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Crítica: 'Salome', de Richard Strauss, en la Wiener Staatsoper

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Autor: Raúl Chamorro Mena
23 de noviembre de 2017

LISE LINDSTROM EMERGIÓ ENTRE LA RUTINA

   Por Raúl Chamorro Mena
Viena. 19-XI-2017. Staatsoper. Salomé (Richard Strauss). Lise Lindstrom (Salomé), Alan Held (Jochanaan), Janina Baechle (Herodías), Herwig Pecoraro (Herodes), Carlos Osuna (Narraboth), Ulrike Helzel (Paje). Orquesta de la Staatsoper de Viena. Dirección musical: Peter Schneider. Dirección de escena. Boleslaw Barlog. Director de la reposición: Jürgen Rose.

   El estreno de Salomé fue un terremoto en la Europa de 1905. Esa eclosión de sensualidad y erotismo, que culmina con ese momento en que la protagonista besa la boca de la cabeza inerte del Bautista, en combinación con una escritura musical avanzada, de clara tensión y ambigüedad tonal, con una orquestación lujuriosa, fue una bomba para las mentes “bienpesantes” de la época. De hecho, en la mismísima Viena y a pesar del apoyo de Gustav Mahler, la obra estuvo prohibida hasta 1918.

   Conforme a la famosa frase de Richard Strauss la protagonista ideal de Salomé debería ser “Una niña con la voz de Isolda”. La Norteamericana Lise Lindstrom cumple con parte del aserto, ya que su timbre tiene un tinte claro y aniñado, muy apropiado para esta adolescente caprichosa criada en un entorno amoral y corrupto. Bien en verdad, que al sonido de la Lindstrom le falta robustez, metal, cuerpo en el centro y entidad en el grave, aunque se hace oír en sala gracias a la buena colocación y, fundamentalmente, a esos agudos afilados como saetas que la caracterizan. En ese sentido, entronca con otras protagonistas como Ljuba Welitsch, que hizo historia en el MET con el papel, o Cheryl Studer, que dejó una magnífica grabación discográfica con Giuseppe Sinopoli a la batuta. No es menos cierto que una soprano dramática genuina puede resultar demasiado pesante, falta de ductilidad e incapaz de transmitir la juventud y sensualidad del personaje, pero tampoco se puede soslayar la barrera que supone la opulenta orquestación de la ópera, sobre todo si desde el foso no hay piedad por quien se sube al escenario, más bien trazo grueso, que es lo que sucedió en esta ocasión. En lo interpretativo, la soprano californiana completó una excelente caracterización, muy entregada –bailó la danza de los siete velos–, sin excesos ni asomo de vulgaridad, siempre con modos elegantes, supo plasmar esa evolución de la niña insolente que alcanza la madurez mediante el descubrimiento del deseo sexual hacia Jochanaan. Ese hombre misterioso e indómito, que insulta a su madre Herodías que, divorciada, se ha esposado con el hermano de su anterior marido y, además, desafía, provoca inquietud y miedo a su odiado y rijoso padrastro, el Tetrarca Herodes, que la acosa indisimuladamente absolutamente turbado por sus encantos adolescentes. Por si fuera poco, el profeta la ha rechazado, algo a lo que no está acostumbrada, ni mucho menos, esta arrogante y descarada princesa, que aprovechará el hechizo que tiene sobre el Tetrarca para exigir la cabeza de Jochanaan en una bandeja de plata y conseguir satisfacer ese deseo sexual que ha despertado en ella. La Lindstrom llegó sin aparente fatiga a la escena final, una de las más fascinantes del repertorio, sellando una notable encarnación que fue, sin duda, lo más destacable de la representación. Alan Held dispone de un material vocal de escaso interés, de timbre gris, mate, sin entidad en los extremos y justo de presencia sonora, pero es un indudable profesional. Sin embargo, apenas pudo escuchársele en su Jochanaan al ser constantemente engullido por una orquesta desbocada a tope de decibelios. A Janina Baechle sí se la pudo oir algo más, ya que mantiene su destacado volumen y la pujanza en centro y grave, completando una Herodías muy temperamental, homologable dentro de la gran tradición interpretativa de este papel. Mejor en la faceta dramática –procaz, lascivo, miedoso, atormentado–, el Tetrarca de Herwig Pecoraro, que en lo vocal, pleno de irregularidades en la emisión y con sonidos muy ingratos al oído e incompatibles con el canto, aunque se trate de sprechgesang. Muy interesante el timbre del tenor mejicano Carlos Osuna, como pudo comprobarse desde un primer momento en la bellísima frase que abre la obra, después de la introducción de la flauta, “Wie shön ist die Prinzessin Salome heute nacht!” (“Qué bella está la princesa Salomé esta noche!”) a cargo de Narraboth, el capitán de la Guardia, que locamente enamorado de la princesa, no puede soportar la atracción que esta siente por el profeta y se quita la vida.

   Como ya se ha subrayado, la representación fue lastrada por una orquesta descontrolada que sólo ofreció sonido, sonido y sonido, aparato, decibelios, mucho estruendo, sin matices, ni piedad alguna con los que se subieron al escenario. Ni rastro de atmósferas, ni de todos los nuances de la orquestación straussiana, que es riquísima y exuberante, sí, y exige vigor en muchos momentos, pero también transparencia, detalles, matices, gama dinámica, momentos de filiación camerística… ni rastro de ello. El veterano Peter Schneider, sin prácticamente ensayos al ser una función de repertorio puro y sin la mejor plantilla de la orquesta a su cargo, renunció a embridarla, ofreciendo una labor totalmente rutinaria en la que la prestación orquestal fue una especie de gruesa apisonadora que pasó por encima de la fascinante orquestación straussiana y de los cantantes.  

   La producción de Boleslaw Barlog es uno de los clásicos de la Opera de Viena. Estrenada en su día por Leonie Rysanek es, junto a la Butterfly de Josef Gielen, la Tosca de Margherita Walmann, el Rosenkavalier de Otto Schenk, Il Barbiere di Siviglia de Gunther Rennert…, entre otras, una de las producciones más antiguas que se mantienen vigentes en el repertorio de la Staatsoper. Con Jürgen Rose a cargo de la reposición, el montaje expone con claridad la historia y ambienta pefectamente la cálida noche de Judea en el palco del Castillo de Herodes conforme a libreto, con vestuario apropiado y un movimiento escénico eficaz.

Fotografía: Wiener Staatsoper/Michael Pöhn.

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