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[C]rítica: Opera Atelier pone en escena a Marc-Antoine Charpentier y Jean-Philippe Rameau

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Autor: Giuliana Dal Piaz
30 de octubre de 2018

La imperturbable persistencia en la producción académica

   Por Giuliana Dal Piaz
Toronto. 25-IX-2018. Elgin Theatre. Opera Atelier.  Actéon, de Marc-Antoine Charpentier; Pygmalion, de Jean-Philippe Rameau. Música del interludio Inception: Edwin Huizinga, violinista. Libretos: Ballot de Sauvot. Dirección teatral: Marshall Pynkoski. Escenografía: Gerard Gauci. Vestuario: Gerard Gauci, para Actéon, Michael Gianfrancesco para Pygmalion. Luces: Michelle Ramsay. Coreografía: Jeannette Lajeunesse Zingg. Coreógrafo invitado para el interludio Inception: Tyler Gledhill. Dirección musical: David Fallis. Orquesta y Coro: Tafelmusik Baroque Orchestra. Actéon/Pygmalion – Colin Ainsworth, tenor; Diana/Amor – Mireille Asselin, soprano; Aretusa/una cazadora/la estatua Galatea – Meghan Lindsay, soprano; Juno/Hyale/Céphise – Allyson McHardy, mezzo-soprano; Un cazador – Jesse Blumberg, barítono; Un cazador – Cristopher Enns, tenor; Una ninfa – Anna Sharpe, mezzo-soprano; Una cazadora/una ninfa – Cynthia Smithers, soprano.

   En Toronto, Opera Atelier abre con mucho énfasis su temporada 2018-19 con la presentación de dos actos únicos, obra de dos famosos autores del barroco francés, respectivamente ejecutados a la presencia del Rey Sol, Luis XIV, y de un muy joven Luis XV. Gran espacio y énfasis se le ha dado también, tanto en el programa de sala como en el discurso introductorio del director Marshall Pynkoski, al hecho que se cumplan los 33 años de actividad de Jeannette Lajeunesse Zingg en su múltiple calidad de coreógrafa, bailarina, docente y co-fundadora de Opera Atelier, casi queriendo responder a algo que insinuamos anteriormente: la oportunidad de que Lajeunesse Zingg abandonara las escenas. Parece que ciertos casos límite de largas carreras como bailarinas de artistas extraordinarias como Margot Fonteyn, Carla Fracci o Alessandra Ferri (quienes, de cualquier manera, dejaron todas la danza poco después de haber cumplido los cincuenta), le hagan sentir autorizada a imitarlas, a pesar de no tener ni su talento ni su resistencia física. Pero siendo dueña de su propia compañía y su propio cuerpo de danza, sólo la voz del público (que, como diré más adelante, la apoya incondicionalmente...) podría llevarla a retirarse.

   Estoy obligada a reconocer que, en esta ocasión, Lajeunesse Zingg ha parecido más enérgica y precisa en sus movimientos que en las últimas veces que la he visto. Es más, todo el espectáculo ha sido, en conjunto, musicalmente mejor que los últimos de la anterior temporada. Esta vez todo el cast es bueno, y, bajo la dirección de David Fallis, la Tafelmusik Baroque Orchestra ha interpretado con la acostumbrada eficacia y profesionalidad tanto la música de la breve tragedia de Actéon, como la delicada melodía de Rameau en que Pygmalion lamenta su pasión por la hermosa estatua de mujer que él mismo ha creado.

   Interesante también la pieza original para violín Inception, con el bailarín Tyler Gledhill interpretando a Eros, el dios que antecede la existencia del mundo y le da vida, en una danza contemporánea de su propia creación (patético, sin embargo, su atuendo: dos rígidas alas rojas en la espalda, más propias de Satán que de un ángel, calzones color carne muy espesos y... calcetines!).

   Pero siempre la misma, lamentablemente, la producción de ópera barroca como producto de academia: danzas siempre iguales, una escenografía muy tradicional para el cuento mitológico de Diana y Actéon, y vagamente metafísica para Pygmalion, el mismo vestuario romántico y lujoso, a medias –como ha escrito otrora un crítico– entre Lo que el viento se llevó y La Cenicienta, una actuación caracterizada por la mímica estereotipada de los personajes corriendo de un lado al otro del escenario... Todo lo que ha ocurrido y ha cambiado en el mundo teatral en los últimos cincuenta años parece no haber dejado huella alguna en las producciones de Opera Atelier. Lo que me llama mayormente la atención, sin embargo, es, por un lado, el apoyo económico más y más considerable que Opera Atelier recibe de particulares e instituciones, y, por el otro, el total, devoto entusiasmo de un público que la adora: esto ya no se explica con la tradicional nobleza e indulgencia de los canadienses hacia todo lo que ven en un escenario, forma de respeto por el trabajo y el esfuerzo prodigados. Hay mucho más: un apego a las manifestaciones de un mundo perdido que la gente está absolutamente extasiada de volver a ver por unas horas detrás del telón, la nostalgia poco común por una época en la cual todo debía de ser estéticamente perfecto, compuesto, deslumbrante. Lástima que el espectador europeo, e italiano en especial, acostumbrado a nuevas producciones muy diferentes, encuentre un espectáculo así terriblemente aburrido y no merecedor de un reportaje.

Fotografía: Bruce Zinger/Opera Atelier.

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