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Crítica: Cinquecento y su inmersión en la polifonía del Renacimiento dentro de ciclo «El origen medieval de la música europea» de la Fundación Juan March

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Autor: Fabiana Sans
6 de febrero de 2020

Cinquecento a media voz

Por Fabiana Sans | @fabianasans
Madrid. 31-I-2020. Fundación Juan March. El origen medieval de la música europea (siglos IX-XV) [Viernes temáticos]. Flandes, la plenitud de la polifonía (siglo XV). Obras de. Obras de Johannes Ockeghem, Josquin Des Prez, Guillaume Du Fay, Johannes Regis, Jacob Obrecht, Heinrich Isaac. Cinquecento | Renaissance Vokal: Terry Wey [contratenor], Achim Schulz, Tore Tom Denys [tenores], Tim Scott Whiteley [barítono], Ulfried Staber [bajo].

   Si bien la escuela de Notre Dame marcó un antes y un después en el tratamiento rítmico y notacional de la música, la región franco-flamenca demarcaría el tiempo historiográfico entre el fin del Medioevo y principio del Renacimiento. Los cambios sociales y artísticos, que ya habían empezado a transitar en otros centros como Florencia, sin duda condicionaron los nuevos paradigmas humanos y por ende, los musicales.

   En este maremagnum, la música empieza a expresarse de otra manera. Deja de lado aquellos ritmos cambiantes y enrevesados del Ars subtilior para centrarse en la búsqueda de un equilibrio rítmico, donde la melodía empieza a primar y se introducen grandes melismas, reposos armónicos y sobre todo, la presencia de importantes compositores.

   Como es la constante en este ciclo, se antepuso al concierto la conferencia para ayudar a contextualizar la época y el repertorio, ofrecida en esta ocasión por Sergio Pagán, quien nos ofreció un repaso didáctico y práctico sobre el contenido de cada una de las piezas del programa.

   El quinteto Cinquecento | Reinaissance Vokal da comienzo al concierto con O Emmanuel, última de las antífonas mayores de adviento que, tal como se explicó, versa sobre la búsqueda del hombre por parte de Dios. Sin mucho lucimiento, cosa que tampoco se espera de una pieza como esta, pasaron al Magnificat quinti toni a tres voces de Guillaume Du Fay, pieza en la que el descalabro vocal por parte de los tenores fue lo que principalmente destacó, especialmente en las zonas más «solisticas» donde el juego de los tresillos, en vez de crear un contraste rítmico, fue desafortunadamente deformándose respecto al tono y a la velocidad con la que se ejecutaba la pieza, esto sin contar los fallos reincidentes en gran parte de los finales polifónicos.

   Unos tímidos aplausos dejaron de lado el catastrófico Magnificat para darle paso al Kyrie de la Misa L’homme armé, famosa por su línea de cantus firmus, perteneciente a la celebérrima chanson francesa homónima. Esta no pasó desapercibida, especialmente en el Christe eleison, en la que el alto y el tenor no lograron encontrarse hasta que se sumaron las otras voces, percibiéndose agudos problemas de respiración que provocaron cierta tensión en la resolución de la pieza. Otro anónimo fue introducido por la agrupación que, en esta ocasión, entonó la antífona Tota pulchra es Maria, e inmediatamente pasaron a la pieza de Johannes Regis Clangat plebs, donde la agrupación hizo honor a su nombre como grupo especializado en el repertorio del siglo XV. Sin duda, la voz del contratenor Terry Wey fue la que destacó sobre las demás, manteniendo en todo momento una gran seguridad en la línea interpretada, que arropó al resto del grupo causando un efecto positivo en la coordinación rítmica, en los fraseos y dinámicas, además de la afinación grupal, que hasta este momento lo cierto es que dudábamos de ella. Cabe mencionar que la sala, aún después de su renovación, sigue dando de qué hablar para los grupos vocales, pues no llegan a hacerse con comodidad con su acústica. Llegamos a la mitad del programa con Parce Domine de Jacob Obrecht, realizada en cuarteto en el hall de la sala y el canto llano en el escenario, siendo el único movimiento «escénico» fuera de la conformación habitual del ensemble.

   Hasta este momento, los protagonistas han sido Du Fay, característico por el peculiar uso de las disonancias, Regis, que destaca por ser de los primeros en extender y explorar el registro de las voces más graves, creando una paleta textural muy particular, y Obrecht, con un estilo que mezcla recursos más arcaizantes con las nuevas tendencias polifónicas del momento.

   La segunda parte del concierto da pie a un nuevo compositor, Johannes Ockeghem famoso y muy respetado por su estilo de escritura en la que le da un nuevo sentido a la polifonía, característico por su expresión y su gran dominio técnico, que se consideran la cumbre del contrapunto del siglo XV. De este, pudimos escuchar Intemerata Dei mater. En esta hermosa pieza, una vez más Wey llevó la voz cantante, nunca mejor dicho, ante el resto de sus compañeros. Los  trios de la segunda parte, fueron realmente brillantes, aunque en esta ocasión el barítono Tim Scott Whiteley y el bajo Ulfried Staber no nos dejaron indiferentes, con extensos pasajes casi solisticos en los que mantuvieron una correctisima afinación tanto en los momentos más imbrincados ritmicamente como en los complejos bloques homofónicos. Si bien es cierto que a lo largo de la pieza tuvimos algunas distracciones melódicas, con errores notorios en varias notas, la verdad es que este tipo de obras llevan al límite las capacidades respiratorias de los cantantes, situación que ocasiona en ciertos momentos algunos efectos negativos para el intérprete. Con esto no justificamos las faltas musicales, sino la puesta en valor de ciertas obras que suelen ser ejecutadas por conjuntos más amplios donde no se percibe la complejidad que estas puedan tener.

   La entonación Inviolata invita a la siguiente obra con el mismo nombre de Josquin Desprez, en la que las voces, magistralmente, se van introduciendo una a una de forma imitativa, causando un efecto casi divino. En la segunda parte de esta pieza, el tenor Tore Tom Denys tomó la batuta y destacó por encima del grupo, percibiéndose cada agilidad de iba a apareciendo en su línea melódica con un gran control del fraseo, manejándose con gran maestría a lo largo de su registro vocal. Sin duda esta fue una de las mejores interpretaciones de la noche.

   Otro de los momentos de especial lucimiento, en esta ocasión como cuarteto (Wey, Denys, Whiteley y Staber), fue en la interpretación de Quis dabit capiti meo acquam de Heinrich Isaac, en la que el empaste de las voces, las dinámicas y la empatía grupal tuvo un resultado musical realmente excepcional. ¡Cómo echamos en falta esta conexión grupal en el resto del concierto!

   Finalmente, una nueva pieza de Isaac invadió el auditorio de la Fundación Juan March. Recordare Jesu Christi nos hizo entender por qué este compositor se ha mantenido en la historia, y es que desarrolló un lenguaje muy particular que ponía en síntesis los estilos alemán, francés e italiano. Cerraron el programa la antífona Salve Regina y el famoso Stabat Mater de Josquin Desprez, en la que definitivamente Cinquecento nos deleitó con una impecable interpretación. El quinteto ofreció como colofón la chanson a cinco voces Nymphes des Bois, obra que escribiera Josquin por la muerte de su maestro Ockeghem, con la que le realiza un homenaje imitando su estilo.

Fotografías: Dolores Iglesias/Fundación Juan March.

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