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Crítica: 'Siegfried', de Richard Wagner, tercera entrega del 'Anillo' en San Francisco Opera

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Autor: Codalario
5 de julio de 2018

La desolación de Siegfried

   Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
San Francisco. 29-VI-2018. War Memorial Opera House. Siegfried, de Richard Wagner. David Cangelosi (Mime), Daniel Brenna (Siegfried), Greer Grimsley (El Caminante), Falk Struckmann (Alberich), Raymond Aceto (Fafner), Stacey Tappan (Pájaro del bosque), Ronnita Miller (Erda), Iréne Theorin (Brünnhilde). San Francisco Opera Orchestra. Dirección escénica: Francesca Zambello. Dirección musical: Donald Runnicles.

   Si ya en La valquiria el mundo del Anillo de la San Francisco Opera mostraba señas de degradación, en Siegfried la propuesta de Francesca Zambello es prácticamente postapocalíptica. De la naturaleza no hay ni rastro, al menos en el entorno de los personajes de esta jornada, todos ellos presentados como marginales. Nada de bosques: Mime vive en una destartalada caravana en medio de un desguace, con líneas de alta tensión al fondo, y Fafner se refugia en una nave industrial abandonada. Alberich, por su parte, parece un paranoico supervivencialista, equipado con gafas de visión nocturna y dando la impresión de vivir en una cabaña esperando el colapso de la civilización, más que ansiando liderarla. Hasta la forma monstruosa que adopta Fafner gracias al Tarnhelm refuerza este aspecto de distopía industrial. En efecto, el gigante entra en escena a los mandos de una especie de tractor gigante con garras, al que solo le faltarían uno o dos pinchos para estar a gusto en una película de Mad Max. Finalmente, Siegfried se presenta como un joven especialmente petulante, no inocente sino totalmente carente de empatía, bruto. Hay poco rastro del Siegfried heroico cuando el personaje tortura a Mime para hacerle hablar o se piensa si quemar los cadáveres de sus víctimas, por diversión.

   De nuevo Zambello y su escenógrafo Michael Yeargan logran presentar un apartado visual muy interesante y no faltan los efectos especiales –en la escena de la forja, o cuando Notung hace saltar chispas y corta cables en las entrañas del Fafner mecánico–. En general el planteamiento funciona bien y crea un ambiente opresivo y oscuro que deja claro que algo tiene que cambiar en el mundo (aunque también que Siegfried no puede ser el verdadero agente de este cambio). Sin embargo, a medida que avanza este Anillo se aprecian también ciertas carencias en la producción. En concreto, si bien cada escena es atractiva y parece tener un planteamiento dramático bien pensado, la progresión narrativa no queda demasiado clara a medida que avanza el ciclo. Para redondear esta propuesta se haría necesaria una mayor conexión entre las diferentes partes –en este sentido las, individualmente atractivas, proyecciones podrían haber hecho un mayor trabajo–. En ocasiones hay detalles algo incoherentes: por ejemplo, Siegfried lleva un pañuelo hecho con tela del vestido de Sieglinde en Die Waküre. Un bonito detalle, pero no casa demasiado con su caracterización como un personaje casi sociopático. Otra pieza que no engrana con las demás es el personaje del «Pájaro del bosque», como comentaré más adelante.

   La dirección de Donald Runnicles parece ir cobrando energía y urgencia a medida que avanza el ciclo y aquí alcanza un nuevo punto álgido. Como he comentado en anteriores entregas, no es la suya una propuesta que busque la gran densidad orquestal, lo cual redunda en beneficio para los cantantes, no todos dotados de voces demasiado grandes como veremos. Sí que busca el detalle y brilla especialmente en pasajes como los «Murmullos del bosque», fascinantemente creados con gran riqueza de texturas.

