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CRÍTICA: 'LA FANCIULLA DEL WEST' CON STEMME, BERTI Y RIZZI EN LA BASTILLE DE PARÍS

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Autor: Raúl Chamorro Mena
10 de febrero de 2014

¿PUCCINI?


Por Raúl Chamorro Mena.

LA FANCIULLA DEL WEST (Giacomo Puccini) Paris, Opera Nacional de La Bastilla. 1-2-2014. Nina Stemme (Minnie), Marco Berti (Dick Johnson-Ramerrez), Claudio Sgura (JackRance), Roman Sadnik (Nick), André Heyboer (Sonora), Alexandre Duhamel (JakeWallace). Dirección musical: Carlo Rizzi. Dirección de escena. Nikolaus Lehnhoff.    

   El estreno de "La Fanciulla del West" fue un acontencimiento memorable. Giacomo Puccini en la cumbre de su fama, a la cabeza de toda una generación de compositores de ópera. Todo le es concedido, nada se le discute. El Metropolitan de Nueva York, el Maestro Arturo Toscanini y un elenco de ensueño. El 10 de Diciembre de 1910 suben al escenario del viejo MET nada menos que Enrico Caruso, Enmy Destinn, Pasquale Amato, Adamo Didur y Andrés de Segurola para dar vida a los personajes de esta obra maestra, una más del genio pucciniano en su plena madurez. Una partitura alabada por Anton Webern y por Maurice Ravel, quien recomendaba vivamente su estudio a sus alumnos y que contiene una orquestación fascinante, una vuelta de tuerca más en la maestría del genio de Lucca en ese aspecto y una escritura vocal muy complicada con tres personajes principales de gran exigencia y un gran elenco de secundarios con mucho que cantar y actuar.  
   Esa escritura vocal que parece huir del canto más regular, ortodoxo a la italiana y que no descubre a primera audición, las inspiradas melodías puccinianas ya que están integradas en el fluido y continuo discurso dramático. Esa ausencia de ese puñado de arias, de números seleccionados (apenas el aria del tenor "Ch'ella mi creda" lo ha logrado), que atesoran otras de sus creaciones y que inmediatamente se instalaron en el catálogo de las más amadas por el público y los cantantes. Todo ello puede explicar que esta ópera nunca haya gozado del cariño del público y la popularidad de la mayoría de sus hermanas y que no se represente tanto como merecería dada su enorme calidad. Puccini exploraba el camino de la redención por el amor y esta vez, la protagonista femenina (otra creación más memorable del autor en ese campo), ni se suicida, ni muere trágicamente, destino a la que parecían destinadas sin remedio todas sus heroínas anteriores y posteriores.  

   Nada de Puccini y mucho de triste parodia encontramos en la producción de Nikolaus Lehnhoff originaria de Amsterdam y que se estrenaba en La Bastilla de Paris el pasado 1 de Febrero. Ciertamente, estamos ante una de esas óperas en los que la ubicación de lugar y época es esencial, debiendo concurrir muy buenas razones, muy buenas ideas y mucho talento para alterarla. Al comienzo uno se encuentra con un bar setentero lleno de máquinas tragaperras en Las Vegas y en el segundo, una especie de habitáculo propio de muñecas con las que juegan los infantes con dos cervatillos en la puerta a los que se les iluminan los ojos. Hasta ahí, estupor, un "A qué viene todo esto" y muchas risas (lo que es triste en una obra que no es bufa precisamente), pero el acto tercero nos tenía reservada la traca final del ridículo. Una especie de cementerio de coches, unos encima de otros, el tenor colgado y zarandeado de la cuerda en la que iba a ser ahorcado, dos leones de la Metro, Minnie vestida de vampiresa descendiendo por unas escaleras cual Rosa María Sardá, lluvias de dólares. Las risas sonoras al abrirse el telón de dicho acto y algunos aplausos inmediatamente contrarrestados por nítidos abucheos, que ya habían acompañado al director musical Carlo Rizzi en su salida a dirigir el tercer acto. En resumen, una triste parodia de una obra de arte a cargo de estos iluminados de la escena que campan a sus anchas en la lírica de nuestros días. Si a uno no le gusta una obra o no congenia con lo que pretendía expresar el autor, lo lícito, noble y decente es dedicarse a otra, que el repertorio es muy amplio y no ridiculizarla y ciscarse en la misma y sus autores.  

