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Crítica: The Tallis Scholars en concierto privado en la catedral de Toledo

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Autor: Mario Guada
25 de mayo de 2017

EXCLUSIVO LUJO TOLEDANO

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Toledo. 23-V-2017 | 19:30. Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo | Capilla Mayor. Toledo: A Festival of Spanish Music. Obras de Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria y Alonso Lobo. The Tallis Scholars | Peter Phillips.

   Déjenme que empiece contándoles acerca de Martin Randall Travel, la mente tras la organización del presente concierto, pues si no lo conocen previamente quedarán tan alucinados como me encuentro yo. Imagínense una empresa cuyo objetivo es ofrecer y organizar viajes de tipo cultural a ciudadanos, especialmente británicos –la sede principal está en Londres, aunque tiene sucursales en Brisbane y Toronto–, de cierto nivel económico y social. Siendo una de las más prestigiosas compañías de viajes organizados a nivel mundial, la oferta de Martin Randall es realmente sorprendente, tanto por el número de propuestas anuales como por la exquisitez y el planteamiento de cada una de ellas. Para que se hagan una idea, de aquí a lo queda de año, su oferta asciende hasta la asombrosa cifra de cerca de doscientos viajes con temáticas culturales. Solo por acercarles este mundo inmenso por un instante, en lo estrictamente musical tienen en catálogo de viajes organizados en torno a la trilogía monteverdiana en Venezia, el Festival Händel de Halle, Strauss en Leipzig, Schubertiade en Vorarlberg, Trasimeno Music Festival, Festival de Beaune, la ópera en Verona, Festival de Ryedale, música en Savonlinna, ópera en Munich, Festival de Lucerne, Sibelius Festival o los órganos en tiempos de Bach, por poner solo algunos destacados ejemplos.

   Pues hete aquí que dentro de su cuidada selección para este 2017, Martin Randall Travel se sacó de la manga este Toledo: A Festival for Spanish Music, que se diferencia de otras de sus propuestas en una cuestión fundamental: la oferta exclusiva y privada de todos los conciertos organizados. Esto es, estamos ante un festival creado ex profeso para la ocasión, tan interesante como efímero, pues la presente ha sido su primera y última edición. La propuesta muy simple: conciertos, servidos de la mano de algunos de los conjuntos más interesantes del panorama internacional junto a otros intérpretes nacionales, que completan una programación de interés y con presencia casi exclusiva de la música española; actividades complementarias de tipo artístico, con rutas por los lugares de mayor interés y encanto de la enorme propuesta patrimonial de la Ciudad de las tres culturas; conferencias diarias, a cargo de especialistas en sus campos, centradas en la música y el arte de Toledo y España; así como una oferta gastronómica y hotelera de primer nivel en la ciudad.

   Dentro de una programación tan variopinta, que ha presentado a conjuntos como La Grande Chapelle [La música en tiempos de El Greco], Música Antigua [La edad de oro sefardí], Ex Cathedra [Música barroca de Latinoamérica] u Orphénica Lyra [Música en España & Italia, 1500-1700], por citar algunos, se presentaba el ensemble británico The Tallis Scholars, que dirige Peter Phillips, como estrella del cartel. Un concierto celebrado en la impresionante Capilla Mayor de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, para un reducido y privilegiado grupo de algo menos de doscientas personas entre las que me encontraba, no ya como único representante de un medio especializado español, sino como el único español en medio de una horda de británicos de un perfil claramente definido: mayores de 60 años, probablemente ya jubilados, con mucho tiempo libre y una capacidad económica notablemente pudiente –al menos lo justo para hacerse cargo de las más de tres mil libras de coste total del viaje–. La propuesta del conjunto, una travesía por tres de los grandes nombres dentro de la escuela de polifonistas hispánicos del Renacimiento: Cristóbal de Morales (1500-1553), Tomás Luis de Victoria (1548-1611) y Alonso Lobo (1555-1617). Nada especialmente innovador, ni siquiera con un concepto de programa ni un hilo conductor más allá de la conjunción de obras, de gran calidad compositiva y belleza, de estos tres maestros. Aun con todo, la belleza y la excepcional interpretación lograron elevar la velada a momentos absolutamente memorables.

   La primera parte estuvo ocupada íntegramente por la Missa Mille regretz a 6 de Morales, magnífico ejemplo de misa parodia compuesta, como es bien sabido, sobre la célebre chanson Mille regretz a 4, de Josquin des Prez, conocida en la época como la Canción del Emperador, pues al parecer era la favorita de Carlos V. La obra, aparecida en Roma como parte de su Missarum Liber Primus [1544], es una exquisitez de principio a fin, en la que Morales muestra su refinado gusto y su descomunal capacidad técnica a la hora de introducir –de mil maneras, planos y recursos distintos– el original de Josquin. La impresionante cantidad de copias, así como la presencia de esta misa en intabulaturas de algunos de los grandes vihuelistas hispánicos, da buena muestra de lo afamada y bien considerada que estaba esta misa en la época. Es maravilloso escudriñar con atención las seis partes escritas [SSAATB] para darse cuenta de la filigrana compositiva, de la redondez de la obra, de su belleza y, sobre todo, de cómo es capaz de honrar una melodía tan hermosa, introduciéndola en pasajes y líneas a cada cual más elegante y sutil.

