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CRÍTICA: GREGORY KUNDE Y JUAN JESÚS RODRÍGUEZ RINDEN HOMENAJE A VERDI EN LA CORUÑA. Por Rubén Martínez

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Autor: Rubén Martínez
25 de septiembre de 2013
EXULTANTE HOMENAJE VOCAL

Palacio de la Ópera de A Coruña, sábado 21 de septiembre. Director: Ramón Tébar. Gregory Kunde (tenor), Juan Jesús Rodríguez (barítono). Orquesta GAOS. Coro GAOS.

   Prosigue el LXI Festival de Ópera de A Coruña y, en esta ocasión, le tocaba el turno a Giuseppe Verdi, habiéndose programado para la ocasión un concierto protagonizado por dos grandísimas voces del actual panorama lírico, una ya veterana, la del tenor norteamericano Gregory Kunde, a punto de cumplir sesenta años e inmerso en una segunda juventud que está viviendo con enorme intensidad, y otra en plena madurez, como es la del barítono onubense Juan Jesús Rodríguez, una de las escasas luces dentro de la multitud de sombras en su cuerda, reunidos para homenajear el bicentenario del nacimiento del gran maestro italiano en una gala íntegramente dedicada al compositor.

   El programa era audaz, atrevido y para nada conservador, con algunas de las páginas más exigentes del extenso repertorio lírico del maestro de Busseto, centrado en la voz como protagonista y con sólo dos páginas orquestales en todo el concierto. Tras la obertura del Macbeth  le tocó a Rodríguez empezar a librar la batalla y lo hizo con el exigentísimo fragmento de la misma obra "Perfidi! All'anglo contro me v'unite!... Pietà, rispetto, amore" del cuarto acto. En esta pieza, aún con la voz algo fría, el barítono español se concentró (que no es poco)  en poner el mecanismo vocal en marcha y lubricarlo para la larga noche que quedaba por delante echándose en falta, en este sentido, un mayor componente teatral en su interpretación con una prestación muy volcada al sonido que resultó algo monótona en términos de dinámicas y regulaciones aunque eficaz desde el punto de vista musical, luciendo con contundencia su espectacular registro en los descensos al grave.
 
    Le dio el relevo Gregory Kunde con la Aida y su gran escena "Se quel guerrier Io fossi!... Celeste Aida", página dificilísima en su sencillo trazado vocal que, precisamente por ello, exige una pureza en la emisión que no siempre se está en condiciones de ofrecer al principio de una velada. La dificultad añadida de este fragmento se encuentra, no por casualidad, en su posición temprana en la obra y Kunde no optó por eludir dicho escollo eligiéndola como su primera intervención. Ya desde el recitativo apabulló con un instrumento que derrocha luz por los cuatro costados y sobre el que ha construido un más que solvente registro central a base de trabajo y del desarrollo natural que proporcionan los años. En la primera estrofa cubrió los fa natural en las palabras "Aida" y "divina" mientras que en la segunda utilizó el registro de pecho, quizás algo fatigado. Durante esta pieza se apreciaron aquí y allá ligeros indicios de un vibrato más amplio de lo habitual debido, probablemente, a ser la primera del programa y a la purísima línea belcantista en la que se sustenta. El sí bemol en "ergerti" fue uno de esos momentos. Culminó con la misma nota en un "vicino al sol" atacado sin portamento que buscó smorzar con más intención que resultado. El siguiente número fue el espléndido dúo entre Don Carlo y Posa "È lui! desso... L'infante!... Dio, che nell'alma infondere", uno de los más aplaudidos por el público y donde Rodríguez, con la voz más entonada y en un papel que teatralmente domina encontró su fraseo más humano, logrando algunas bellísimas como "Rinfranca accanto a me lo spirto che vacilla! Serena ancor la stella tua nei cieli brilla. Domanda al ciel dei forti la virtù", exhibiendo fiato, regulación sonora y articulación de auténtico barítono verdiano. Sorprendió de igual modo lo adecuado de la escritura del rol de Carlo para la vocalidad de Kunde, que sonó más fresca y juvenil de lo acostumbrado, haciéndonos desear que sea éste uno de los papeles que acumule a su extensísimo repertorio en un futuro cercano.
 
