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Crítica: Scaramuccia se estrena en España dentro del XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro

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Autor: Mario Guada
1 de marzo de 2018

Magnífica propuesta, con el lamento barroco como protagonista, en una interpretación de gran interés aunque con ciertos altibajos.

La belleza en la tristeza

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 28-II-2018. Capilla del Palacio Real de Madrid. XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro. Lamento. Obras de Jean-Féry Rebel, Johann Heinrich Schmelzer, Pandolfi Mealli, Henry Purcell, Turlough O’Carolan, Niel Gow y Johann Sebastian Bach. Scaramuccia | Javier Lupiáñez.

Lamento
Del lat. lamentum.
1. m. Queja con llanto y otras muestras de aflicción.

   ¿Es posible construir un programa completo de concierto en torno al lamento como género instrumental en el Barroco musical? Sí, y no solamente eso, sino que es posible crearlo con una factura musical y una belleza absolutamente impresionantes. Así quedó demostrado en este programa presentado por el conjunto hispano-holandés Scaramuccia, que dirige desde su fundación el violinista barroco Javier Lupiáñez. La Capilla del Palacio Real de Madrid fue el excepcional emplazamiento para este concierto del XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS], que de nuevo se apunta el tanto de acoger en España a otro de esos ensembles especializados en la interpretación histórica –con importante base española–, que extrañamente todavía no ha tenido la presencia que debieran en otros festivales, ciclos y entidades musicales de este país.

   Bajo el título de Lamento, la agrupación, con sede en Holanda, presentó un excepcional programa concebido únicamente por piezas instrumentales, pues al contrario de lo que suele creerse, el género del lamento alcanzó –especialmente en el siglo XVII y los albores del XVIII– una entidad propia en lo instrumental, tras desarrollarse previamente como una composición ligada indisolublemente a la música vocal, y normalmente a un tipo de ostinato, conocido como basso di lamento, un tetracordo descendente de gran impacto emocional. Se inició la velada con el monumental Tombeau pour Monsieur Lully, de Jean-Féry Rebel (1666-1747), el miembro más importante de una interesante saga de músicos en la Francia de los siglos XVII y XVIII. Como es habitual, los franceses tienen una manera distinta de hacer las cosas, así que puede decirse que el tombeau es el lamento a la francesa, que ya hunde sus raíces en la tradición polifónica renacentista de la déploration, y que como tombeau se inicia especialmente ligada a la importante escuela de laudistas galos de inicios del XVII, para pasar después a la de los clavecinistas y en última instancia a la escritura de conjunto instrumental, como en este caso, concebida para dos violines y continuo, en un maravilloso homenaje a quien fuera su maestro. La obra se incluye dentro de su colección Recueil de 12 sonates à II et III parties, compuesta en 1695, pero publicada en 1712.

   Dentro de la composición para violín en conjunto, sin duda la Alemania y Austria del XVII tienen un lugar absolutamente destacado, logrando elaborar un lenguaje muy reconocible y personal, en el que destacan algunos autores como Heinrich Ignaz Franz von Biber, Johnn Jakob Walther, Johann Paul von Westhoff, o el siguiente protagonista, Johann Heinrich Schmelzer (c. 1620-1680), que fue el compositor y violinista austríaco que dominó la escena musical en su país tras el genial Biber. De él se interpretó su Lamenta a 3, Sonata en trío Si bemol mayor perteneciente al Rost Codex, manuscitro atribuible a Franz Rost en el que se incluye 156 composiciones de grandes autores del momento, como Tarquinio Merula, Maurizio Cazzati, Johann Caspar Kerll, Giuseppe Valentini, Antonio Bertali o Marco Uccelini entre otros.

   La siguiente pieza fue un claro ejemplo del basso di lamento que se une de forma tan estrecha con el lamento instrumental, que llegó en forma de un luminoso y bellísimo Passacaglio a due violini «Il Marcquetta», extraído de la colección Sonate cioè balletti, sarabande, correnti, passacagli, capriccetti, e una trombetta a uno e dui violini con la terza parte della viola a beneplacito [Roma, 1669] de Giovanni Antonio Pandolfi Mealli (c. 1629-1669), un destacable compositor y violinista italiano que desarrolló buena parte de su carrera en la corte del archiduque Ferdinand en Innsbruck. Después se trató la forma ground, la manera inglesa de denominar este ostinato en el bajo continuo, aunque no específicamente ligado al lamento como tal, sobre el que Henry Purcell (1659-1695), el compositor inglés más importante del Barroco, compuso multitud de de piezas instrumentals y vocales. Entre ellas, la sexta de sus Sonnata’s of III. Parts [London, 1683], es un maravilloso ejemplo de su capacidad creadora, de su manejo de la melodía en este formato de sonata en trio y especialmente de las sutilezas armónicas, con un manejo del cromatismo increñiblemente efectivo y expresivo.