   La segunda parte se construyó sobre el pilar fundamental del abvlensis, representado con tres magníficas obras, abriéndose con dos de sus más hermosas composiciones, aunque quizá menos interpretadas: el motete Dum complerentur a 5 y la antífona Regina cæli a 5. El primero dobla la soprano, mientras el segundo lo hace con el alto, presentando ambos una escritura jubilosa, pero contenida, en la que se muestra lo mejor del Victoria imaginativo, colorista y hasta un punto ornamental. Tras ellas, regreso a Morales, con su Regina cæli a 6, un motete repleto de luminosidad y extroversión, un canto mariano en todo su esplendor, con brillantes alternancias casi imitativas sobre el Alleluia que elevan el canto a las alturas. Del gran Alonso Lobo, presente aquí por doble motivo, aprovechar la efeméride del 400.º aniversario de su desaparición y recordar que durante un breve lapso de tiempo fue maestro de capilla de la catedral toledana, se interpretó una versión reducida de su De lamentatione Jeremiae prophetae a 6. Se trata de una probablemente compuesta en su estancia en Toledo, cuyo poder emotivo lo diferencia del de Victoria en su escritura más cromática, aventurera y extrovertida, en la que en cierta manera se aprecia la influencia del gran Palestrina. Regreso a Morales, por medio de su descomunal motete Emendemus in melius a 5 –en su versión para SAATB–, una de sus obras más conocidas e interpretadas, que justifica per se la existencia de este gran talento de la polifonía europea. Concluyó la velada con el Magnificat Primi toni a 8, de Victoria, una de los dos únicas partituras en las que se pone música al Magnificat sobre el total de sus versos y de forma policoral –los restantes dieciocho que compuso lo hacen a cuatro voces y repartiendo sus versos en versiones alternas para los versos pares e impares–. El aquí interpretado, compuesto a 8 en doble coro –el otro es para 12 partes en triple coro–, está escrito en el primer tono para un coro agudo [SSAT] y otro al uso [SATB]. Es fantástico comprobar cómo Victoria divide la labor de ambos coros de forma independiente, con secciones a 4 cantadas únicamente por uno u otro, con otras secciones policorales en las que las ocho líneas se entrelazan en una escritura de contrapunto realmente luminoso y muy expresivo.

   La interpretación brindada por el extraordinario conjunto británico solo se puede describir de una forma: puro sonido The Tallis Scholars. Y es que si algo ha conseguido Peter Phillips al fundar este ensemble es dar un giro a la manera de interpretar la polifonía del Renacimiento. Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que en gran medida TTS crearon ese sonido British que hoy es asumido por muchos como ideal para este repertorio: pureza absoluta de sonido, con una línea de canto elegante y sutil, casi etérea, así como la combinación de dos cantores por parte –que es ya auténtica marca de la casa–; una afinación impecable hasta el último cent; un equilibrio de voces impactante, en el que cada parte se entiende a la perfección y se integra de forma fascinante en el conjunto; línea de sopranos casi angelicales, sin vibrato alguno y con un timbre definido de forma envidiable entre el de un niño y una mujer adulta –como el siguiente paso evolutivo del típico coro de college, catedral o institución británica de otro tipo, con voces infantiles y adultas, que también creó un estilo muy definido a la hora de interpretar estos repertorios–; una línea de alto conformada siempre por una unión perfecta de contralto y contratenor, como nunca antes se ha conseguido de manera tan refinada y simbiótica; tenores típicamente ingleses, con ese registro agudo tan poderoso, sonido de cabeza que no renuncia al poderío, pero manteniendo siempre la energía y ese sonido tan característico; para concluir con unos bajos potentes, de sonido robusto y vigoroso –a veces quizá excesivamente–, que sostiene sobre su solvente y firme sonoridad, algo desmedida en ciertas ocasiones –siempre me ha parecido que es la línea que habría que pulir en relación a las restantes–, todo el conjunto y la construcción polifónica desde donde ha de hacerse, el grave.