   La vocalmente imposible misión de interpretar a Siegfried recae en Daniel Brenna. Como he comentado, la dirección escénica busca reforzar el carácter insolente de Siegfried. Este planteamiento tiene sus riesgos, pero funciona aquí gracias a la juvenil interpretación de Brenna. El tenor resulta más que creíble como un adolescente inconsciente e impaciente –divertido y carismático a pesar de su lado oscuro–. Técnicamente, se echa de menos un fraseo y dicción alemanes más trabajados, pero logra momentos de gran musicalidad, como las escenas del segundo acto en el bosque. Su mayor hándicap es una voz demasiado pequeña para el personaje, con problemas para hacerse oír a pesar de la ayuda brindada por la comedida dirección musical –aunque no por la escénica, que a menudo lo hacía cantar desde posiciones peliagudas–. En suma, un Siegfried juvenil, que pone toda la carne en el asador y llega al final bastante fresco y siempre muy implicado.

   Como su odiado tutor, repite su papel del Oro el tenor David Cangelosi. Su robaescenas Mime fue uno de los triunfadores, con una caracterización hilarante. Como Brenna, Cangelosi estuvo entregadísimo toda la función y su nibelungo fue particularmente energético, dando cabriolas y volteretas cuando cree que sus planes van a funcionar y patético cuando le van peor las cosas. Se mostró además muy bien compenetrado con la orquesta e hizo gala de una buena dicción y gran expresividad. Para un Mime redondo faltó solo algo más de drama y rotundidad cuando revela a Siegfried el secreto de su ascendencia.

   Otro cantante que ha ido a más cada jornada es Greer Grimsley. Su Caminante, quizás en una tesitura algo más cómoda que el Wotan de anteriores días, resulta muy satisfactorio. En contraste con los anteriores cantantes, además, Grimsley es capaz de atravesar la orquesta con contundencia cuando debe y de proyectar autoridad. Sin embargo, en este Siegfried exhibe también el lado más humano del personaje, con su mezcla de pesimismo y de retranca. En el debe, tenemos una emisión quizás no muy canónica. Con su salida de la historia, deja un Wotan más que apreciable, que ha ido creciendo hasta convencer tanto vocal como escénicamente.

   Falk Struckmann mantiene el alto nivel alcanzado en el Rheingold. Muy lejos tanto del penoso enano capturado en las redes de los dioses como del tirano de las minas de Nibelheim, su caracterización revela nuevas aristas del personaje. Nos presenta a un Alberich amenzante, imponente, capaz de enfrentarse a Wotan. En esto quizá no comulga demasiado con la producción, que lo muestra como un ser de aspecto marginal y desquiciado. Es importante notar que este multifacético Alberich es el debut de Struckmann en el papel, con lo que su completa caracterización es especialmente meritoria.

  En esta producción, el Pájaro del bosque es en realidad una joven muchacha que por algún motivo se interesa por Siegfried y lo guía. Lo interpretó Stacey Tappan, vestida como una hippie de los años 1960. En palabras de Zambello, es «una chica que Siegfried se encuentra de camino a conocer a una mujer». Quizás, pero este mensaje no queda nada claro en la representación, aparte de no casar el alegre personaje con el desolador entorno. En cualquier caso, Tappan merece una mención destacada por su encantadora recreación del personaje, con una voz luminosa y atractiva. Ronnita Miller volvió a impresionar como Erda y su escena con Wotan fue de los mejores momentos, mientras que Raymond Aceto tuvo momentos de mayor lucimiento con su Fafner agonizante que como el terrible gigante del Oro.

   Después de casi cuatro horas de función, entró finalmente en escena la Brünnhilde de Iréne Theorin, que compensó con creces la espera. Estamos sin duda ante una soprano wagneriana con todas las de la ley, poseedora de una voz carnosa y rica y con gran musicalidad. Consiguió, además, gran efecto dramático en su momento solista («Ewig war ich») y nos dejó ansiosos por ser testigos del verdadero cataclismo en el Götterdämmerung.

Fotografía: San Francisco Opera/Cory Weaver.

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