   La fascinante orquestación pucciniana no pudo tener un traductor más pobre que Carlo Rizzi. Si la orquesta de La Bastilla atesora una gran calidad y se pudo comprobar siquiera en algunos momentos, pareció estar conducida por una especie de calígrafo, un pendolista que se limitó a escribir con letra bonita en el mejor de los casos,una escritura sin ningún contenido ni profundidad. Incapaz de crear ninguna atmósfera, sin sentido narrativo, sin tensión, sin aristas, ni contrastes, ni tensión teatral no se puede conducir una ópera. De este modo, momentos cumbre como el nostálgico canto de los mineros, la salida de Minnie a la que Puccini otorga un tema orquestal memorable, el sublime dúo final del acto primero o el final de lapartida de póker en el que el genial ostinato de los contrabajos prepara el clímax del estallido orquestal que preside la victoria de la protagonista, quedaron en nada. Un triste encefalograma plano que justificó los abucheos que recibió el director musical.    

   El papel de Minnie es muy arduo de escritura. Requiere una gran solidez en centro y grave, franjas muy requeridas en la particella y esa capacidad para imponerse, para desplegar ascensos restallantes marca de la casa. Nina Stemme no se encontró cómoda en ningún momento. Tras un comienzo muy destemplado y dubitativo con un centro sordo y timbre apagado (el contraste con Berti en cuanto a potencia y presencia sonora la dejaba en evidencia), fue de menos a más. La pronunciación del italiano es buena, si bien la articulación y modos canoros delatan su extrañeza a este repertorio. Aunqueno fue capaz de ofrecer esas frases plenas de italianitá, de feminidad (sí, aunque rodeada de rudos mineros toda su vida, Minnie debe expresarla en mucho momentos), de lirismo envolvente, sí impuso su musicalidad indiscutible y sus cualidades dramáticas que lucieron especialmente en un vibrante acto segundo, donde puso la emoción que no emergía de un foso adormecido. El grave resulta desguarnecido y lo que es más inquietante a juicio del que firma estas líneas: el registro agudo cada vez más duro y forzado (el si bemol del aria "Laggiù nel Soledad" fue una nota abierta e hiriente) parece ir notando las huellas del repertorio tan dramático que está abordando esta soprano de medios originaria y eminentemente líricos.

   El tenor Marco Berti, visiblemente más delgado (menos mal, porque de lo contrario,lo hubiera pasado muy mal colgado de la cuerda cual Johnny Weissmuller) volvió a mostrar su voz potente, robusta, consistente y squillante con sonidos percutientes y timbre cálido e italianísimo. Ante la escasez de tenores spinto es, actualmente, casi una pieza esencial en estos papeles. Y ello a pesar de que resulta escasamente elegante e imaginativo en su fraseo, más bien expeditivo y de un solo trazo. Los escasos intentos de apianar se fueron atrás y si emitió un brillante si natural en "Ancor bella m'appar", bien es cierto que fue atacado con un clarísimo portamento disotto. Sin embargo, le faltó punch en la frase "Oh Dio! Ch'ella non sappia mai lamia vergogna. Ahimé!" ejemplo de canto concitato en su solo del acto segundo "Or son sei mesi".
  El baritono Claudio Sgura es un profesional que no hace nada feo y canta con corrección, pero su material vocal es modestísimo, pobretón, tanto como resultó su Jack Rance, plano, sin relieve alguno. A pesar de ello fue muy ovacionado, aligual que Berti y Stemme. Abucheos para Rizzi y sonoros para el equipo escénico con algunos gritos de "Vergogna! y "Povero Puccini!" expresados, probablemente, por espectadores italianos indignados por la parodia a que se vió sometido uno de sus genios artísticos nacionales.

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