    La página también sirvió para comprobar lo bien que se amoldan ambas vocalidades, con el componente más aterciopelado del barítono y la solaridad del tenor. El sol natural con el que culminaron el dúo en la palabra "libertà" fue un auténtico diamante. Sin solución de continuidad y sin cambiar de obra, llegó el momento de una de las más sentidas páginas líricas de toda la historia, el célebre "O Carlo, ascolta,... Io morrò" que se adapta a las mil maravillas al instrumento de Juan Jesús, con extensas líneas legato que le permiten lucir su espléndido fiato, la nitidez de su dicción y lo sentido del fraseo (esa forma de decir el "così serbar"). Una molesta flema que se evidenció desde el comienzo de la pieza le ocasionó un susto en el primer fa sostenido del "di me... non" pero, como gran profesional, Rodríguez no se dejó despistar y en ningún momento perdió el tempo ni la musicalidad, resarciéndose con dos espléndidos sonidos en la misma nota al final del aria. Y es que estos contratiempos, lejos de deslucir el resultado final, logran incrementar con efecto inmediato la empatía del público con el cantante y el agradecimiento al esfuerzo de éste, humanizándolo.
   Tras un logrado "Va, pensiero" de Nabucco llegó la última pieza de la primera parte del concierto, nada más y nada menos que el "Ah! sì, ben mio, coll'essere" seguido del "Di quella pira l'orrendo foco", ambas de Il Trovatore, fragmentos que son extremadamente infrecuentes en recitales líricos y cuya presencia en éste nos retrotraen inexorablemente a épocas pasadas donde la generosidad de los cantantes era mayor en este sentido. Kunde hubo de lidiar desde el principio con una notoria erosión en el registro grave que le ocasionó alguna incomodidad y alguna que otra rotura en el instrumento, buscando con inmediatez el ascenso al tercio agudo donde se encuentra cómodo y la voz refulge. Kunde desgranó con sentido del canto verdiano la bellísima aria, culminada con la cadencia a la Pavarotti en la-la sostenido sobre la palabra "morte". Acto seguido se entonaron los acordes de la temible "pira" a tono, como no podía de ser de otra manera tratándose del norteamericano, en la que los problemas en el grave se acrecentaron pero donde apabulló su valentía en el primer "do" así como, lejos de reservarse para el último, cantarse casi íntegros los "Madre infelice, corro a salvarti, o teco almeno corro a morir!", culminando con un timbradísimo "All'armi" que creemos que podría haber prolongado más de no ser por el cambio de vocal de "a" a "i" en la misma nota.
   En pleno fervor cabalettistico llegamos al descanso que sirvió de antesala a una segunda parte en la que el ambiente, si cabe, se caldeó aún más. Tras la obertura de I vespri siciliani, una de las más exigentes y lucidas de las escritas por Verdi y con una sección de violonchelos bastante lograda, Kunde volvió a irrumpir en el escenario del Palacio de la Ópera con uno de sus caballos de batalla, la escena completa del acto cuarto de la misma obra "È di Monforte il cenno...Giorno di pianto". Cuando decimos completa es que lo fue a todos los efectos, incluyendo también la estrofa "De' loro sdegni crudo il pensiero" y también a dos vueltas, en la stretta final, el extenuante fragmento "Tutto, ah tutto or m'abbandona", culminado, a tono, con dos importantes si natural. Habiendo quedados prácticamente solventados sus problemas con las flemas de la primera parte el norteamericano ofreció una auténtica demostración de estilo, entrega, generosidad y fortaleza diafragmática al incluir esta escena que incide inclementemente en el paso y obliga a frasear sobre sol, la bemol y la. Ha sido precisamente esta obra la que ha marcado un antes y un después en el repertorio de Kunde y su definitiva inmersión en el compositor de Busseto ya que a la asunción del rol de Arrigo en el Teatro Regio de Turín en marzo de 2011 le han seguido debuts en obras como Un ballo in maschera también en Turín, Otello en Venecia, Aida en Sao Paulo y próximamente Il Trovatore, La forza del destino o Luisa Miller siendo lo más increíble que además haya podido compatibilizarlo con Bellinis (Il Pirata) o Rossinis (Otello). Juan Jesús prefirió invertir el orden anunciado en el programa de sus páginas solistas y acto seguido entonó el "Di Provenza" de La Traviata transmitiendo serenidad y dominio en toda la tesitura de la página, muy amplia, resultando pleno de sonoridad y fraseo en los graves en los que otros colegas naufragan y apenas rozan,  al mismo tiempo que ascendiendo con brillantez a los fa y fa sostenido emitidos con belleza y total control del apoyo diafragmático.

