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Crítica: Moisés P. Sánchez y Pablo Martín Caminero en el XXIX Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS] de la Comunidad de Madrid

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Autor: David Santana
11 de abril de 2019

Cómo suena la Luna

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 09-IV-2019. Teatros del Canal. XXIX Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid [FIAS]. A la Luna. Moisés P. Sánchez y Pablo M. Caminero Lunatic Ensemble.

   Un estreno más –y ya van unos cuantos en este Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS]– se dio lugar en la gran Sala Roja de los Teatros del Canal, la más grande de la institución inaugurada en 2009, que se ha convertido, especialmente en los últimos años, en uno de los grandes motores culturales de la capital.

   El espectáculo merecía tal escenario y, aunque no hubo un lleno completo, sí se superaron ampliamente los tres cuartos de taquilla, evidenciando que hay un público que demanda un nuevo tipo de música contemporánea. Un momento… ¿música contemporánea? Sí, y esta vez sin ninguna duda.

   El espectáculo incluía obras compuestas por dos de los intérpretes: Moisés P. Sánchez y Pablo M. Caminero. Nombres que empiezan a sonar cada vez más, y ya no solo en los festivales de jazz, ya que sería criminal negar la transversalidad de estos intérpretes y compositores. En su programa A la Luna musicalizan diferentes aspectos de nuestro satélite, tanto acerca de sus efectos sobre La Tierra y sus habitantes como de sus estados y fases. Para componer estas obras lunares han sacado la materia prima de toda la historia de la música. Por ejemplo, en el caso de Ilargia, Caminero toma melodías escritas en la época de Teobaldo I de Navarra, apodado «el Trovador» por su afición a la poesía. La pieza comienza, de hecho, con una melodía que recuerda a las monodias medievales, eso sí, alterada de tal forma que parece que avanza renqueante hasta que entra la percusión a cargo del batería vasco Borja Barrueta. Sus ritmos se movían desde la caja de corte militar en la que se recupera el papel original de este instrumento hasta el ritmo de jazz ligero y los efectos de platos, charles, sonajas y demás idiófonos que el bilbaíno interpretó con una absoluta precisión, permitiéndose incluso hacer juegos de manos con las baquetas, consiguiendo, de este modo que ya solo el verle tocar se convirtiese en todo un espectáculo.

   Otra de las escenas con influencia histórica fue Diosa Madre, esta vez obra de Moisés P. Sánchez, en la que el motivo inicial miraba al clasicismo musical, concretamente, según el mismo explicó, al aria de «La Reina de la Noche» de La Flauta Mágica de Mozart. En efecto, sus terceras ascendentes y descendentes, los pizzicatos del cuarteto de cuerda y un aire que recordaba al minué-scherzo nos trasladaron a esa época, pero la sonoridad, completada por bajo y batería no era en absoluto clásica, si no que recordaba el origen jazzístico de estos compositores creando, en conjunto, una pieza absolutamente genial, muy original y muy agradable al oído. Sánchez no se quedaría solo en el clasicismo, también nos llevaría por el romanticismo y el inmediatamente posterior postromanticismo hasta llegar a las melancólicas melodía del blues.

   En la obra con la que dieron comienzo al concierto –Mareas de Moisés P. Sánchez– se pudo notar una notable influencia de Debussy en alguna de sus sonoridades. El colchón armónico creado a base de la superposición de motivos en el cuarteto de cuerdas a modo de canon fue una lección magistral de contrapunto que irremediablemente nos traslada al Neoclasicismo. De la misma época se podría decir que fue la inspiración de la musicalización del Romance de la Luna de Lorca por Pablo M. Caminero si aceptamos como corriente musical el «neopopularismo», ya que, entre los efectos de llanto de las cuerdas, pudimos discernir un marcado ritmo de bolero y alguna que otra melodía lastimera que recordaba a la soleá de ese niño que no tiene más que a esa luna, luna.

   Y nos metemos de lleno en la segunda mitad del siglo XX de mano de la última de las obras interpretadas: Phases de Moisés P. Sánchez que remite de manera inconfundible al gran compositor de la escuela minimalista: Steve Reich. A In C nos recuerda esa nota constante que se repite una y otra vez al principio, y después empiezan los motivos rítmico-melódicos que van creando distintas masas sonoras.

   Y aún me queda mucho de lo que hablar, casi medio concierto pues, al final, entre presentaciones dobles, discursos, bromas y demás, el concierto se prolongó hasta alcanzar prácticamente los 120 minutos. Pero bueno, nada de lo que uno se pueda quejar. Los contrastes de Lunático, los solos de batería de Eclipse y la preciosa voz de Cristina Mora interpretando By the light of the moon, en un arreglo de Moisés P. Sánchez, hicieron de la velada algo delicioso, entretenido, variado, distendido y un sinfín de adjetivos que seguiría añadiendo eternamente mientras recuerdo, bajo su luz, como suena la Luna.

Fotografía: Noah Shaye.

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