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[C]rítica: Piotr Beczala ofrece un recital en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona

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Autor: Xavier Borja Bucar
27 de noviembre de 2018

Y con Beczala volvió la belleza

   Por Xavier Borja Bucar | @XaviBorjaBucar
Barcelona. 24-XI-2018. Gran Teatro del Liceo. Obras de Giuseppe Verdi, Georges Bizet, Stanislaw Moniuszko, Hector Berlioz, Giacomo Puccini, Francesco Cilèa y Umberto Giordano. Piotr Beczala (tenor), Orquesta del Gran Teatro del Liceo, Marc Piollet (director).

   Piotr Beczala regresaba el pasado sábado al Gran Teatre del Liceu, un teatro al que el tenor polaco se está mostrando fiel, espoleado seguramente por los éxitos cosechados recientemente con Un ballo in machera, en la pasada temporada, y especialmente con Werther, en la temporada 2016/2017. Asimismo, está previsto que Beczala forme pareja rutilante con la gran Sondra Radvanovsky en la verdiana Luisa Miller que cerrará en julio el presente curso liceístico, de modo que el recital del tenor polaco suponía, en cierta medida, un avance de lo que está por venir, pues, no en balde, el programa estaba encabezado por la obertura de la mencionada ópera de Verdi, seguida del aria «Quando le sere al placido».

   A diferencia del injustificadamente desolador aspecto que presentaba la sala en las espléndidas funciones de Katia Kabanova –circunstancia, por cierto, sintomática de una pobre afición operística por parte del gran público, que acaso mayoritariamente considere la ópera, en términos adornianos, como un fetiche cultural que adopta la forma de La traviata, La bohème y poco más–, el sábado pasado el teatro mostró una buena entrada, si bien quedaron algunas butacas vacías. Así, en medio de una notable expectación y con la orquesta ya en su sitio, el director Marc Piollet entró para iniciar el recital. Inicio que el director parisino demoró algunos segundos, esto es, hasta que un inoportuno móvil dejó de sonar. Una vez silenciado el móvil, el recital comenzó con una interpretación bastante pulcra de la obertura de Luisa Miller. Tras este inicio orquestal, apareció Beczala, quien empezó su actuación según lo previsto, es decir, con el aria «Quando le sere al placido». El tenor polaco exhibió una voz de bello e incluso cálido timbre, de proyección más que suficiente y homogénea en todos los registros. Ello unido a una dicción clara y una línea de canto siempre admirable, reveladora de un fiato notable capaz de dar buena cuenta del necesario legato verdiano.

   Después de este prometedor inicio y sin abandonar a Verdi, Beczala abordó con las mismas virtudes la comprometida aria «Celeste Aida». El tenor polaco se encontró cómodo en todo momento, mostrando, en un aria exigente en todos los registros, un centro bastante ancho y aterciopelado, un grave consistente y un agudo con mayor squillo que en otras ocasiones (quien esto escribe piensa en el Werther de hace dos temporadas). Es de señalar que Beczala terminó el aria de manera sorpresiva atacando, si bien con una mínima vacilación, el «vicino al sol» final en un piano afalsetado, tal y como manda la partitura.

   Tras el bloque verdiano inicial, el recital prosiguió con Carmen. Una bella lectura del exquisito preludio al tercer acto de la ópera de Bizet –en la que la sección de cuerda sonó más compacta que de costumbre– dio paso, a continuación, a una interpretación espléndida de «La fleur que tu m’avais jetée» por parte de Beczala. El tenor polaco dibujó maravillosamente un crescendo dramático durante toda el aria, para culminar esta vez siguiendo la tradición y no la partitura, es decir, con un recio agudo final a plena voz.

   La primera parte del recital terminó con la única rareza de la noche, el aria «Szumia jodly» de la ópera Halka (escrita en 1848 y estrenada diez años después), del poco frecuentado compositor polaco Stanislaw Moniuszko. Más allá del aspecto músical, se trata de una ópera históricamente relevante, ya que con ella Moniuszko, imbuido del nacionalismo musical romántico, creó el molde de para una ópera nacional polaca, del mismo modo que unos cuantos años atrás Carl Maria von Weber había hecho lo propio en el ámbito germánico, con Der Freischütz. Beczala, en su lengua materna, ofreció una bella y entregada interpretación de la mencionada aria, llena de dramático lirismo.

