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CRÍTICA: 'LA FORZA DEL DESTINO' EN EL TEATRO DEL LICEO DE BARCELONA

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Autor: Alejandro Martínez
8 de octubre de 2012
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5/10/12. Dirección musical: Renato Palumbo. Dirección de escena: Jean-Claude Auvray.  Escenografía: Alain Chambon. Nueva coproducción del Gran Teatro del Liceo / Opéra National de París. Reparto: Violeta Urmana, Marianne Cornetti, Marcello Giordani, Ludovic Tézier,  Vitalij  Kowaljow, Micaela Carosi, Enkelejda Shkosa, Zoran Todorovitch,  Luca Salsi, Carlo Colombara, Norma Fantini, Anna Smirnova, Alfred Kim, Vladimir Stoyanov y otros. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo. Coro de Amigos de la Ópera de Gerona.

NOTABLE "FORZA"

      El Gran Teatro del Liceo ha abierto su temporada escenificada con unas funciones de La Forza del Destino, obra arriesgada de programar donde las haya, quizá no tanto por el lastre de maldiciones que trae consigo como sí por la notable exigencia vocal que demanda a sus tres protagonistas, algo difícil de satisfacer en tiempos donde no abundan las voces verdianas a la antigua. A cambio, hemos encontrado otras formas de cantar Verdi, no cargando las tintas en la pura voz, en el mero sonido, en la impresión fácil, como sí en la frase, en la melodía, en el teatro cantado. Keenlyside o Tézier son ejemplos de este buen hacer con las partituras verdianas sin disponer de voces verdianas al modo de Bastianini, Cappuccilli o Bruson.

     Las sensaciones generales que deja el primer reparto de esta Forza son notables. Comenzando por la batuta ágil y moderada de Renato Palumbo, que ya en julio firmó una muy estimable Aida. Palumbo recuerda a lo mejor de los concertadores de tradición italiana, atento siempre al balance entre voces y orquesta, respirando con los cantantes, buscando subrayar la melodía, sin grandes aspavientos, pero con brío y lirismo. Quizá pueda pecar de poca imaginación, de no descubrirnos lo escrito entre líneas, pero en todo caso su batuta es una garantía de buen hacer en el catálogo verdiano.

      Marcello Giordani se encargaba del dificilísimo rol de Don Alvaro, con tantos ascensos comprometidos y desnudos al agudo. La voz comenzó absolutamente destemplada, al borde de la ruptura en cada ataque. Realmente, escuchar a Giordani en el primer acto fue un sufrimiento para el oyente. Se sumó a ello una Urmana nada esforzada en esa escena. Sin duda fueron esos momentos musicalmente muy por debajo de lo exigible a una representación con estas credenciales. Afortunadamente, la situación remontó y Giordani ofreció una recreación muy resuelta de su escena en el tercer acto ("La vita è inferno...") También estuvo muy implicado en las escenas con el barítono, en las que la partitura se empina endiabladamente una y otra vez. En todo caso, el timbre sigue siendo áspero, a veces ingrato, por mor de una emisión a menudo estrangulada. Fue un Don Alvaro con las notas y el ímpetu, pero con la voz descompuesta.

      Junto a Giordani, como decíamos, se encontraba la Leonora de Violeta Urmana. Es la suya, todavía hoy, sin duda, una voz verdiana por presencia, por metal y por teatralidad. A cambio, en el debe, es cierto que el extremo más agudo resulta tirante y esforzado, a veces al borde de la desafinación y el grito. Se comenta últimamente la conveniencia de su vuelta a la cuerda de mezzo, en la que empezó. Quizá sea una buena opción, pues hay voz para rato, una voz que bien puede cantar en plenitud roles como Isolda, Éboli, Lady Macbeth, Kundry, etc. Por lo que hace a su Leonora, su labor fue notable, con momentos muy por debajo de lo exigible, como el citado primer acto (nada inspirado su "Me pellegrina ed orfana"), y momentos de mucha mejor resolución, como "La Vergine..." o el "Pace, pace...". Al contrario que Giordani, pues, una cantante que tenía muy claro como hacer una gran Leonora, pero que no tenía la voz de soprano se se requería para tal empeño.

      Completaba el trío protagonista el barítono francés Ludovic Tézier, en su debut como Don Carlo di Vargas. Encontramos en él la voz de un barítono lírico pleno, con un sonido noble y rotundo, una voz hermosa y una entonación llena de detalles, siempre teatral. Como él mismo nos confesaba en una entrevista, el mejor Verdi se construye con la frase, respirando el texto, no buscando el sonido estentóreo. Su Don Carlo di Vargas fue un ejemplo en ese sentido, resaltando con su mesura la escritura belcantista que hay detrás incluso del Verdi más maduro.

      El rol de Preziosilla recaía en Marianne Cornetti, que venía de cosechar buenas crónicas como Azucena en Peralada. El papel no le supuso mayores complicaciones, salvo en el extremo más agudo. Realmente sorprendió, para bien, el buen hacer de Vitalij Kowaljow como Padre Guardiano. Una voz de bajo cantante sin artificios, con una línea de canto homogénea. Un acierto pleno para este reparto. Dan ganas de escucharle en algún Verdi de mayor enjundia, como el Fiesco que tiene previsto en Munich o el Zaccaria que hará en Londres y en Milán. No en vano, Kowaljow no ha salido de la nada: fue el Wotan de La Valquiria de La Scala hace tres años, por ejemplo, así como el Wotan, en 2010, de los "Anillos" de Dresde y Los Ángeles. Una voz a tener en cuenta, pues.

      Bruno de Simone es un cantante teatral, vocalmente un tanto inclasificable, pero musical y con una dicción y una prosodia ejemplares, justamente lo que cabe esperar de un Melitone. Más que bien resuelto, pues, su cometido en la función. La producción de Jean-Claude Auvray resultó ejemplar en su concepto, aunque quizá en exceso minimalista en su expresión escenográfica, a cargo de Alain Chambon. En todo caso cabe destacar la magnifica iluminación de Laurent Castaingt.

      Se escogió en esta ocasión una versión prácticamente sin cortes de La Forza. Tan sólo se escatimaron algunas frases en la repetición de la cabaletta de Don Carlo di Vargas. A cambio se incluía el magnífico y largo duo "Né gustare m'è dato un'ora di quiete... Sleale...", entre Don Alvaro y Don Carlo. La conocida obertura de "La Forza" se situaba esta vez al comiezo del segundo acto, y no al inicio de la función, otorgando al primer acto el carácter de un prologo, al modo del que encongamos en "Simon Boccanegra". Es una decisión polémica (y que no es invención de esta producción, ya se hacía en tiempos en el Met) pero que no desentona en escena y encaja con el devenir de los hechos, como si todo lo que sucede a partir de la obertura fuese efecto de la fuerza del destino desencadenada en el primer acto.

      El Liceo puede estar satisfecho con el resultado global de esta Forza, como decíamos, una obra nada fácil de sacar adelante dada su heterogeneidad y sus exigencias vocales. Al caer el telón un espontáneo lanzó un efusivo "¡Viva Verdi!", seguido de un no menos efusivo "¡Viva Cataluña!". La lírica y la política sigue estando tan próximas como en tiempos del maestro de Busseto.

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