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Crítica: 'La fille du régiment' de Donizetti en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
25 de octubre de 2014
Foto: Javier del Real

TRIUNFÓ CAMARENA

Por Raúl Chamorro Mena

23/10/2014 Madrid, Teatro Real. La fille du régiment (Gaetano Donizetti). Alexandra Kurzak (Marie), Javier Camarena (Tonio), Ewa Pòdles (Marquesa de Berkenfield), Pierto Spagnoli (Sargento Sulpice), Ángela Molina (Duquesa de Krakentorp). Director musical: Bruno Campanella. Direccción de escena: Laurent Pelly realizada por Christian Räth.

  No hay ópera cómica de autor no francés que alcanzara más éxito y número de representaciones que “La fille fu régiment” de Donizetti, estrenada en la Opéra Comique Parisiense el 11 de Febrero de 1840. Asimismo, ese sello de eternidad que confiere un compositor para el teatro tan genial como el bergamasco, permite que esta ópera esté instalada en el repertorio internacional, lo que no ocurre con ninguna de las, en su día, exitosas creaciones de Auber, Adam o Boïeldieu.

   Llegó a Madrid la famosa producción de Laurent Pelly estrenada por Natalie Dessay y Juan Diego Flórez, que se ha paseado con éxito triunfal por gran número de teatros y demostró que sigue manteniendo su vigencia y validez. A pesar de que la parte de Marie está totalmente pensada y diseñada a medida de Dessay (anunciada en su día para estas funciones) y sus exuberantes dotes de comedianta, el montaje sigue funcionando en su ausencia, ya que no sólo encauza, sino que potencia toda la ligereza, amabilidad y comicidad de la obra. La mayoría de los gags y situaciones resultan apropiados, así como el movimiento escénico y se consigue que el público se divierta y siga la obra con una sonrisa y sin sobresaltos, así como que los cantantes desarrollen su labor en las mejores condiciones. La obra no necesita más, ya que la profundidad transcendente o la filosofía más intelectual no están entre sus pretensiones. Sólo nos faltaba en una ópera como ésta, una “genial” dramaturgia paralela, que necesite su oportuno libro de instrucciones para enterarnos de algún oculto mensaje “profundo y revelador”.

   Así como el genio de Bergamo asumió las estructuras de la ópera italiana herededadas de sus antecesores, pero supo forzarlas, flexibilizarlas, autoadaptarlas y hasta retorcerlas, pero sin llegar nunca a violentarlas, con La fille du régiment se adentra en los códigos de la ópera comique, pero mantiene su genio y personalidad,-totalmente “internacionales” - logrando dejar su sello en melodías tan sublimes como la despedida de Marie del primer acto “Il faut partir” que consituye el adecuado contrastre patético a la comicidad de la ópera, momentos de depurado belcantismo como el aria de Tonio “Pour me rapprocher de Marie” y otros encarnados en la tan acendrada como legítima tradición de exhibicionismo vocal, como es el famoso aria de los nueve does agudos ”Pour mon ame”, que debe afrontar el tenor en el primer capítulo de la obra.

   Llegaba a Madrid el tenor mejicano Javier Camarena en el punto más alto de su fama y prestigio, precedido de éxitos en lugares como Nueva York y Salzburgo, lo cual tampoco garantiza nada, dada la situación de la ópera actualmente. No decepcionó y fue muy aplaudido, resultando el claro triunfador de la noche, aunque una vez escuchado, resulta un tanto excesivo el entusiasmo que despierta. Efectivamente, el tenor mejicano, simpático sobre el escenario, conoce el estilo y muestra una muy apreciable facilidad en la franja superior, aunque se echa de menos un mayor afianzamiento técnico. Emitió sin problemas todos los agudos, abundantes en su parte, aunque es apreciable el cambio de color al atacar los mismos, como bien pudo comprobarse en la referida aria, en que los ocho does casi consecutivos surgieron con fluidez aunque un tanto apretados y algo abiertos. Mejor el noveno, el do final y conclusivo del aria, de mucha mejor factura y con mayor expansión. Aunque la voz tiene cierto cuerpo en el centro, superior al que correspondería a un tenor ligero, el timbre no es especialmente bello ni personal y su sonoridad es justa, ya que la emisión es un tanto desigual, la posición es algo caída y el sonido no termina de estar enmascarado, totalmente liberado. En la bellísima aria “pour me rapprocher de Marie” del segundo acto, bien planteada, lució un legato de buena factura y un estimable intento de cantar a media voz, a la que faltó un ortodoxo apoyo sul fiato para resultar totalmente lograda. Con un hábilidoso silencio en el que el tenor se colocó de espaldas hacia el público para girarse posteriormente al atacar la fermata en las palabras “S’il me fallait” culminada con un brillante re bemol 4 y posterior resolución de la pieza en piano, consiguió una gran ovación.

   El aliento es justo y el fraseo, cuidado, muy correcto, en estilo, pero no especialmente inspirado ni variado. Una maravilla, en cualquier caso, comparado con la polaca Alexandra Kurzak, intérprete del papel de Marie. Un personaje ideal para sopranos coloratura y en el que han brillado legendarias representantes de dicha subdivisión vocal, aunque la escritura tiene momentos más puramente líricos, que han permitido a alguna lírica pura como Mirella Freni, brillar en el mismo. Kurzak es una soubrettina de timbre pobretón y de escasa proyección, que se torna ácido y estridente cuando asciende a un registro agudo caracterizado por sonidos abiertos, hirientes y desabridos. Con semejante bagaje en la zona alta, desafinaciones constantes y una coloratura muy discreta, apenas queda una figura juvenil y desenvuelta en escena. En el gran momento, -más propio de una soprano lírica, bien es verdad- “Il faut partir” (que contó con un buen acompañamiento del corno inglés), la falta de anchura y fuste vocal fueron evidentes y las desafinaciones en los ascensos de “Ah! Per pitié” implacables para el oído, aunque no tanto como el sobreagudo cercano al grito que emitió al final de la stretta con la que concluye el primer acto. La veterana Ewa Pódles intentó compensar su estado vocal ya comatoso con un derroche de exagerado histrionismo. Anónimo, gris, y anodino el Sulpice de Pietro Spagnoli. Fuera de lugar y pasada de rosca, Ángela Molina en su cameo como Duquesa de Krakentorp, papel para el que se anunció en un principio a Carmen Maura.

   Bruno Campanella es un avezado maestro de foso y estupendo conocedor del repertorio italiano. Lo demostró con una dirección ligera, flexible, bien organizada y con atención a los cantantes, pero que decepcionó en cierto modo, por resultar un tanto plana, falta de chispa y contrastes. Muy correcto el coro masculino y por debajo el femenino, que sonó un tanto desempastado y, en ciertos momentos, estridente.

Fotografía: Javier del Real

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