   Para las siguientes dos piezas, Scaramuccia tenia guardado un as en la manga, el que representaron dos compositores ajenos a la tradición musical habitual en la Europa del Barroco, por un lado el irlandés Turlough O’Carolan (1670-1738), arpista y compositor del que se conservan cerca de doscientas composiciones, con una notable inspiración italiana –la historia de su relación con Francesco Geminiani, al que conoció en Dublin, es realmente interesante–, pero manteniendo esa esencia tan particular de la música de la isla, que evocan en ciertos momentos a su pasado celta. Por otro lado, el escocés Neil Gow (1727-1807) –este absolutamente ignoto–, cabeza de una notable saga de violinistas escoceses, de quien se interpetó el precioso Niel Gow's Lament for the Death of his Second Wife.

   El concierto se cerró con la descomunal Chaconne conclusiva de la Partita n.º 2 para violín solo, BWV 1004, de Johann Sebastian Bach (1685-1750), que para algunos expertos fue compuesta como lamento por la pérdida de su primera esposa. Sea como fuere, la cuestión es que esta Chaconne es uno de los ejemplos más increíble de construcción sobre un basso ostinato. En el presente recital se interpretó un arreglo para conjunto instrumental del propio Lupiáñez, que traslada la escritura bachiana a solo para un conjunto de dos violines y bajo continuo, aunque los distintos instrumentos –viola da gamba, clave y cuerda pulsada– parecen tener partes independientes en muchos casos.

   Dicho lo cual, y ante un programa de este nivel, se esperaban interpretaciones de gran nivel. Scaramuccia comenzó frío, con importantes problemas de afinación en el primer violín en la magnífica obra de Lully. Tardaron prácticamente toda la obra en recuperar el lugar, pro a partir de ahí todo fue hacia arriba. El trabajo conjunto entre Javier Lupiáñez y el segundo violín de Agniezska Papierska fue magnífico. Que excepcional violinista barroca esta, haciendo gala de una serenidad y técnica apabullantes, siempre certera y prácticamente sin inmutarse. Utiliza una técnica a la Kuijken, con el violín colocado casi de manera perpendicular al suelo y sobre la parte inferior del hombro. Especialmente interesante el trabajo de ambos violinistas barrocos en la consecución de una sonoridad brillante, pero en su justa medida, sabiendo captar bien la esencia de estas obras con una enorme carga de profundidad, en la que el timbre obscuro y casi tenebroso de ciertos pasajes fue un absoluto acierto.

   Por su parte, el continuo por la viola da gamba de Inés Salinas, la tiorba de Javier Ovejero y el clave de Patrícia Vintém. Buen trabajo de conjunto, con un continuo muy bien equilibrado, buscando un resultado global poderoso, pero manteniendo presente la sonoridad de cada una de las partes. El continuo estuvo desarrollado de manera comedida, sin grandes alardes ni ornamentaciones excesivas, lo cual en un repertorio de este tipo es de agradecer. Cada uno de ellos tuvo algunos momentos para su lucimiento, en los demostraron ser intérpretes de una importante calidad, destacando, quizá por su aporte expresivo –en un instrumento muy apropiado para remarcar el lado doloroso de la música–, la viola da gamba de Salinas.

   Una interpretación en general de interesante calidad, a la que pueden, sin embargo, ponerse tres peros: I. excesivos momentos de afinación aproximada en el primer violín, por más que Lupiañez es un gran intérprete, pero la tripa con la monta su Gisbert Verbeek de 1682, presentó ciertos problemas a lo largo del concierto; II. cierta falta de conexión entre las líneas altas y el continuo, que en ocasiones se mostraron excesivamente independiente entre sí; III. el arreglo de la increíble Chaconne de Bach –sin denostar un ápice el impresionante de violinista a la hora de realizar este ingente trabajo– no terminó de funcionar, pues la esencia del original se perdió entre las numerosas líneas instrumentales concebidas. Como una evocación y homenaje en forma de Sonata en trio sopra la ciaccona di Bach quizá puede funcionar, pero no así como un arreglo para conjunto del original para violín.

   De cualquier manera, un recital de gran interés, con un programa hermoso, bien concebido y notablemente interpretado, que regaló a los oyentes momentos de mucha hondura expresiva y emoción. Para despedirse, y cambiando absolutamente de tercio, un curioso arreglo del célebre When the Saints Go Marching In, el himno góspel que popularizaron la voz y la trompeta de Louis Armstrong, que no deja de ser un lamento, pero con el personal estilo de la New Orleans del pasado siglo. Personalmente hubiera preferido un extra en la línea del concierto, pues soy de los que no considera que haga falta desengrasar de la belleza, por muy dolorosa que esta sea.

Fotografía: Renska/Media-weavers.

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