entrar.La palabra “sostenibilidad” está en boca de todos, y su declaración de principios es la siguiente: “Estamos cambiando todo para que el centro de nuestra actividad sea la integridad artística y el arte en sí mismo. Reivindicamos nuestra propia cultura. Hacemos ópera asequible, en recintos nuevos y cercanos a nuestra audiencia, y contratamos a los artistas del futuro. En resumen, hacemos ópera para todos. Jóvenes, viejos, ricos, pobres, aficionados de siempre o principiantes. No necesitas robar un banco para sentarte en primera fila, y no necesitas saber nada de arias para disfrutar del espectáculo.”

   La declaración no puede ser más ambiciosa, y alguno de sus puntos puede retraer a espectadores habituales, pero una vez vista esta función, creemos que andan cerca de conseguir esa “cuadratura del círculo” en la que todos se sientan a gusto.

   La obra elegida, “El Conde Ory”, ópera cómica en dos actos de GiochinoRossini, fue estrenada en la Opera de París en 1828. Parte de la música la utilizó previamente en la ópera “El viaje a Reims”, estrenada tres años antes y compuesta para la coronación del último de los reyes borbones de Francia, Carlos X. Cuenta la historia del Conde Ory, un “Don Juan” de la época de las cruzadas, quien en vez de irse a luchar a Tierra Santa, prefiere quedarse en Francia a conquistar a las mujeres de los que se fueron. El “objeto de sus deseos” es Adela, la hermana del Conde de Formoutiers quien ha hecho votos de castidad hasta la vuelta de su hermano. En el primer acto intenta conquistarla convirtiéndose en un ermitaño que da sabios consejos en materia del amor. Descubierto al final del primer acto, en el segundo se disfraza de monja “Hermana Colette” para entrar en el castillo y acercarse a la Condesa, pero descubierto una vez más, se escapa ante la llegada del hermano de ésta. El libreto es de los más divertidos de Rossini, y en las manos de LoftOperafue un espectáculo inolvidable.

   El recinto elegido fue “The Muse”, antigua nave industrial reconvertida en escuela circense para acróbatas y trapecistas. Nada más llegar al local, dos acróbatas vestidas de monjas nos recibieron haciendo piruetas y acrobacias en dos telas que colgaban del techo. La música de la canción “Kiss” del recientemente fallecido Prince sonaba por los altavoces. La orquesta de unos 30 músicos, la mayoría salidos del legendario Conservatorio Mannes (*), estaba situada en el centro del local junto a una de sus paredes, mientras en frente se situaba el escenario del primer acto, consistente en una plataforma rectangular de suelo verde con un banco de hierro y un arco de flores. En el segundo acto hubo una plataforma suplementaria donde se situó la cama con dosel, utilizada para la escena final del trio amoroso entre Isolier, Adela y Ory. Para situarla se tuvieron que cambiar de sitio las sillas de varios espectadores.

   El único momento complejo para el espectador acostumbrado a asistir a teatros convencionales es al principio. Uno tarda en acostumbrarse a tener el sonido de la orquesta a escasos 2 metros, que te llega de manera directa, no desde el foso. Al menos al principio, tienes la sensación de que tapa a los cantantes. Mas en el caso de esta función, en que el director musical, Sean Kelly, primó el mantener ritmo, pulso y sonido, sobre ligereza o transparencia tan necesaria también en las partituras del compositor de Pésaro.

   La puesta en escena de John de los Santos es un claro ejemplo de como con ideas, se pueden hacer trabajos muy interesantes sin necesidad de gastar ingentes cantidades de dinero. Hubo números mejores y otros más discutibles. El hecho de actualizar historia y vestuario provocó alguna incongruencia que tampoco tuvo mayor importancia. El traje de color rosa, con bigote pintado a juego de Ory en el primer acto, impactó como pocos, aunque está claro que no eran propios de un ermitaño sino de un vendedor de tele tienda. La estética de todo el primer acto se mantuvo fiel a la onda “hipster”, tan de moda en estos días en la ciudad de los rascacielos. En el segundo, fue chocante ver a “las monjas” vestidas con hábitos rosas. Pero en conjunto, la escena funcionó como un guante. Hubo una auténtica puesta en escena, y no una sucesión de cuadros como muchas veces vemos en producciones de mayor fuste y renombre. Como colofón, una escena final antológica donde los tres protagonistas del “menage a trois” se quedan  en paños menores, donde las coloraturas de Adele e Isolier simulaban orgasmos, y donde Ory escapa, en una suerte de homenaje al recinto, colgado de una de las telas que utilizaron los acróbatas antes de comenzar la función, en plan Johnny Weismuller haciendo de Tarzán.

   El tenor islandés Thorsteinn Arbjornsson, de voz pequeña e impersonal, se ganó al público con una gran creación escénica del personaje del Conde. Sufrió su inclemente tesitura, sobre todo en un primer acto donde por arriba se le abrieron bastantes sonidos. Mejoró en el segundo acto. La soprano greco-neoyorkina Sharin Apostolou fue una adecuada Condesa Adela. Su voz es de lírico-ligera, con cierto peso en el registro central, y con facilidad para el agudo y la coloratura. En el escenario fue un torbellino. Interesante también la voz de la mezzo Elizabeth Pojanowski, con un centro terso y sedoso, y un registro agudo algo más justo. Completaron el elenco la mezzo canadiense Shirin Eskandani delineando una elegante Ragonde, el bajo de Kansas Jeff Beruan de voz oscura y noble en el papel del tutor de Ory, y el barítono Steven Eddy como un intrigante Raimbaud.

   No sé si es una fórmula exportable o no, y cómo funcionará en una obra más trágica, pero a la vista de la reacción del público, que  prácticamente llenaba el recinto, creo que lo es. Siempre es bueno unas ráfagas de aire fresco.

(*) El legendario “Conservatorio Mannes”, fundado hace ahora 100 años por el entonces concertino de la New York Symphony, David Mannes, y su esposa Clara Damrosch, hermana del mítico director Walter Damrosch, se integró en los años 80 en la prestigiosa Universidad “The new school”. Por sus aulas, bien como profesores o como alumnos han pasado nombres clave de la interpretación musical del pasado siglo como Alfred Cortot, Leopold Godowsky, Bohuslav Martinu, George Enescu, Rosalyn Tureck o Semyon Bychkov. Recientemente han firmado un acuerdo de colaboración con Loftopera.

Foto: Robert Altman

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