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Crítica: Carlos Mena y Manuel Minguillón dan vida a los vihuelistas en el XXXI Clásicos en verano de la Comunidad de Madrid

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Autor: Mario Guada
18 de julio de 2018

El contratenor vitoriano y el vihuelista madrileño ofrecen un hermoso y refinado concierto centrado en uno de los patrimonios musicales hispánicos más importantes de la historia.

Nuestro inmenso tesoro

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Manzanares El Real. 13-VII-2018. Castillo de los Mendoza. Madonna Mia. XXXI Clásicos en verano. Obras de Alonso Mudarra, Enríquez de Valderrábano, Luys Milán, Miguel de Fuenllana, Esteban Daza, Juan Vásquez, Diego Pisador, Luys de Narváez, Juan del Enzina. Carlos Mena, contratenor • Manuel Minguillón, vihuelas.

[…] La vihuela de siepte ordenes puesta en el templede las siepte deduciones es perfecto instrumento más que la vihuela conmun […] haremos que en cada uno de los dichos trastes tenga todas las seysbozes, que es lo sobredicho poderse tañer todos los modos para cada uno de los trastes, y tañerse todos los semitonos: será perfectissimo.
Juan Bermudo [Libro llamado de declaraciõ de instrumẽtos musicales, 1555].

   Quizá haya todavía quien no conozca la vihuela de mano, nuestra vihuela de mano. Pongámonos en contexto: primera mitad del siglo XVI, España. Un instrumento de notables dimensiones, con cuerpo en forma de ocho y una tipología organológica igual a la de la guitarra, montado con seis –o siete– pares de cuerdas, esto es, órdenes –la «prima» habitualmente simple–, los cuales eran de tripa, y que en la Península Ibérica encontró una difusión absolutamente única y singular, la cual se desarrolló en un lapso temporal realmente corto: entre 1535 y 1576. En el resto de Europa, el laúd renacentista –vihuela de Flandes, como era conocida en España– representaba un instrumento similar, para el cual se desarrolló también un repertorio propio realmente impresionante. Es sabido, incluso, que los repertorios de vihuela y laúd podían ser intercambiados y e interpretados por tañedores del instrumento contrario.

   De su vastísimo repertorio, el cual –si nos ceñimos únicamente a los libros de los siete vihuelistas– se puede cuantificar en más de setecientas piezas, se escogió una pequeña selección que sirviera de digno catálogo del arte de estos magníficos autores, los cuales suponen uno de los mayores tesoros patrimoniales en la historia de la música española. Increíblemente –aunque no mucho si tenemos en cuenta el mínimo respeto que muestran las instituciones de este país por nuestro patrimonio musical–, este repertorio no está, ni mínimamente, lo suficientemente explorado en directo, ni tan siquiera grabado en un porcentaje del 10% del total. Si este fuera un país normal, alguna/s institución/es publica/s podría su empeño en favorecer que los varios intérpretes que se han especializado los últimos años en este repertorio maravilloso –muchos de ellos de un altísimo nivel– pudieran grabarlo convenientemente y a un nivel que esté a la altura de la exquisitez, refinamiento, genialidad y extrema calidad de los siete vihuelistas. Que no haya, a estas alturas –ni en planes futuros– una integral de los libros de los siete grandes de la cuerda pulsada en la historia de este país es no solo una vergüenza cultural española, sino un fiel reflejo de lo que somos en España.

   Por ello, hay que alabar la labor del vihuelista Manuel Minguillón y el contratenor Carlos Mena por plantear un programa estrictamente centrado en este repertorio, del cual no se puede menos que sentirse orgulloso. Los siete estuvieron representados y plasmados enuna excelente mixtura entre piezas vocales con acompañamiento del instrumento protagonista y otras puramente instrumentales. Se abrió con dos ejemplos vocales de Alonso Mudarra (c. 1510-1580), extraídas de sus Tres libros de música en cifra para vihuela [Sevilla, 1546]: los sonetos en italiano La vita fugge y O gelosia de amanti –que en el propio indican sobre textos de Petracha [sic] y Sanazaro. De Enríquez de Valderrábano (c. 1500-1557) y su magnífico Libro de música de vihuela intitulado Silva de Sirenas [Valladolid, 1547] se interpretaron cuatro obras, dos de ellas instrumentales –Soneto a la sonada «Benedicto sea il giorno» en el primer grado y otro Soneto, ambos instrumentales y extraídos del sexto de sus libros, a pesar de que los menciona como un género puramente vocal–, a la que se añadieron otras dos piezas vocales con acompañamiento instrumental [Gloriar mi poss’io donne y Madonna qual certeza]. De Luys Milán (c. 1500-c. 1551), el pionero en las publicaciones para vihuela, con su célebre Libro de música de vihuela de mano intitulado El Maestro [Valencia, 1536], sendas obras a solo, magníficos ejemplos de los géneros más practicados para la vihuela sin canto: la fantasía –de la que plasmó cuarenta exquisitos ejemplos en su libro– y la pavana –uno de los géneros instrumentales por excelencia del Renacimiento español e italiano–.

   Tres ejemplos de la gran influencia que la música de otros países tuvo entre los vihuelistas, tiene reflejo en las tres piezas extraídas del Libro de música para vihuela, intitulado Orphénica Lyra, de Miguel de Fuenllana (1500-1579): Maddona per voi ardo, Il bianco e dolce cigno y Tant que vivray –tres strambotes a quattro, los dos primeros de inspiración italiana y el último franco-flamenca–. Esteban Daza (1537-c. 1596), el último de los vihuelistas que publicó un libro para el instrumento [Libro de música de cifras para vihuela, intitulado El Parnaso, Valladolid, 1576], estuvo representado en dos bellos ejemplos instrumentales, también en el género de la fantasía, entre las que destaca la original Fantasía «de passos largos para desemvoluer ls manos».

