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Crítica: Nina Stemme protagoniza la ópera 'Turandot', de Puccini, en La Scala de Milán

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Autor: Alejandro Martínez
14 de mayo de 2015

COITUS INTERRUPTUS

Por Alejandro Martínez

Milán. 12/05/2015. Teatro alla Scala. Puccini: Turandot (3er acto en la edición de Luciano Berio). Nina Stemme (Turandot), Stefano La Colla (Calaf), Maria Agresta (Liù), Alexander Tsymbalyuk (Timur), Carlo Bosi (Altoum), Angelo Veccia (Ping), Roberto Covartta (Pang), Blagoj Nacoski (Pong). Orquesta y coro del Teatro alla Scala. Dirección musical: Riccardo Chailly. Dirección de escena: Nikolaus Lehnhoff.

   Sobre el papel todo apuntaba a que podía tratarse de una representación memorable: Turandot en la Scala, el mismo teatro que vio nacer esta partitura, en manos esta vez de su actual titular Riccardo Chailly, al frente de los notables cuerpos estables del coliseo y con un reparto de altura encabezado por la gran Nina Stemme. Y sin embargo, salvo la citada protagonista, todo lo demás nos dejó un sabor algo agridulce. Y es que Chaily opta por “desromantizar” todo lo posible la partitura, aproximándola así al siglo XX en que al fin y al cabo se compuso y alejándola pues de toda la tradición lírica del romanticismo italiano. Chailly retoma así la cuestión nunca del todo resuelta acerca de si la inacabada Turandot culmina una tradición o la rebasa. En este sentido, la elección del final para el tercer acto escrito por Berio, en lugar del más habitual de Alfano, no es ninguna causalidad, y va más allá de una cierta pose intelectual que también se detecta en el caso de Chailly. Éste se sitúa en todo caso en las antípodas de un Mehta, por citar una referencia evidente con esta partitura, con un fraseo mucho más corto, de aliento más marcado y sin dejarse llevar en ningún momento por rallentandi o ritardandi, en busca de un romanticismo más espectacular y edulcorado. La opción de Chailly, aunque de una intachable coherencia interna, pierde cierta teatralidad. Y es que el final mismo de Berio supone un relativo coitus interruptus, lejos de suponer una continuación in crescendo al modo del final que proponía Alfano, ciertamente más banal y conformista en su música pero más logrado y certero en su dramatismo. Los cuerpos estables responden a Chailly con solvencia pero sin la espectacularidad esperada.

   Pocas sopranos, contadas con los dedos de una mano e incluso nos sobrarían, son capaces hoy de ofrecer hoy en día una rendición tan solvente de la parte de Turandot, que demanda una voz de soprano dramática pura, capaz al mismo tiempo de jugar con un sonido matizado y sutil. En el caso de Nina Stemme quizá no estemos ante su mejor papel, pues brilla aún más si cabe en el repertorio alemán, pero lo cierto es que saca adelante un segundo acto soberbio, con un empuje, una fuerza y una emoción que elevaron sin duda muchos grados la temperatura de la sala. Sus notas agudos, emitidas con un aplomo y una seguridad apabullantes, campaneaban por la sala como gélidas cuchilladas. Al escucharla era imposible no pensar en la gran Brigit Nilsson, que interpretó este papel en varias ocasiones en la Scala durante un amplio lapso de tiempo, de 1958 a 1970. Stemme es ya una cantante de talla histórica, con un repertorio colosal en el que alterna con pareja solvencia papeles tan exigentes como Salome, Brünnhilde, Isolda, Turandot o Elektra.

   El propio Alexander Pereira, atual intendente de la Scala, salió microfono en mano al inicio del a representación para informar de la súbita indisposición del tenor Aleksandrs Antoneko, que se había despertado con una fuerte traqueítis y sin voz. En reemplazo del susodicho, actuaba Stefano La Colla, al que ya habíamos escuchado un Cavaradossi en Múnich, y quien estaba ya anunciado de antemano para las últimas funciones de esta Turandot milanesa. Según nos dijo Pereira, La Colla había ensayado con empeño y convencimiento la producción durante las semanas precedentes dejando un estupendo sabor de boca al teatro. No podía decirnos otra cosa, habida cuenta de las circunstancias. Lo cierto es que La Colla salvó la papeleta, con más gloria que pena, pero sin entusiasmar. La voz, que realmente sólo descolla en el extremo agudo, donde se libera y brilla, está armada en demasía sobre la nariz, lo que obliga a una emisión tosca y un tanto envarada. Tampoco el timbre seduce por su belleza. Es un intérprete entusiasta, pero con una gama de recursos claramente limitad en materia de fraseo e intencionalidad. Sacó adelante el exigente papel de Calaf, cantando siempre que podía desde la boca del escenario, ya que la voz en el centro y en el grave no ofrece un caudal demasiado audible. Es curioso comprobar que La Colla se anuncia en no pocos compromisos de importancia durante la próxima temporada 15/16, como un Des Grieux en la Deutsche Oper de Berlín, ni más ni menos que junto a la Manon Lescaut de Sondra Radvanovsky.

   Del resto del reparto cabe destacar por méritos propios la estupenda Liù de Maria Agresta, con un instrumento ideal para la parte, al margen de un timbre algo genérico. Brindó una Liù emotiva, cantada con una sensibilidad a flor de piel, acariciando el texto y poniendo mucha emoción en escena durante su última aria. Alexander Tsymbalyuk fue un Timur algo tosco, de voz sonora pero poco esmerado con el fraseo. Muy solvente, por último, el equpo de Ping (Angelo Veccia), Pang (Roberto Corvartta) y Pong (Blagoj Nacoski) y estupendo el Altoum del siempre impecable Carlo Bosi.

   Concebida especificamente para el estreno del final con la música de Berio, la producción de Nikolaus Lehnhoff se había estrenado previamente en Amsterdam, en 2002. Más allá de un inicial y potente atractivo escénico, con una lograda escenografía de Raimund Bauer, el trabajo de Lehnhoff se desinfla durante la mayor parte de la representación y lo cierto es que toda su atención se centra en abordar con más fortuna el desenlace del tercer acto, acompasado con la música de Berio, con el cuerpo de Liù yacente en el suelo y con Calaf y Turandot intentando resolver su tensión, hasta abandonar el escenario juntos, cogidos de la mano, en un incómodo happy end, dejando atrás la muerte de Liù, casi como una víctima necesaria.

Fotos: © Marco Brescia & Rudy Amisano | Teatro alla Scala

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