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[C]rítica: La Grande Chapelle y Schola Antiqua ofrecen un Nebra poco transitado en el «Universo Barroco» del CNDM

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Autor: Mario Guada
26 de febrero de 2019

Los conjuntos españoles ofrecieron una reconstrucción de un oficio del compositor bilbilitano, mostrando una faceta poco conocida pero igualmente interesante, en un concierto que mostró que otra manera de presentar música al público en los grandes ciclos también es posible.

Del otro Nebra

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 22-II-2019. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Vísperas de confesores, de José de Nebra. La Grande Chapelle | Albert Recasens • Schola Antiqua | Juan Carlos Asensio.

José de Nebra puede ser considerado, sin exageración, el compositor español más relevante de las décadas centrales del siglo XVIII.

José Máximo Leza: Semblanzas de compositores españoles [Fundación Juan March, Revista n.º 397, XI-2010].

   Allá por el año 2006, los mismos conjuntos que han protagonizado esta velada firmaron una grabación –bajo la dirección del malogrado Ángel Recasens– que llevaba por título Vísperas de confesores. Se trataba de una reconstrucción del Oficio de Vísperas del Común de Confesores (no Pontífices) sobre las Vísperas del Común de los Santos y de la Virgen, firmadas en 1759 por José de Nebra (1702-1768). Transcurrida más de una década de aquella grabación, Albert Recasens –hijo de aquel y quien asumió la continuidad del proyecto La Grande Chapelle tras la desaparición de su padre– ha traído, de nuevo junto a Schola Antiqua –el máximo especialista en canto llano de nuestro país, que dirige Juan Carlos Asensio– el mismo proyecto al escenario del Auditorio Nacional, dentro del exitoso ciclo Universo Barroco que programa el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM].

   El concierto suponía a priori una singularidad que lo hacía especial: el mostrar a un Nebra diferente al que es comúnmente conocido. Puede decirse que existen varios Nebra y no tan solo uno. Está por un lado el Nebra de la ópera y la zarzuela, ese autor tan italianizante de brillantes melodías, de hermosa escritura para la orquesta y que escribe papeles tan magníficos para las voces solistas. Por otro lado, está el Nebra sacro más opulento, el de las obras a doble coro, con notable orquestación, voces solistas y presencia de coros de magnífica factura; pero también uno más íntimo, el de arias a voz sola con acompañamiento de algún instrumento obbligato en sus maravillosas cantadas, en un estilo muy cercano a lo galante; y, como no, el Nebra más «castizo», el de los villancicos y los cuatro, en un estilo en el que se aprecian algunos elementos más típicos de la música española precedente. Hasta aquí los Nebra que cualquier conocedor de su obra puede tener en mente. Pero existe todavía otro más, el de estas Vísperas del Común de los Santos y de la Virgen, sin duda el menos conocido, y a buen seguro apreciado, de todos estos Nebra, pues supone una vertiente poco común dentro de su producción sacra, pero también bastante ajena a lo que solía encontrarse dentro de la producción de otros autores para la Real Capilla en aquel momento. Estas Vísperas de confesores están escritas a cuatro partes sin acompañamiento instrumental, en un estilo arcaizante cercano a de la polifonía sacra de los autores del Renacimiento, aunque en su escritura se encuentran evidentes audacias y avanzadas armonías que aquellos no podrían haber imaginado. La lujosa colección –que presenta una encuadernación que no repara en gastos, dado que Nebra la envió personalmente al papa Clemente XIII– se conforma de un total de diez piezas cantadas, nueve salmos y un Magnificat, por lo que su uso en cualquiera de los oficios de vísperas era posible, escogiendo los adecuados para cada festividad. Como explica María Salud Álvarez en las notas críticas de aquella grabación –retomadas y reducidas aquí para las notas al programa del concierto por el propio Albert Recansens–, este oficio presenta una estructura muy determinada previamente, la cual consiste en una invocación inicial, cinco salmos encuadrados en sus correspondientes antífonas, un himno precedido de una lectura, un verso con su respuesta y un cántico evangélico que continúa con un saludo, oración y despedida. Se hacen uso, pues de textos de los salmos más habituales, como Dixit Dominus, Beatus vir o Laudate Dominum, amén del propio Magnificat.