   Antes de concluir con los dos vihuelistas restantes en la lista, se introdujo uno de los invitados de excepción de la velada, Juan Vásquez (1500-c. 1560), que viene a colación de forma muy apropiada, ya que es uno de los autores hispánicos más y mejor representado en varios de los libros, en arreglos de algunas de sus obras profanas más celebres, como son Con que la lavare, En la fuente del rosel y Si me llaman, a mi llaman, este último un refinado y exquisito arreglo, debido a Diego Pisador (c. 1509-c. 1557), de un villancico a 4. Precisamente de Pisador fueron las cuatro obras siguientes, extraídas de su colección Sparsi sparcium [cancion francesa a quattro], A quand’a quand’haveva, O bene mio fa fammúno favore y Madonna mia fa mi bonna oferta. El último vihuelista de la velada fue Luys de Narváez (c. 1500-1552), con sus Cuatro diferencias sobre «Guardame las vacas» y la Baxa de contrapunto, otros dos refinados ejemplos instrumentales, esta vez conservados en Los seys libros del Delphin de música de cifras para tañer vihuela [Valladolid, 1538].

   Un repertorio que rezuma exquisitez, elegancia, delicadeza, que supone un increíble dechado de música tremendamente intelectual, pero con una poderosa vertiente expresiva, y en la que ya se contemplan interesantes ejemplos descriptivos en la música –los madrigalismos o expressio verborum del Renacimiento que posteriormente desembocarían en eso que los barrocos denominaron Affektenlehre–. Es música en general de notable sobriedad, con una escritura contrapuntística e imitativa fascinante en la vihuela, además de un reflexivo y hermoso tratamiento de la línea vocal. Ambas partes suelen intrincarse con una calidad en su factura realmente magnífica. Poco o nada tienen nuestros vihuelistas que envidiar ni a los repertorios vocales del momento, ni a la literatura laudística del mismo período en otros países. La inteligencia con que se seleccionaron las piezas supuso, además, un brillante ejemplo de la calidad de estos compositores a la manera de una gran antología. Unos setenta minutos de pura gloria musical del Renacimiento español, que se plasmó con una calidad interpretativa de primer nivel. El programa se completó con el segundo de los invitados de excepción, Juan del Enzina (1468-1529), autor del que este año se celebra su efeméride –por más que en España no se le ha hecho caso en lo musical– y que es, por otra parte, uno de los autores más importantes en el ámbito de la música vocal polifónica profana de nuestro Renacimiento. De él se interpretaron tres arreglos de algunas de sus composiciones más célebres: Una Sañosa porfía, Todos los bienes del mundo y Levanta, Pascual.

   Manuel Minguillón, que es del mismo modo un importante tiorbista y laudista, además de un excelente continuista, muestra aquí se faceta como vihuelista, la cual está, desde luego, muy lograda. Su pulsación es delicada, firme, suficientemente solvente en lo técnico como para librarse con relativa facilidad de los escollos de la compleja escritura, pero a la par muy expresiva y emocional, viviendo con gran pasión un repertorio al que este aporte extra del intérprete siempre le sienta realmente bien. Tanto en el acompañamiento, preciso y plegado a la línea vocal, pero sabiendo introducir en el entramado polifónico ese toque contrapuntístico que tan bien representa a esta música, como en las piezas a solo –haciendo uso de dos modelos de vihuela distintos, normalmente uno para acompañar el canto y otro para las obras a solo–, en las que supo aportar la precisión necesaria y el conocimiento del lenguaje, se mostró como lo que es, un excepcional y versátil intérprete de instrumentos de cuerda y pulsada del Renacimiento y Barroco, sin duda una de las vertientes más exigentes hoy día en el campo de la interpretación historicista.

   Por su parte, qué puede decirse de Carlos Mena, sin duda nuestro contratenor más experimentado –junto con José Hernández Pastor– en estos repertorios. Nunca le había escuchado interpretar a nuestros vihuelistas, pero sí recuerdo como muy especial un concierto que dedicó hace años a una serie de intabulaturas para voz y laúd que en el siglo XVI realizó, sobre obras polifónicas de Tomás Luis de Victoria, el laudista flamenco Adrian Denss. Ya entonces quedé fascinado por la calidez de su voz y la belleza sonora, plasmando la línea vocal con un refinamiento difícil de igualar. En esta ocasión, sin llegar quizá a aquella excelencia, la línea de canto de Mena rezuma terciopelo, sabiendo aportar, por lo demás, ese punto incisivo cuando los momentos lo requieren. De afinación muy pulcra, paladeó el texto con dulzura e incluso gracilidad en las piezas más animosas y de corte humorístico, aunque su dicción no siempre fue tan clara como para comprender el texto a la perfección. En cualquier caso, tanto el español, como el italiano y el francés fueron arropados con notable calidad por su voz. Quitando leves despistes y algún que otro problema con la sujeción de la afinación –especialmente en algunas cadencias–, la lectura aportada por Mena a este repertorio resultó exquisita y referencial.

   Realmente meritorio y altamente disfrutable un concierto en el que se puso de manifiesto que nuestros vihuelistas han de estar considerados en el primer nivel de la música instrumental del Renacimiento europeo, pero también como una de nuestras manifestaciones musicales más singulares y repletas de genialidad. Por tanto, cabe alabar y aplaudir el trabajo de ambos intérpretes, pero también el de Pepe Mompeán y la Comunidad de Madrid, por dar cabida a programas como este, que son tan evocadores como necesarios en nuestros escenarios. Que vengan muchos más; nuestros vihuelistas lo merecen…

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