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Crítica: «Semiramide», de Gioachino Rossini, nuevo título operístico en la ABAO

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Autor: José Amador Morales
2 de marzo de 2019

Por José Amador Morales
Bilbao. 22-II-2019. Palacio Euskalduna. Gioacchino Rossini: Semiramide. Silvia Dalla Benetta [Semiramide], Daniela Barcellona [Arsace], Simón Orfila [Assur], José Luis Sola [Idreno], Richard Wiegold [Oroe],  Itziar de Unda [Azema], Josep Fadó [Mitrane], David Sánchez [Nino]. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Alessandro Vitiello, dirección musical. Luca Ronconi/Marina Bianchi, dirección escénica. Producción del Teatro San Carlo di Napoli.

   Aunque la Semiramide de Gioachino Rossini es poco representada y se podría decir que ello depende de tal o cual oleada generacional de cantantes rossinianos o mínimamente afines al estilo del genial compositor de Pésaro, es por ello casi un motivo de valentía (y por lo tanto de congratulación) la apuesta de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera por presentar la que fue la última ópera seria de su autor. Su última representación en la capital euskalduna se remonta a 1995 (con unos impagables Rockwell Blake como Idreno y el recordado Alberto Zedda en la dirección musical) y, posteriormente en el resto del país, en 2004 en el Teatro Real de Madrid y en 2005 en el Liceo de Barcelona (aquí con el debut de Juan Diego Flórez en el teatro catalán) o la insólita producción, por su estimulante calidad musical, que también presenció quien esto suscribe en el Teatro Cervantes de Málaga en 2003 (con Victoria Loukianetz, Gloria Scalchi, Simone Alaimo y Antonello Allemandi a la batuta).

   En este caso, adelantemos ya que el resultado global fue bastante aceptable en términos generales ya que, si bien ninguno de los elementos brilló por sí solo a un nivel sobresaliente, los aciertos parciales compensaron otras irregularidades resultando beneficiado el aspecto coral y colectivo, tan importante en esta obra. Y eso que, como suele ser habitual si nos atenemos a la línea de producciones escénicas contempladas en los últimos años en el Palacio Euskalduna, la producción escénica low-cost, a medio camino entre un acertado minimalismo y una monotonía estética a veces exasperante (la omnipresente y enorme grieta en el fondo y el pilón en primer plano en torno al cual se suceden la mayoría de exiguos movimientos escénicos), parecía en un principio no sostener sendos largos actos. Una impresión acentuada por el hieratismo de los protagonistas, los cuales se trasladaban mediante pedestales móviles que trasmitían una mayor sensación de estatuismo, de iconos fijos y distantes, así como por la falta de movimiento del grupo de figurantes (el coro no aparecía como tal nunca en escena). Sin embargo, es justo reconocer que esta propuesta del desaparecido Luca Ronconi (materializada en este caso por Marina Bianchi) tuvo la habilidad de centrar la simbología básica del drama y, en su extrema sobriedad, permitir seguir con facilidad la historia. También la de resaltar la calidad actoral de parte del reparto (particularmente en lo que respecta a la soprano y mezzo principales, en detrimento del tenor y bajo, más apocados en este aspecto).

   Musicalmente, una obertura ciertamente anodina hizo presagiar lo peor, habida cuenta de las tres horas que restaban, en relación a la batuta de Alessandro Vitiello, quien no supo o no pudo obtener un sonido más limpio (especialmente por parte de la cuerda) y con más intensidad por parte de una discreta Sinfónica de Bilbao (no así el Coro de la Ópera de Bilbao, que rubricó una actuación notable). No obstante, sus principales cualidades, la flexibilidad teatral mediante unos atinados tempi al tiempo que su habilidad como concertador, terminaron por ofrecer una lectura, si no especialmente creativa y memorable, sí plausible.

   En cuanto a las voces, brillaron las femeninas encabezadas por una Silvia Dalla Benetta cuya Semiramide convenció a lo largo de la representación en base a una importante caracterización y un timbre muy personal, cuyos claroscuros le permitían un interesante juego expresivo. Prueba de esto último fueron momentos como su aportación en el concertante del final del primer acto [«Qual mesto gemito»] o su cincelada plegaria del segundo con preciosas medias voces y filados. Aunque algo metálicos en un principio, no escatimó los agudos ni sobreagudos y ofreció coloratura de cierto fuste. La química evidente que mostró con su compatriota italiana provocó que los dúos con Daniella Barcellona alcanzaran las más elevadas cotas artísticas y expresivas de la noche. Y es que la mezzo de Trieste ha sido indiscutiblemente la Arsace de la última década. En la actualidad presenta un timbre un punto ajado y ya sin tanta homogeneidad en la emisión pero gracias a su técnica y estilo intachable aborda una impresionante recreación del guerrero asirio, dominadora del fraseo y del buen gusto en cada una de sus apariciones.

   Simón Orfila fue antaño un convincente Assur pero en la actualidad su voz tremolante y artificialmente engrandecida le ha llevado a perder su mejor baza, la musicalidad. En la representación que comentamos mostró de entrada apreciables problemas de fiato y una coloratura sacada adelante con más fatiga que elegancia. Aun así, su prestación fue a más en la medida de que pudo ir controlando un tanto la voz a lo largo de la representación y, si musicalmente no pudo con la Barcellona en el dúo del primer acto, su entrega y experiencia lograron acometer tanto el dúo con Semiramide como su gran escena final del segundo con solvencia. Por su parte, el rol de Idreno (convenientemente cercenado y por supuesto sin «Ah! dov'è il cimento») parecía en principio apropiado para José Luis Sola, al menos más que otros roles que ha asumido recientemente. Pero su actuación se reveló totalmente ajena a la coloratura y fraseo rossiniano, algo que dejó de manifiesto en su gran aria «La speranza più soave» en donde, a pesar de cierto buen gusto y elegancia en el fraseo, se mostró completamente fuera de órbita estilística.

   El reparto se completó con un solvente Richard Wiegold como Oroe (a pesar de su voz clara y entubada), la estupenda Azema de Itziar de Unda,  así como los siempre competentes Josep Fadó como Mitrane y David Sánchez como la voz fantasmal de Nino.

Fotografía: E. Moreno Esquibel.

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