   Si la primera parte del recital fue copada por el repertorio romántico, la segunda abordó el verismo más lírico, si bien después de otra obertura romántica, Le Carnaval romain de Berlioz, sin duda, la parte más compleja que tuvo que afrontar la orquesta durante todo el recital. La de Berlioz es una obertura que ofrece verdadero lucimiento orquestal, cosa que el conjunto estable del Liceu bajo la batuta atenta de Piollet no desaprovechó. Todas las secciones sonaron bien concertadas y con notable precisión, logrando un resultado bastante brillante.

   Tras la obertura, salió de nuevo Beczala para comenzar el itinerario verista con una sólida y bella interpretación de «Recondita armonia» de la Tosca de Puccini. A continuación, el tenor polaco prosiguió con Cilèa y «L’anima ho stanca» de la Adriana Lecouvreur, una parte tan breve como intensa en la que Beczala exhibió un fraseo amplio y cálido con un suntuoso registro central que por momentos evocó el recuerdo de las maravillosas versiones de Josep Carreras o de Plácido Domingo. El canto extrovertido de Beczala, unido a una voz bella y cálida que acaso ha ganado consistencia en los últimos tiempos, remite a una forma de cantar que desgraciadamente es poco frecuente desde hace ya demasiado tiempo.

   Después de Cilèa, volvió la orquesta, o más bien, las cuerdas con Puccini y su Crisantemi, una obra de juventud en la que el lirismo melódico del compositor de Lucca ya está arrolladoramente presente. Pese a algún desajuste puntual en la afinación, la orquesta hizo una interpretación más que correcta, tras la cual volvió Beczala con una irresistible interpretación de «Come un bel dì di maggio» del Andrea Chénier de Giordano, en la que el tenor mostró nuevamente un fraseo y una línea llenos de arrebatada elegancia, coronados por un squillante final. Casi cuarenta años han tenido que pasar para que en el Liceu se oyera una interpretación que hiciera justicia a la bellísima aria de la ópera de Giordano, esto es, desde la que ofreciera Carreras en la lejana temporada 1979/1980, en ocasión de las memorables funciones de Andrea Chénier que el tenor catalán protagonizó junto a Montserrat Caballé.

   El tenor polaco terminó el programa previsto con un «Nessun dorma» de calurosa entrega, si bien mostrando una incipiente fatiga vocal que acaso se tradujera en un agudo final correcto, pero un tanto acortado, lo que en ningún caso fue óbice para que público estallara en una entusiasta y más que merecida ovación, a la cual Beczala correspondió con tres propinas que establecieron una absoluta continuidad con el itinerario verista de la segunda parte del programa. Así, en primer lugar, el tenor polaco cantó «E lucevan le stelle», donde el tenor se mostró nuevamente cálido y emotivo, pero evidenciando cierto cansancio que se dejó ver en una pequeña rotura de la voz en el pasaje de «Oh! dolci baci». A continuación, volvió Beczala para cantar «Amor ti vieta», la página más célebre de la Fedora de Giordano, con la que el polaco dejó una nueva muestra de clase, y tras esta segunda propina, el tenor se despidió definitivamente del público con una interpretación apasionada del «Addio a la mamma» de la Cavalleria rusticana de Mascagni.

   El tenor polaco, que ya cuenta 52 primaveras, aunque aparenta fácilmente diez menos, ha construido su carrera sobre los firmes cimientos de la mesura, la honestidad y la paciencia, dejando que su dotada voz madurara naturalmente, sin malograrla prematuramente como tantos otros tenores, algunos sobradamente conocidos. Acaso con un recital como el del pasado sábado, Beczala haya presentado la más firme candidatura de los últimos tiempos al título de mejor tenor lírico-spinto en el repertorio italiano. Un título largamente desierto, en la medida en que los últimos candidatos han sido el tan apuesto como fallido bávaro y una lista demasiado larga de «bárbaros» del canto. Ojalá un cantante de la calidad de Beczala pueda hacerse con este cetro.

Fotografía: Johannes Ifkovits.

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