   La escritura de Nebra tiende a la sobriedad y horizontalidad, aunque siempre hay cabida para pasajes más animosos y contrapuntísticamente más complejos, especialmente cuando el texto requiere de una mayor teatralidad, por lo que los cromatismos y ciertas disonancias no están exentos de aparecer en algún momento. De las diferentes posibilidades interpretativas comunes en la época, los dos conjuntos se han unido para escoger una versión alternatim canto llano/fabordón con la polifonía y la inclusión de algunos versos para el órgano, pero siempre excluyendo el uso de cualquier otro tipo de instrumentos. Las antífonas en canto llano han sido extraídas del Cantoral 35 de la Real Biblioteca del Palacio Real, que Asensio defiende que debió ser familiar al propio Nebra, pues sin duda circuló por su entorno más cercano y que además se adapta bien a lo requerido para este oficio dado «que se adivina la intención del compositor, que deja libertad de opción en los salmos pares y ‘obliga’ a utilizar su versión en los impares. La elección, por lo tanto, se acotaba en los términos de encontrar un oficio que, a modo de síntesis, utilizase los salmos impares según Nebra y los pares en versiones libres con alternatim de fabordón, versos de órgano o, simplemente, canto llano alternado o no con órgano. […] Y lo fue en función de la utilización de las antífonas adecuadas a la fiesta cuya modalidad se correspondía con la de los salmos compuestos por el aragonés en un estilo cantus firmus estricto, que permite identificar con claridad el tono salmódico en el que se inspiró».

   Música, por tanto, austera, con gran carga del canto llano, además de la inclusión de algunos fragmentos organísticos –tañidos con severidad y gran solvencia por Herman Stinders, que ya lo hiciera en la grabación discográfica años ha–, tres de ellos firmados incluso por el propio Nebra –otro apunte de interés a la velada–, obras procedentes, dos de ellas, de un tardío manuscrito de 1781 que se conserva en la catedral de Santiago, y una tercera que está incluida en una colección de Versos para la salmodia perteneciente al monasterio de El Escorial; todas ellas dan buena muestra da la calidad de Nebra, incluso para la composición de música instrumental para órgano solo, otra faceta muy desconocida en su producción, a pesar de que en su trayectoria profesional, su habilidad para tañer los instrumentos de tecla, especialmente el órgano, le marcaron poderosamente, incluso en su llegada a Madrid, donde ocupó el cargo de organista en el convento de la Descalzas Reales [c. 1717-1724].

   La interpretación de la parte polifónica corrió a cargo de La Grande Chapelle y Recasens, que escogió para la ocasión cuatro voces muy pulidas y de gran envergadura, como son la soprano gala Perrine Devillers –absolutamente maravillosa, como es habitual, como una línea de canto elegante y rebosante de sutilezas, incluso en un repertorio tan alejado del mero lucimiento vocal–, el contratenor español Gabriel Díaz –siempre poderoso y equilibrado, con ese timbre suyo tan característico y que se adapta muy bien a este repertorio polifónico–, el tenor británico Nicholas Mulroy –único solista que permanece con relación a la grabación, de voz poderosa, noble timbre, gran proyección y una refinada línea vocal–, además del bajo francés Romain Blocker –de poderoso y bien aposentado registro grave, aunque con solvencia en el medio-agudo, de un timbre carnoso y muy delicado, que sustentó de forma muy equilibrada la construcción polifónica–. En general, elegir solo cuatro cantores para este repertorio puede ser problemático, porque puede aportar un enfoque más solístico que coral, como así sucedió. En ocasiones las líneas se volvían demasiado independientes, pareciendo olvidar el todo polifónico. Aun así, y obviando algunos breves problemas con la afinación, firmaron unas lecturas vívidas y bien equilibradas en su carácter –con una dualidad que confrontó muchos momentos más neutros con otros pasajes de mayor carga expresiva–, que lograron plasmar un Nebra de altura. La dirección de Recasens –que no es un dechado de excelencia ni academicismo en cuanto a su gesto se refiere– fue, no obstante, bastante atenta a los detalles, intentando extraer en lo posible los colores más interesantes, destacando aquellos momentos más teatrales en pos de una lectura quizá menos densa para el público asistente, que parece recibió con agrado esta interpretación.

   Por su parte, Asensio y su Schola Antiqua están habitualmente atinados en la elección de sus cantos, ofreciendo a veces unas lecturas que pueden enfocarse desde una visión del canto llano y gregoriano que para muchos es discutible, pero que siempre logra encajar de manera vehemente con el resultado global. Ciertos desajustes y algunos problemas de empaste aparte, el aporte de este conjunto es siempre un seguro de vida, más aún en trabajos de reconstrucción litúrgica de este tipo, en los que Asensio es uno de los mayores especialistas a nivel mundial.

   Hay que felicitar al CNDM por programar, en esta ocasión sí, con la responsabilidad que el público y este otro Nebra merecen. Quizá no es la música más llevadera, hermosa y memorable de su producción –a buen seguro–, pero también es necesario que la gente se lleve de los conciertos a los que asiste algo más que un buen rato. En esta ocasión es posible que lo hayan conseguido…

Fotografía: Elvira Megías/CNDM.

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