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Crítica: 'Luna de miel en El Cairo' y 'Lady be good!' en la Zarzuela

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Autor: Gonzalo Lahoz
7 de febrero de 2015


ESCALERA PRACTICABLE


Por Gonzalo Lahoz
04/02/15 Madrid. Teatro de la Zarzuela. Gershwin: Lady be good! Alonso: Luna de miel en El Cairo. Nicholas Garrett (Dick). Jeni Bern (Susie). Troy Cook (Watty). Gurutze Beitia (Josephine). Carl Danielsen (Jeff). Letitia Singleton (Daisy), entre otros. Ruth Iniesta (Martha). David Menéndez (Eduardo). Mariola Cantarero (Myrna). María José Suárez (Marisa/Márgara). Enrique Viana (Rufi), entre otros. Kevin Farrell, dirección. Emilio Sagi, dirección de escena.

   Suerte que, puestos a borrar las composiciones para las que de veras fue edificado el Teatro de la Zarzuela, nos encontremos con experimentos como este programa doble con música de Gershwin y Alonso, de intachable factura escénica y elevado nivel entre sus intérpretes.
   Entre la música del compositor norteamericano y la del granadino no cabe parangón alguno. No hay aquí agravio comparativo porque simplemente son partituras que se encuentran en coordenadas cualitativas muy distantes. En Gershwin encontramos lo sublime, un genio creador; en Alonso se alcanzan cotas de músico inspirado que sabe sacar provecho de los nuevos ritmos, pero no más – si bien esto pudiera resultar ya mucho-, máxime tras la Guerra Civil, donde la zarzuela cae en desuso entre los “nuevos intelectuales” ahora en el poder y las fórmulas más simples o banales se abren camino. Muy lejos parecen quedar ya La Calesera o La Parranda del maestro.
   Se dice que Francisco Alonso supo jugar como nadie con el erotismo, que resultaba de lo más refinado. A ver quién no lo iba a refinar en pleno 1943, con las nuevas Cortes Generales, todos con el brazo en alto, prácticamente a un mes vista desde el estreno de esta revista camuflada por el autor como opereta. No compré la pasada Carmen de Bizet en el teatro de la Zarzuela como eso, como zarzuela, no compro ahora Luna de miel en El Cairo como opereta, definición que atendía más al marketing de la época que a su contenido, por muy blanca y para todos los públicos que se quisiera presentar.


   El caso es que esta revista-opereta se muestra algo modificada en esta edición, con la sustracción de algunos números y el añadido de otros, (como también se ha hecho en Lady be good!) algo habitual en la época por otro lado, respetándose los momentos más inspirados de Alonso, como el animado fox-swing Llévame a una boite del comienzo de la función o la más popular marchiña del segundo acto, que sin embargo sobre el escenario no resultó lo más acertado de la noche. Más se trastocó el libreto y la trama, reduciéndola en complejidad, cosa que por un lado se agradece dado el embrollo que por momentos resulta el original, aunque para ello se traslade toda la realidad a la ficción de una compañía que trabaja en una nueva opereta.
   Para dotar de vida a todo ello, la distinguida y sabia mano de Emilio Sagi en la dirección de escena, que como siempre supo divertir, cómo no en unas obras como estas en las que el ovetense, a quien tanto parece gustar bailar, pudo hacer y deshacer como sólo él sabe. Se conocen ya sus fórmulas, que para nada están agotadas y se siguen disfrutando. Para ello se contó además con la elegante escenografía de Daniel Blanco, quizá con demasiado aire superior en la escena interior del primer acto; un vestuario colorista y efectivo de Jesús Ruiz y una cuidada y estupenda, como no podía ser menos, coreografía de Nuria Castejón, todos ellos logrando una regeneración del género detallista y cuidada en la que hasta la imperdonable escalera practicable de cualquier revista que se precie de serlo, por muy camuflada que esté, sufre una mutación a escalera de madera para tramoyistas.


   Por esa escalera desfilaron tres grandes cantantes que hicieron de esta una gran noche. La primera, María José Suárez, un animal de la escena, de la escena cómica, atenta a cada pequeño detalle, fue una suerte que Sagi le regalase la inclusión de la Canción Tapatía que el maestro Alonso añadió en posteriores revisiones de la obra. Después Mariola Cantarero, aquí como seconda donna en un estado vocal ya claramente no en su mejor momento pero que, sin embargo, ofreció un recital actoral de primer orden, soberbia, espléndida, divertidísima, para reír con ella a mandíbula batiente. Y finalmente y por encima de todo lo demás, Ruth Iniesta como Martha, en un derroche vocal sobresaliente que termina por confirmarla en la primera línea de cantantes líricos españoles del momento. ¡Qué forma de redondear el agudo en Tu melodía llega a mi! Su voz exige y requiere más, por lo que es de esperar que Pinamonti no la deje escapar y podamos disfrutar de su voz en cada temporada, ya en papeles protagonistas.
   Con esta tres damas, háganme caso, van ustedes a pasárselo estupendamente en La Zarzuela. No dejen escapar a este “trinomio”.

   Les acompañaban David Menéndez como Eduardo, digno galán de voz timbrada y buena proyección y el caricato Rufi de Enrique Viana, de ademanes ya vistos y sobre el que recayeron los chistes más rancios de los que afortunadamente ya empezamos (o terminamos) a estar de vuelta.

   Contribuyó al éxito de la noche Kevin Farrell desde el foso, quien supo hacer suyos los ritmos de Alonso, llevando el agua a su molino y consiguiendo un sonido compacto de la orquesta, con algunos de sus habituales peros (esos metales, ese lirismo alicorto), aunque sin duda fue acertada la decisión de contar con su batuta, bregada en el musical, máxime para Lady be good!
  
En la partitura de Gershwin se dio un gran inconveniente: la proyección de las por otro lado muy musicales voces que se dieron cita sobre el escenario. La orquesta tapaba en demasía a los cantantes y de ahí la duda: si estamos ante un musical, con voces de musical, ¿por qué no terminar de ofrecerlo como musical y amplificar las voces? Quizá fuera por no entrar en comparaciones con las voces más líricas que se escucharían a continuación en Luna de miel, pero el caso es que sin amplificación también se entró en comparativas. Voces a parte, todo lo demás resultó mejor aquí, con inspiradora puesta en la primera escena, donde incluso se atisbó un pequeño guiño-homenaje a Kelly y Reynolds cantando bajo la lluvia. La música de Gershwin es pura maravilla hasta en un teatro de zarzuela. Quien no pueda acercarse hasta él o se haya quedado con ganas de más, este verano, por una de esas carambolas presupuestarias del destino, podrá escuchar en el Teatro Real una de las obras cumbre del compositor: Porgy & Bess, eso sí, ya sin escalera practicable a continuación.

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