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Crítica: L'Estro d'Orfeo interpreta Seicento instrumental para el Arte Sacro [FIAS]

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Autor: Mario Guada
5 de marzo de 2017

Excepcional velada ofrecida por el joven conjunto español, que regaló a los asistentes uno de los conciertos más interesantes y memorables del FIAS.

SEICENTO PARA EL SIGLO XXI

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 03-IV-2017 | 19:30. Capilla del Palacio Real. XXVII Festival Internacional de Arte Sacro. Entrada gratuita. Obras de Tarquinio Merula, Giovanni Paolo Cima, Giovanni Battista Buonamente, Dario Castello, Giuseppe Scarini, Maurizio Cazzati, Giovanni Pierluigi da Palestrina, Ludovico da Viadana, Francesco Cavalli, Agostino Guerreri y Giovanni Legrenzi. L'Estro d'Orfeo | Leonor de Lera.

   La última semana de la 27.ª edición del Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS] comenzó de manera inmejorable, con la presencia de L'Estro d'Orfeo, que a pesar de llevar apenas dos años de andadura, en el presente concierto se ha mostrado como una firme propuesta para los años venideros, especialmente en la interpretación del repertorio instrumental del siglo XVII. Es por eso que precisamente este programa se ha convertido en una magnífica carta de presentación, así como en una especie de declaración de intenciones de los derroteros por los que este ensemble quiere transitar. Primero porque la calidad del conjunto es excepcional; segundo porque el repertorio interpretado, si bien muy común en otros países, en España está todavía por descubrir.

   Ad Servitium Ecclesiæ, este es el título bajo el que se presentó un suculento programa con obras de algunos de los máximos representantes del llamado Seicento italiano –que en mayor o menor medida sirvieron como músicos a la Iglesia, de ahí el título–, autores de gran fama en su momento y de los que hoy en día existe –en algunos de los casos y a pesar del desconocimiento de la mayoría de ellos por el gran público–, una discografía realmente extensa. La música instrumental en el siglo XVII resulta absolutamente fundamental en el desarrollo de la música posterior, pues es precisamente en este punto cuando comienza a descollar de manera independiente. Aquí comienzan a surgir los grandes géneros solistas que perdurarán incluso hasta el siglo XX, así como parte de la gran literatura para varios instrumentos que se convertirán en las grandes estrellas del corpus instrumental a partir de entonces, como el violín, e incluso el cornetto –este con una vida y un protagonismo mucho menor, pero también de gran importancia–.

   El programa estuvo protagonizado por autores de la talla de Tarquinio Merula (1594-1665), Giovanni Paolo Cima (1570-1622), Giovanni Battista Buonamente (1595-1642), Dario Castello (1590-1630), Maurizio Cazzati (1616-1678) o Giovanni Legrenzi (1626-1690) –todos ellos magníficos desarrolladores de la música instrumental en la época–, a los que acompañaron figuras de importancia, aunque menor trascendencia en lo instrumental, como Francesco Cavalli (1602-1676), y otras figuras menores en lo compositivo, como Giuseppe Scarani (s. XVII) o Agostino Guerrieri (1630-1684). Incluso el mismísimo Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594) estuvo presente, gracias a una versión instrumental con disminuciones de una de sus obras polifónicas vocales, Pulchra es amica mea. Un repertorio plagado de danzas, balli, obras compuestas sobre bassi ostinati, con la canzona y la sonata como géneros más representativos. Imposible permanecer quieto en el asiento escuchando el Ballo detto Eccardo y Ballo detto Polliccio, de Merula, y especialmente ante la Ciaccona o el Capriccio sopra sette note de Cazzati; fascinarse ante la magnífica escritura contrapuntística de la Sonata Prima a quattro violini, de Buonamente, y la Sonata a quattro violini Op. 10 de Legrenzi; o maravillarse con la virtuosística escritura de Cima en su Sonata a tre per il violino, cornetto e violone o la Sonata Ottava per violino e basso de Castello. En definitiva, un magnífico programa muy poco escuchado en los escenarios españoles, más aún en las manos de un conjunto con vocación hispánica.