   Acudió para la ocasión con doce cantores, aprovechando un programa confeccionado como base sobre las seis partes de la misa –a la que antecedió, fuera de programa, esa chanson de Josquin, interpretada como mandan los cánones, a una voz por parte–, que resultó magnífica en todo su esplendor. Buscando siempre la pureza, la disonancia pero de forma sutil y especialmente la capacidad expresiva de las cuatro voces agudas –la obra dobla superius y altus–, encontró en sus cuatro sopranos [Amy Haworth, Emma Walshe, Emily Atkinson y Charlotte Ashley] la respuesta requerida perfecta para la ocasión. Quizá la línea de alto sea la que ha notado una merma más considerable en cuanto a los precedentes del conjunto, y es que la dupla Caroline Trevor/Patrick Craig no conoce parangón en la interpretación moderna de este repertorio. La marcha de este último ha hecho necesaria la incorporación de una nueva pareja para Trevor –que continúa imperial con el paso de los años, mostrando una extensión vocal envidiablemente amplia y un registro grave apabullante–; el elegido ha sido Alexander Chance, joven cantor de gran proyección, brillante técnica y notable poderío sonoro –hijo, por cierto, del legendario falsetista Michael Chance, que en su tiempo también formara parte de la agrupación–, pero al que todavía le queda mucho recorrido para poder honrar la figura de Craig y especialmente mucho trabajo conjunto para igualar la que para mí ha sido la mejor línea de alto en un conjunto de este tipo. Ante la marcha de otro legendario cantor, Christopher Watson, el conjunto ha conformado una pareja de tenores que aúna muy bien experiencia con juventud, a un nivel realmente elevado: Stevan Harrold –que regresa al conjunto tras un tiempo de ausencia– y Simon Wall. TTS se ha definido mucho por los tenores que ha tenido en cada momento, y desde luego, por el resultado ofrecido en este recital, esta nueva pareja dará mucho que hablar en lo sucesivo. La base de los bajos en la habitual en los últimos tiempos, un barítono de amplio registro y hermoso timbre, Timothy Scott Whiteley, y un bajo de poderosos graves y una de las leyendas en su campo, Robert Macdonald.

   La segunda parte, de colorido y riqueza tímbrica y rítmica más acusada, ayudó a desplegar más el espacio para el lucimiento de las voces masculinas, que en la primera parte estuvieron más comedidas, con un espacio en cierta incómodo para los tenores, que no lograron brillar. Aquí sí, especialmente en escrituras como la de Dum complerentur a 5, los Regina cæli a 5/6 o el Emendemus in  melius a 5. Si bien la misa resonó elegante y refinada, con momentos absolutamente memorables, fue en esta segunda parte donde el conjunto terminó por explotar y ofrecer ese nivel tan increíble al que nos tiene acostumbrados. Uno no puede dejar de alucinar al escuchar tal perfección técnica en un repertorio tan complejo y exigente. Magníficas todas las líneas, aunque algo débil y poco reconocible la línea de altos II conformada para la ocasión por el experimentado David Gould y la joven Helen Charlston. Por lo demás, y dejando a un lado algunos notables y recurrentes –extrañamente para este conjunto– errores de sincronización en estradas, la polifonía hispánica de tan magnífico triunvirato encontró en ellos al cómplice perfecto para elevar sus cantos en la magnífica acústica de la Capilla Mayor toledana. Menos adecuado, quizá, el orgánico para el descomunal Magnificat Primi toni a 8, a pesar del genial giro de tuerca de Phillips para encajar las piezas –primer coro con una voz por parte, segundo coro con dos voces por parte; ¿cómo encajarlo todo?, poniendo al contratenor Chance a cantar de pecho en la línea del tenor II–. Este Victoria sonó demasiado escueto y algo opaco, pues a pesar de la belleza del sonido y la excelente técnica, no terminó de brillar en su escritura tan cálida y en cierta manera pasional.

   Peter Phillips es un auténtico genio. Solo alguien de su nivel sería capaz de elevar a la categoría de leyenda a un conjunto vocal especializado en polifonía renacentista, y especialmente de mantenerlo en la cúspide durante nada menos que cuarenta y tres años. No se puede explicar lo que TTS ha supuesto para el repertorio en estas décadas. Con su habitual gesto tan particular y milimétrico –acostumbrado a subdividir por norma–, el maestro británico  logra extraer siempre lo mejor de sus cantores. No es de los que ata a sus caballos, pero por momentos parece mantener firmes los impulsos quizá desaforados de estos cuando la cosa no lo necesita. Perfeccionista y pulcro, uno de sus éxitos ha consistido en saber conjugar, como nadie, juventud y veteranía y aunar siempre líneas de dos cantores con un empaste y feedback que parecen imposibles. La elección de los cantores, elevada siempre a las cotas de excelencia más exigentes, consigue ofrecer siempre lo mejor de sí. Mantener esto a lo largo de cuatro décadas, con plantillas, por lo demás, realmente estables en el tiempo, es sin duda uno de los valores más importantes que describen su manera de trabajar, así como un legado impagable para la humanidad. Un concierto fuera de serie, que sin bien denotó que el nuevo engranaje debe engrasarse aún algo más para alcanzar las cotas de perfección absoluta al que nos han acostumbrado, mostró a la vez la pura esencia The Tallis Scholars y su magnífica capacidad para emocionar a través del preciosismo sonoro, pues TTS consigue la belleza y emoción en la polifonía hispánica alejadas de la expresión, la luz cálida del mediterráneo y la pasión meridional, sino a través de la más exquisita e inalcanzable perfección técnica y pureza sonora. Un recurso que, a este nivel, nadie ha conseguido alcanzar. Como regalo a los asistentes, una breve pero impactante pieza –en palabras del Phillips–, el Nunc dimittis de Andrés de Torrentes (c. 1510-1580), un compositor poco conocido, pero de gran talento, que ocupó el magisterio de capilla de la catedral de Toledo hasta en tres ocasiones. Esta pieza, de brillantez y luminosidad apabullante, resultó el cierre perfecto a tal exclusivo y toledano lujo.

Fotografía: Nick Rutter.

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