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Crítica: El Trio Cristofori interpreta Beethoven y Schubert en la Fundación Juan March

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Autor: Mario Guada
27 de octubre de 2016

El excepcional conjunto de cámara brinda una magnífica versión historicista de tres tríos de Beethoven y Schubert, recuperando el nivel inicial del ciclo.

TRÍO DE ASES

    Por Mario Guada
Madrid. 26-10-2016 | 19:30. Fundación Juan March. Beethoven y Schubert al fortepiano [Ciclo de miércoles]. Entrada gratuita. Obras de Ludwig van Beethoven y Franz Schubert. Trio Cristofori.

   Sufrido la semana pasada el enorme bajón con la presencia de Sebastian Comberti –la buena de Maggie Cole aguantó el vendaval como pudo, al igual que el público asistente–, el Trio Cristofori acudía a esta cita de los miércoles en la Fundación Juan March, dentro del ciclo titulado Beethoven y Schubert al fortapiano, para volver a poner las cosas en su sitio. El programa presentado rezumaba interés, porque no es especialmente habitual presenciar en los escenarios españoles tríos del XIX en versiones historicistas. La primera parte estuvo íntegramente dedicada a Ludwig van Beethoven (1770-1827) y a dos de sus grandes tríos: el de Re mayor Op. 70, nº 1, El fantasma, y el de Si bemol Mayor Op. 97, Archiduque. El primero de ello es absolutamente extraordinario, pues solo su movimiento lento central, con esa melodía deslavazada en el piano y las interjecciones de violín y violonchelo, bien justifica per se la existencia total del trío. La obra es absolutamente obscura, tétrica, quejumbrosa, y bien se gana el sobrenombre que lleva. El segundo de ellos, dedicado al archiduque Rodolph –uno de sus mayores patrones durante años; de ahí que tome el sobrenombre de Archiduque–, es una obra de mayor maestría compositiva y técnica, aunque menor impacto sonoro y descriptivo que El fantasma. De nuevo maravilloso el movimiento lento [Andante cantábile ma paro con moto] –desplazado aquí al lugar habitual del Scherzo, que pasa a su vez a ocupar el segundo movimiento, habitual del movimiento lento–, cuyo primer tema, iniciado por el piano a solo y continuado deliciosamente por violín y chelo, es absolutamente hermoso. El Allegro moderato – Presto final, un rondo de magníficas prestaciones virtuosísticas, cierra una gran obra.

   La segunda parte se dedicó por completo a Franz Schubert (1797-1828) y al que es probablemente su gran obra en este formato, el Trío n.º 2 en Mi bemol mayor Op. 100, D 929, que en las acertadas palabras de Luisa Morales –clavecinista e investigadora, autora de las notas críticas del ciclo completo–:

Schumann veía el Trío en Mi bemol mayor como una obra inspirada en las danzas, tan caras a Schubert como al propio Schumann, desde el primer movimiento en compás ternario hasta las canciones en compás 6/8 del final, a excepción del lírico movimiento lento que contrasta con el resto. Schumann consideraba esta la obra más independiente e individual de Schubert. En una crítica al Trío con piano en Re menor Op. 49 de su amigo Mendelssohn publicada en el mes de diciembre de 1840, Schumann escribió: «es el trío magistral del presente, al igual que los tríos de Beethoven en Si bemol [Op. 97] y Re [Op. 70, Nº 1], siendo el Trío en Mi bemol de Schubert el maestro de todos ellos.»

   Es bien conocida la adoración –casi obsesión– de Schumann por la obra de Schubert, pero en este caso me parece absolutamente acertado. El presente trío es una absoluta obra maestra. Sigo encontrando, como en otros autores del Romanticismo, algunos problemas a la hora de cerrar las obras –más en una de este calibre, que alcanza los 45 minutos de duración–, en las que se terminan por crear unos desarrollos eternos que a veces complican el disfrute. A pesar de ello, la obra rebosa belleza e interés desde su Allegro moderato inicial. Por lo demás, la simple presencia del célebre Andante un poco mosso ya merece su escucha. Qué deleitosa melodía, qué bien extrae Schubert lo que quiere de la canción sueca Se solen sjunker [El ocaso del sol] y qué extraordinariamente lo articula de manera sutil para conformar un movimiento tan fascinante. No menos brillante, sino todo lo contrario, es la forma en la que lo reincorpora en el Rondó. Allegro vivace conclusivo, por medio de unas superlativas variaciones del tema, que dejan el mejor sabor de boca posible a la obra.

   La interpretación del Trio Cristofori fue realmente soberbia. Tras un comienzo algo dubitativo y frío, el conjunto comenzó a carburar a la perfección ya en el segundo movimiento de El fantasma. A partir de ahí –salvo ciertos problemas de afinación, especialmente en los pasajes de octava entre violín y chelo, y algún que otro desajuste rítmico– todo fue rodado. Luigi de Filippi fue quizá el más irregular, aun alcanzando un nivel realmente alto. Supo amoldarse notablemente a la escritura a veces poco cómoda para el instrumento, y especialmente sabiendo ocupar un lugar no primordialmente protagonista, ese al que los violines no suelen estar acostumbrados. Esmé de Vries es una violonchelista fantástica. Realmente vigorosa y expresiva, supo comandar a los instrumentos de cuerda en gran parte de la velada y se mostró soberbia en los momentos líricos y evocadores que especialmente Schubert dedica al instrumento –magnífica la melodía del Andante un poco mosso en su trío–. Hubiera sido la protagonista absoluta de no ser porque estaba por allí un tal Arthur Schoonderwoerd, que sustentó a todo el conjunto desde el fortepiano, como no podía ser de otra forma en el caso de Beethoven y Schubert. Es una fortepianista de los grandes: sopesado, expresivo, con un fraseo absolutamente admirable y gran dominio de las dinámicas. Es de esos intérpretes en lo que se aprecia una permanente reflexión sobre cada nota y cada pasaje. Todo el discurso logra la mayor coherencia posible y se construye sólidamente desde su base. Logró un hermoso sonido del fortepiano de Paul McNulty (2008) según modelo de Conrad Graf (c. 1819), utilizado para la ocasión.

   Un concierto realmente soberbio, de larga duración, que a pesar de la densidad y de la no especialmente favorecedora acústica de la sala, logró momentos para el disfrute absoluto. Otro punto más para la Juan March, que sin duda sigue marcando la senda de la excelencia. Una velada redonda que pasó del trío de ases a la jugada maestra, de la mano de Beethoven y Schubert. Resultado: repóquer. [Para otro momento quedarán las reflexiones sobre las peculiaridades tan extrañas del público de la Juan March, sus frialdades, prisas y dudoso sentido de la buena educación. Prometido].

Fotografía: arthurschoonderwoerd.com

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