   L'Estro d'Orfeo es, como digo, un conjunto al que habrá que seguir muy de cerca, pues los mimbres presentados en el presente recital hace presagiar cosas realmente buenas para el futuro. Cabe esperar, por ejemplo, la salida al mercado de su debut discográfico, que han estado preparando en los últimos meses. Fundado y dirigido artísticamente por la excepcional violinista barroca Leonor de Lera, está conformado por diversos componentes, la mayoría de ellos de una notable juventud, pero todos con una experiencia interpretativa muy destacada en el ámbito de la música histórica. De Lera, a la que escuchaba en directo por primera vez, sorprendió con su muy sólida técnica –que ha sustentado con su formación de la mano de figura como Rachel Podger o Enrico Onofri–, además de un fraseo muy pulido y una sonoridad cuidada y fluida. Lidió de manera muy notable con las virtuosísticas líneas de autores como Castello, Merula o Cazzati. Tuvo en el violinista franco-italiano Emmanuel Resche a un compañero de aventuras perfecto. Resche es sin duda uno de los mejores violinistas barrocos de la actualidad, con una naturalidad y un sonido realmente sutil y técnicamente impecable, repleto de virtudes. Las dos restantes partes altas se distribuyeron entre los cornetti de Josué Meléndez y Manuel Pascual, experimentados y magníficos ejemplos de las cualidades tan asombrosas y casi hipnóticas del instrumento. Se dividieron las líneas a solo en las sonatas originarias para cuatro violines –junto a de Lera y Resche–, y lo hicieron aportando una magnífica afinación, gran equilibrio de líneas y una sonoridad bellamente consolidada sobre el buen gusto y el saber hacer. Hay que dignificar especialmente el trabajo de afinación realizado por los cuatro, pues consegur mezclar de manera tan interesante y exquisita dos violines barrocos y dos cornetti es una tarea realmente ardua, que rara vez consigue salir airosa en un directo.

   Cuatro instrumentos bajos completaron la formación –tañidos por tres instrumentistas–: la viola da gamba de Rodney Prada, la tiorba y guitarra barroca de Josep Maria Martí y el clave de Javier Nuñez. Solo alabanzas pueden redactarse de este magnífico trío. Prada, que tuvo varios momentos para despuntar como solista –muy notable su concurso en el «Pulchra es amica mea» per suonar alla bastarda–, destacó asimismo como el excelente continuista que es, con un fluir elegante y repleto de sutilezas. Por su parte, Martí fue una de las grandes figuras de la noche, pues pocas veces he escuchado a un intérprete de cuerda pulsada realizar un continuo tan apabullante, presente en sonoridad, exquisito en su realización, repleto de elegancia, imaginación y técnicamente impecable. ¡Para que luego digan que la cuerda pulsada apenas se oye! Para finalizar, el clavecinista sevillano Nuñez, al cual ya muchos conocen bien por sus magníficas aportaciones precisamente a este repertorio del Seicento italiano, tanto a solo como en el continuo, no hizo sino demostrar el magnífico instrumentista que es y el gran conocimiento que tiene de este repertorio, sustentado con total solvencia todo el conjunto desde la más sólida base.

   Sin duda estamos ante una de las grandes noche de este FIAS 2017, que tuve además en la Real Capilla a un compañero de lujo, tanto por lo sugerente del lugar, como por lo acústicamente estimulante y apropiado para un concierto como este. Fue magnífico escuchar resonar tan bella música y tan excepcionales intérpretes con esa limpidez y sonoridad casi prístina. Un lujo para despedirme, por mi parte, de un festival que se ha posicionado, gracias al magnífico savoir faire de Pepe Mompeán y su magnífico equipo de trabajo, en una de las referencias musicales de este país en tan solo dos años. Espero con ansia la edición de 2018.

Fotografía: Arte Sacro.

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