    Una lectura algo plana del "O Signore, dal tetto natio", perteneciente a I Lombardi sirvió de prólogo a una nueva aparición del barítono de Huelva, esta vez con el Rigoletto como protagonista. Su "Cortigiani, vil razza dannata" fue escanciado con el fervor de quién ha vivido el personaje sobre el escenario en varias ocasiones, apreciándose esto hasta en la compostura corporal y escénica, con una primera sección que desbordó desesperación y plegaria, con variedad de acentos y dinámicas, cubriendo, como en él es habitual, el mi bemol de "paventa" y lanzando un luminoso sol natural apoyado sobre la vocal "o" en "l'onor". Las interminables líneas verdianas fueron atacadas con un óptimo legato y sentido del texto y los "ridate a me la figlia" perfectamente cubiertos obteniendo en recompensa su mayor ovación de la velada. Kunde reapareció acto seguido en escena para interpretar el "Dio, mi potevi" del Otello, título que se ha convertido en el emblema de su incursión en Verdi y el que más le solicitan los teatros. Si hace apenas cinco años alguien hubiera afirmado que Kunde sería, cerca de cumplir sesenta años, un Otello verdiano de referencia muchos le habríamos tomado por un loco pero la realidad es esta. El  tenor norteamericano comenzó a desgranar las primeras frases de la pieza con un sonido comedido, cuasi baritonal, de indudable verdad dramática, para acometer el "ma, o pianto o duol" iluminando la sala con su solaridad vocal, lanzando el primer si bemol en "quel raggio" con estentórea gallardía y finalizando el fragmento con otro latigazo en la misma nota ante el que el público se rindió con estruendosas ovaciones y bravos. Muy bien pensado para concluir el concierto programar el dúo "si pel ciel" de la misma obra, iniciado por elbarítono desde "talor vedesti in mano di Desdemona", dicho con comedimiento e intriga por Rodríguez, para, tras su "Cassio" comenzar Kunde con sus insultantes sonidos en "Ah! Mille vite gli donasse Iddio!", solares, brutales, con una valentía y entrega dignas de elogio. Es difícil explicar con palabras las sensaciones que tal rendición vocal despiertan en el espectador, en cierto modo algo primitivas, pero que nos recuerdan lo que es y debería ser siempre la ópera: pasión, entrega y conexión entre el artista y el público. Atronadoras ovaciones refrendaron uno de los highlightsde la velada y la finalización del programa oficial. Muy pocos de los  espectadores que prácticamente llenaban la sala se decidían a abandonar sus butacas, habiendo ya transcurrido a esta salturas dos horas desde el inicio del espectáculo, y esperaban ansiosos las propinas.

     La primera llegó de manos del norteamericano con una interesante versión de "La donna è mobile" del Rigoletto,más lírica de lo habitual y que manifiesta la versatilidad sin parangón del intérprete. Juan Jesús Rodríguez, por su parte, escogió un fragmento de lo más exigente para su encore, nada menos que "Il balen del suo sorriso", precedido por el recitativo "Tutto è deserto", una pieza que, al igual que comentábamos con el "Ah sì ben mio", no es nada habitual que se incluya en los recitales, excepción hecha de monstruos como Leo Nucci. El barítono español lució denuevo sus armas en forma de suntuosos graves, dicción netísima de vocales francas y luminoso agudo, con algún desliz propio del cansancio acumulado y de alguna flema que no había terminado de irse, propiciada quizás por los cambios de temperatura dentro y fuera del escenario. El público agradeció con creces la generosidad del artista y el riesgo asumido con semejante pieza. El conciertollegó a su fin con la repetición del dúo de Otello, aún más brillante, con un la natural final de Kunde más prolongado, si cabe, que desató el delirio del respetable.

   Durante todo el concierto el joven maestro valenciano Ramón Tébar, afincado en Estados Unidos, donde es director musical de la Florida Grand Opera y director artístico y musical de la Palm Beach Symphony, dio muestras de su enorme talento y conocimiento del repertorio, dirigiendo la mayoría de las veces sin partitura, regulando sonoridades, crescendi , tiempos y dinámicas, algo especialmente meritorio al frente de una joven Orquesta GAOS, fundada en 2009, poco experimentada en repertorio lírico y acompañamiento de cantantes, y no demasiado habituada, por tanto, a la flexibilidad permanente que exige este tipo de repertorio. Tébar logró en la mayoría de las ocasiones, excepción hecha de unos violonchelos rebeldes que siguieron su propio ritmo en el "Cortigiani" y de otro desliz en el dúo de Don Carlo, que la orquesta sintiera los rallentandi  de los intérpretes vocales y sus necesidades de tiempos más amplios o más briosos en determinados momentos. Una gran labor por tanto la de Tébar, también dirigiendo al Coro GAOS, aún más joven que la orquesta, especializado en repertorio sinfónico-coral y del que el maestro obtuvo un par de intervenciones notables, mejor el Nabucco que I Lombardi.

   En definitiva, una magnífica noche de ópera, de homenaje a uno de los compositores que más han aportado al género lírico, de fiesta vocal. Es una pena que algún sector del público esté más pendiente de recriminar el disfrute ajeno que de disfrutar ellos mismos, probablemente por su incapacidad para ello. Pienso en una señora del público que llamó la atención a un grupo de jóvenes aficionados por bravear y expresar su entusiasmo ante lo escuchado. Sectores del público como éstos son los que se sienten violentados por los bravos pero son capaces de batir el record de duración abriendo un caramelo en plena música, cuchichear con el vecino explicando quién es el malo de la ópera, encender compulsivamente el móvil a ver si tiene algún whatsapp o tararear exultantes la melodía del "Di Provenza" durante interminables segundos no pudiendo ocultar a los asientos vecinos su profundo conocimiento del género... como diría Gérard "Tal dei tempi il costume!". En fin, ellos se lo pierden.
 
Foto: GregoryKunde.com 
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