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Crítica: Alterum Cor y Ensemble Ribera en la Universidad de Valladolid

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Autor: Agustín Achúcarro
2 de julio de 2017

UN CONCIERTO DE LOS QUE NO SE OLVIDAN

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 27-VI-2017. Paraninfo de la Universidad. Coro de Cámara Alterum Cor y Ensemble Ribera: E. Moore e I. García, violines, J. Urtasun, viola, J. Creus, violonchelo, J. M. Such, contrabajo e I. Alfageme, piano. Obras de Raminsh, Lauridsen, Tavener, Pärt, Mäntyjärvi, Gjeilo, Vasks y Whitacre. Dirección: Valentín Benavides.

   Bajo el título Música y Mística; contemplación, meditación y emoción, el Coro de Cámara Alterum Cor y el Ensemble Ribera, dirigidos por Valentín Benavides, interpretaron un programa original y muy bien planteado, con una secuencia de obras en muchos casos contrastantes entre sí.  Un mérito que no sería tan relevante de no ser por cómo interpretaron las diferentes obras de autores nacidos en el siglo XX. Resultó admirable el empaste, la afinación y la relación entre el grupo de cuerdas, el piano y las voces. Realmente fue uno de esos conciertos cuya excepcionalidad radica en la facilidad de los músicos para dar con el quid de las diferentes obras del programa.

   Siguiendo el recorrido musical planteado por los intérpretes la capacidad para atraer al espectador surgió desde la primera obra, The Great Sea de Raminsh, con su reiteración instrumental en base a un grupo de notas y los unísonos de las voces, con sonoridades arcaizantes. Cambio total con la segunda de las obras, Les Chansons des Roses: Dirait-on de Lauridsen en donde lo tonal y la melodía se hicieron los dueños, lo que dio como fruto una expresión extremadamente poética, con un leve sentido de fragilidad en voces y piano, en una obra que hace referencia a cómo la rosa se contempla a sí misma.

   En Summa de Pärt el Ensemble Ribera dejó en esencia un clima lleno de sugerencias, que partió del tratamiento que las cuerdas dieron a las texturas sonoras y al hecho de que las repeticiones no se plantearan como algo cerrado en sí mismo, sino como un universo sonoro abierto, que fluye.

   Y si en Mother of God, here I stand de Tavener se impuso la sutileza con la que las voces realizaron los saltos interválicos y el ligado de las frases largas, en el Ave María de Mäntyjärvi –que daba paso a la sección de obras sacras– destacó un sentido proverbial del eco y el tratamiento de la repetición, con un efectismo acústico indudable entre el canto de las voces masculinas en el escenario y el recitado de la oración por las voces femeninas repartidas por la sala.

   The Ground de Gjeilo, de armonías claras y un crescendo muy bien llevado, dio paso a Dona nobis pacem de Vasks, una obra impresionante, de severa gravedad. Con la reiteración continuada de la frase los intérpretes consiguieron un ambiente de plegaria desasosegante, que solo se libera de la tensión al final.

   La otra pieza sólo instrumental también fue de Pärt, concretamente Spiegel im Spiegel, y en ella destacó la manera en la que la pianista abordó los continuos arpegios delimitados por acordes, mientras el chelo destacaba la melodía en un efecto magnífico, en el que el menor cambio rítmico o dinámico producía un efecto esencial.

   El programa previsto finalizó con Dark Night of the Soul de Gjeilo muy bien interpretado, con un minimalismo del que el coro se libera a través de una sencilla melodía, próxima a cierta estética del musical, sin que el piano deje de soportar el pulso de la obra.

   Un concierto magnífico, marcado por un sentido musical absoluto en la interpretación y la dirección, ya fueran obras a capella o contaran con la participación de todos.

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